Qué no daría yo por tener una boca prestada con la que armarme de valor para, en algunos momentos, decir lo que pienso; para poner las cosas en su sitio; para cantarle a más de uno, y de dos, las cuarenta; para hablar sin ambages ni rodeos, con toda claridad y lisura, sin andarme con contemplaciones…
Pero solo cuento con una boca que me impide, en ocasiones y por distintos motivos, hablar en consonancia con lo que pienso. No creo que sea por falta de personalidad, sino por exceso de prudencia y diplomacia y en el fondo, supongo, es la cobardía la que sella mis labios.
Siempre he pensado que los locos tienen una buena boca prestada porque no tienen que rendir cuentas. También los adultos mayores (ahora no está bien llamalos viejos), gracias a la experiencia acumulada a lo largo de los años y a una menor preocupación por las consecuencias sociales de sus palabras, pueden contar con una boca prestada con la que expresar sus opiniones y sentimientos de manera directa, sin suavizantes ni edulcorantes.
Comoquiera que, de momento, no dispongo de esa boca tan codiciada, me la he conformado a modo de página en este blog.
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