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lunes, 7 de marzo de 2011

Después de los cuarenta

Adaptación de una presentación que circula por internet con cuyo contenido me identifico. Desconozco su autor o autora.

Dicen algunas personas que después de los cuarenta, nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes.

Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca como ahora fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora.

Ahora sé que no necesito que venga a salvarme un príncipe azul en su caballo blanco porque ni soy una princesa, ni vivo en una torre, ni tengo a un dragón que me esté custodiando.

Hoy me reconozco mujer, capaz de amar. Sé que puedo dar sin pedir, pero también sé que no tengo que hacer nada que no me haga sentir bien. Por fin encontré al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.

Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de tener defectos, de tener debilidades, de equivocarme, de no responder a las expectativas de los demás, de hacer algunas cosas indebidas y a pesar de ello, sentirme bien.

Por si fuera poco, me siento querida por personas que me respetan y me quieren por lo que soy.

Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado. Sonrío a la que soy ahora. Me alegro del camino andado y asumo mis errores.

Hoy sé que yo soy la responsable de mi felicidad.

Hoy vivo la vida, así como es, con sus amores y desamores, con sus buenos y malos ratos, con sus puestas de sol, con su ruido incesante… No quiero pedirle nada. Sólo quiero dejar que fluya.


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