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miércoles, 27 de julio de 2016

El espejo

Cuento para niños y no tan niños

Fuente: “Cuentos para niños” de Isaac Bashevis Singer.

Isaac Bashevis Singer (1904 - 1991) fue un escritor estadounidense de origen polaco que escribió en lengua yiddish (lengua hablada por los judíos de origen alemán). Se le concedió en 1978 el Premio Nobel de Literatura. Entre sus muchas obras, escribió también cuentos para niños y jóvenes. Según él, porque, entre otras razones, “a los niños les atraen las historias interesantes; bostezan con los libros aburridos; creen en cosas tan increíbles como Dios, la familia, los ángeles, los demonios, las brujas, los duendes, la lógica, la claridad, la puntuación y otras antiguallas; no leen para librarse de la culpa, ni para calmar su sed de rebelión, ni para sacudirse su alienación, ni para descubrir su identidad; solo leen por placer, sin ningún respeto por el principio de autoridad…”.

Había una vez un campesino pobre que se llamaba Jan Skiba. Vivía con su mujer y sus tres hijas en una choza de una sola habitación que tenía el techo de paja y se encontraba apartada del pueblo.

El campesino tenía un perro y una gata. El perro se llamaba Burek, y la gata, Kot. Como el perro nunca había visto a otro perro y la gata nunca había visto un gato, y solo se veían el uno a la otra, el perro creía que era una gata y la gata pensaba que era un perro.

Ciertamente eran muy diferentes. El perro ladraba y la gata maullaba. El perro cazaba conejos y la gata acechaba a los ratones. ¿Pero es necesario que todas las criaturas sean iguales a sus semejantes? Tampoco las hijas del campesino eran exactamente iguales.

Burek y Kot se llevaban bien, a menudo comían del mismo plato y trataban de imitarse. Cuando Burek ladraba, Kot intentaba ladrar, y cuando Kot maullaba, también Burek intentaba maullar. A veces Kot cazaba conejos y Brek intentaba atrapar un ratón.

Los vendedores ambulantes nunca llegaban a la choza de Jan Skiba y de su familia. Pero un día, un comerciante que se había extraviado llegó hasta allí.

Al acercarse a ellos, sacó sus mercancías, y la mujer de Jan Skiba y sus hijas se encandilaron con las lindas chucherías que les mostró.

Empezó enseñándoles unos pendientes de latón, anillos, pulseras, collares, broches, pañuelos de muchos colores…

Pero lo que más entusiasmó a la mujer y a las hijas de Jan Skiba fue un gran espejo enmarcado en madera.

La mujer de Jan Skiba, Marianna, contenta por todo lo que había visto, le hizo una proposición al vendedor. Le pagaría cinco groschen mensuales por el espejo.

El vendedor, después de dudar un momento ante la proposición de Marianna, decidió aceptar; tomó el primer pago que le hizo y dejó el espejo que tanto gustaba a la familia.

El espejo causó una gran conmoción en la choza. Antes de tenerlo, Marianna y las niñas solo habían visto su reflejo en el barril de agua que estaba junto a la puerta.

Ahora podían verse con claridad y enseguida comenzaron a encontrar los defectos que nunca antes habían notado porque no se habían visto en un espejo.

Marianna era hermosa, pero le faltaba un diente delantero y pensó que esto le afeaba. Una de las hijas descubrió que su nariz era muy respingona y muy ancha; La segunda, que su mentón era demasiado largo y puntiagudo; la tercera, que tenía la cara llena de pecas.

También Jan Skiba se echó un vistazo en el espejo y vio con desagrado sus labios gruesos y sus dientes saltones como los de una liebre.

Ese día, las mujeres de la casa estuvieron absortas con el espejo. La que tenía la nariz ancha se la apretaba con los dedos para intentar estrecharla; la que tenía la barbilla puntiaguda se la empujaba con el puño para acortarla; la pecosa se preguntaba si en la ciudad habría una pomada que quitara las pecas.

Pero no solo los miembros humanos del hogar fueron los únicos afectados. También el perro y la gata se vieron perturbados por el espejo. La primera vez que la gata se vio en el espejo, quedó terriblemente perpleja. Nunca antes había visto una criatura semejante.

Los bigotes de Kot se erizaron, comenzó a maullar ante su imagen y levantó la pata, pero la otra criatura maulló también y también levantó la pata. Eso alteró mucho a Kot, que no entendió lo que estaba ocurriendo.

A Burek, cuando vio al otro perro, la impresión y la rabia lo descontrolaron. Le ladró y le enseñó los dientes, pero el otro perro le respondió con los mismos ladridos y también le enseñó los colmillos.

Tan grande fue la conmoción de Burek y Kot que, por primera vez en sus vidas, se atacaron. Burek mordió a Kot en el cuello y Kot le bufó y le arañó la nariz. Los miembros de la familia difícilmente consiguieron separarlos.

Cuando Jan Skiba observó la alteración que el espejo había producido en todos los componentes de la familia, decidió que un espejo no era lo que su familia necesitaba.

—¿Por qué mirarse a uno mismo —dijo— cuando se puede contemplar y admirar el cielo, el sol, la luna, las estrellas y la tierra con todos sus bosques, praderas, ríos y plantas? Además, si nunca antes lo hemos necesitado, ahora tampoco.

Así que, después de reflexionar al respecto, descolgó el espejo y lo guardó en el cobertizo que utilizaban para la leña. Cuando llegó el vendedor en busca de su paga mensual, Jan Skiba se lo devolvió.


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