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miércoles, 30 de noviembre de 2011

¡Perdón chicos! Os hemos fallado

Artículo de opinión de Adela Tarifa Fernández (académica de la Historia, investigadora y vicedirectora del Instituto de Estudios Giennenses) en el “Diario Ideal”.

Adela Tarifa Fernández

«¿Deberíamos sentir vergüenza mirando a la cara a nuestros jóvenes? Les hicimos creer que eran la generación más preparada de la historia, cuando en realidad son la más parada. Les dijimos que vivían en Jauja y acaban de descubrir que solo viven en un país llamado España, el penúltimo en el informe Pisa. El primero en desempleo juvenil.

Nacieron nuestros niños entre nubes de algodón. Casi todos eran “hijos deseados” de la generación que descubrió los secretos de métodos anticonceptivos y que buscaba la “parejita” para formar una familia perfecta. Así los hermanos no tendrían que convivir en la misma habitación ni heredar los trajes de los otros. Es decir, conjugarían poco en su vida los verbos compartir, aguantar, resistir o esforzarse, palabra maldita.

Bautizamos a nuestros infantes con fuegos de artificio. Antes de tener uso de razón ya les llenaron la cuna de regalos. Disfrutaron de excelente medicina y alimentación. Ellos jamás temerían el azote de las fiebres de Malta, ni a la Polio o a la Difteria. Ellos, aunque no vieron nunca al ratoncito Pérez, recibieron su regalo cuando perdieron el primer diente. Sí conocieron a los Reyes Magos y recibían cada año tantos regalos suyos que no dudaron de su existencia, porque costaba creer que aquel derroche lo sostuviera una familia media. Antes, al comenzar la Navidad, Papa Nöel, nueva excusa foránea consumista, ya les había premiado con otra tanda de obsequios.

Crecieron nuestros muchachos rodeados de caprichos. Celebraron cumpleaños al estilo americano, vestidos con ropa de marca de la cabeza a los pies. Asistieron a escuelas e institutos con calefacción y pistas deportivas, tutelados por profesores dialogantes, que a veces parecían más amigos que maestros. Al fin se había descubierto la importancia pedagógica del tuteo alumno-profesor y se había desterrado la competitividad gracias a la “escuela comprensiva”, otro fabuloso invento que convertía el colegio en un lugar de ocio-aprendizaje. Estaba claro: una de las grandes conquistas sociales de la nueva España era alejar el sufrimiento de la mente de los jóvenes: nada de llevarlos demasiado a hospitales o a visitar al abuelo que vegetaba en una residencia cercana. Para los más pequeños, adictos al televisor, incluso dejaron de estar de moda los dibujos de un niño llamado Marco, porque lloraba mucho buscando a su madre, desde los Apeninos a los Andes. Gustaba más a los psicólogos la Abeja Maya, siempre volando, siempre feliz; o las aventuras de los Pitufos, aunque allí estaba también el malvado Gargamel, tan viejo, tan feo, tan maquinador. ¡Nada es perfecto!

Superaron la secundaria nuestros adolescentes casi sin traumas: aquella selectividad la aprobaron casi todos y era el pasaporte a universidades privadas o públicas, carísimas también pero que pagábamos todos y parecían gratuitas. Se entraba así en otra etapa de la eterna juventud, que culminaba con un Erasmus, para conocer mundo y perfeccionar idiomas, y con algún Master, pagado por los papás. Todo era poco para nuestros chicos. Sin duda ellos serían más ricos y felices que sus padres.

Pero un día alguien pronunció una palabra maldita: “Crisis”. ¿No sería un invento de los políticos para fastidiar? Pero no. La crisis la percibieron antes que nadie ellos, nuestros chicos: ahora, con suerte, les ofrecían trabajo-basura, pese a sus muchas titulaciones. Les clausuraron casi todas las ofertas de empleo público. Los bancos no le daban préstamos para tener casa propia y debían volver a su viejo dormitorio de infancia, pintado de nubes. No podían tener hijos, aunque sí eficaces métodos anticonceptivos subvencionados por el estado. Para colmo algunos gobernantes les decían que lo mejor para ellos era hacer la maleta y buscarse la vida lejos de Jauja, como sus abuelos. Entonces descubrieron que el universo de los Pitufos de su infancia de sueños podía ser real porque su proyecto de futuro había quedado tan diminuto como aquellos seres, y porque el malvado Gargamel había ganado al fin.

¡Perdón chicos! Os hemos fallado».


1 comentario

  1. No estoy de acuerdo en la relación que establece la autora entre una infancia feliz y una educación prime el acercamiento al alumno, con la cultura del esfuerzo y el no saber afrontar una crisis.
    Todas las generaciones piensan que su etapa vital fue más complicada que la que le sigue. Lo mismo de siempre.
    Si en algún caso se le ha fallado a la generación actual en España es en la pérdida de derechos sociales. Todo lo demás sobra.

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