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lunes, 29 de agosto de 2016

Una leyenda llena de números

El ajedrez es uno de los juegos más antiguos del mundo. Su origen ha dado lugar a muchos mitos y leyendas.

Existe una interesante historia según la cual, un rey llamado Shihram, aburrido de los juegos de azar superfluos, ordenó a un sabio brahmán llamado Sissa inventar un juego de ingenio digno de su realeza. Esta leyenda ubica el origen del ajedrez en la India, hacia el siglo V de nuestra era.

Sissa aprovechó para darle una lección de humildad al rey, demostrándole que todos los habitantes de su reino, aun los más pequeños, son importantes.

El brahmán le presentó un tablero cuadrado, dividido en sesenta y cuatro casillas, la mitad negras y la mitad blancas. Sobre dicho tablero se colocaban dos conjuntos de piezas, unas blancas y otras negras, cada una a un lado del tablero. Las piezas eran las mismas para ambos bandos y se regían por estrictas reglas de movimiento.

Cada bando contaba con ocho peones, dos torres, dos caballos, dos elefantes de guerra (alfiles), un consejero (reina) y un rajah (rey). El jugador que diese muerte al rey rival, ganaría la partida.

Conforme le enseñaba las reglas del juego, le demostró que era imposible derrotar a los ejércitos enemigos sin el total apoyo de su séquito. Cada pieza en el ajedrez y cada soldado de su ejército debían armonizar sus fuerzas para la victoria final, siempre protegiendo la vida del rey, la pieza más vulnerable del juego.

El rey Shirham, que comprendió la alegoría, se maravilló del nuevo juego y le ofreció la recompensa que considerase adecuada. Sissa no solicitó oro ni diamantes sino la siguiente cantidad de trigo: un grano de trigo para la primera casilla del tablero, dos granos para la segunda casilla, cuatro granos para la tercera, ocho granos para la cuarta, dieciséis granos para la quinta y así, siempre el doble, hasta alcanzar la casilla sesenta y cuatro.

Al monarca le pareció muy modesta esta extraña petición y ordenó a sus tesoreros que fueran por el trigo. Sin embargo, al hacer los cálculos necesarios se dieron cuenta de la fabulosa cantidad de granos de trigo que debían conseguir: dieciocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos nueve millones, quinientos cincuenta y un mil, seiscientos quince granos de trigo.

Todo el trigo de la India no era suficiente para recompensar a Sissa.

El rey no pudo cumplir su compromiso y así Sissa le dio una segunda lección, en esta ocasión de prudencia y sagacidad.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Lo incognoscible

Ojalá que la llamada de las sombras se aleje.
Cuando superes la noche, ojalá despiertes y veas el sol.
Ten fe y hallarás el camino.
De la canción “May it be” (Puede ser). Enya


  “May it be”. Enya.


Fuente: Este cuento está incluido en el libro “Cuentos para confortar el espíritu” de Ramiro Calle con el título de “La carreta de bueyes y la carreta de búfalos”.

Un grupo de aspirantes espirituales estaban siempre cavilando sobre la existencia del destino. Barajaban toda suerte de hipótesis y como no llegaban a ninguna conclusión satisfactoria, acudieron a visitar a un renombrado sabio y le expusieron sus dudas. El sabio sonrió por unos instantes y los citó al alba del día siguiente.

El día amaneció claro, y los jóvenes se presentaron ante el maestro, que los invitó a dar un paseo por los alrededores.

Caminaron entre riscos y el sabio le pidió que se detuvieran al llegar a un cerro para observar desde allí una encrucijada de caminos. Los muchachos estaban expectantes, pero el sabio guardaba un perfecto silencio.

Entonces los jóvenes vieron que por un camino venía una carreta de bueyes y una de búfalos por otro. De repente, los bueyes se sobresaltaron y su carreta se estrelló contra la otra. Tras contemplar todo lo sucedido, preguntó el maestro:

—¿Ha sido un accidente? ¿Se debe al destino? ¿Es el efecto de una causa?

Los jóvenes se quedaron pensativos, sin responder. Precisamente eran ésas las preguntas que querían que les resolviese el sabio. Éste hizo una pausa antes de hablar.

—Si no hallamos una razón que explique lo sucedido, podemos decir que ha sido un mero accidente obra del azar. ¿No es así?

—Así es —contestaron los jóvenes.

—Pero también ha podido ser cosa del destino, suponed que, acontecimientos del pasado hayan hecho que la carreta de bueyes deba chocar contra la de búfalos, o bien que este hecho sea necesario para que uno de los campesinos comprenda algo, o así se salde la deuda kármica, o solo porque tenía que suceder de forma inevitable. ¿No es así?

—Así es.

—Pero puede ser una simple coincidencia o una coincidencia cargada con un sentido que escapa a nuestra pobre visión humana. ¿No os parece?

—Exacto —convinieron los jóvenes.

—Bueno —agregó el sabio—, también puede ser que el buey se haya desbocado porque le haya picado un tábano. En ese caso, sería un efecto producto de una causa, ¿no creéis?

—Ciertamente —asintieron los aspirantes espirituales.

El sabio guardó silencio. Los jóvenes también. Pasó un tiempo y el sabio preguntó:

—¿Y…?

Los jóvenes se miraron entre ellos, atónitos. Estaban igual que al principio.

—¿Y…? -preguntó a su vez uno de ellos.

—Pues que tanto puede ser accidente o coincidencia o azar o causa o destino…

—Pero eso es lo que intentamos dilucidar desde hace meses —protestaron casi enojados los muchachos—. ¿De qué depende?

—De la mente —dijo el sabio— . Puede ser todo, puede ser nada, puede ser una cosa a la vez que la otra. Dejad de atormentaros inútilmente y dedicad esa energía a meditar. Os irá mucho mejor, os lo aseguro.

Especular sobre la existencia del destino puede acabar, como poco, atormentando la mente. Lo incognoscible es incognoscible. Conviene mejorar la propia mente, para que, en lugar de engendrar desdicha, produzca satisfacción y compasión.


viernes, 19 de agosto de 2016

El ciervo almizclero

Fuente: “Cuentos para confortar el espíritu” de Ramiro Calle.

Los ciervos almizcleros poseen unas glándulas faciales portadoras de almizcle, sustancia que, por su fragancia y untuosidad, se emplea para la elaboración de perfumes y productos cosméticos. Los caninos superiores de los machos son grandes colmillos dirigidos hacia abajo y hacia el exterior de la boca.

Érase un precioso ciervo almizclero, un magnífico ejemplar. Es propio de esta clase de ciervos exhalar un penetrante perfume que brota de sus órganos internos y que se esparce a muchos metros a su alrededor.

Cuando el ciervo se hizo adulto, comenzó a oler ese intenso aroma, pero no era capaz de localizar su procedencia. Se preguntaba obsesionado, una y otra vez, de dónde venía ese olor. Buscó el lugar del que nacía, pero no era capaz de hallarlo por mucho que lo intentaba: era un olor tan dulce e intenso, tan embelesador, que quería descubrir su procedencia y no cejó en su empeño por encontrarla.

Pasaron los años y cada día era mayor el anhelo del ciervo por saber de dónde brotaba aquel aroma. Todos sus esfuerzos eran baldíos. Buscaba y buscaba sin descanso, ignorante de que el perfume provenía de sí mismo.

Llegó a las postrimerías de su existencia y un día lo alcanzó la enfermedad que pondría punto final a su vida. Mientras agonizaba, siguió preguntándose de dónde provendría aquel maravilloso y envolvente perfume, de dónde… y se lamentó de veras por no haber podido hallar su origen. Olió ese aroma, cuya fuente había tratado de encontrar, hasta el último instante de su vida.

Mira dentro de ti. Si miras solo en el exterior, no verás ni reconocerás tu verdadero ser. Aprende a ser y sé.


domingo, 14 de agosto de 2016

El borracho y los gusanos

Fuente: “Cuentos para confortar el espíritu” de Ramiro Calle.

Érase un hombre que pasaba más tiempo beodo que sereno. Su mujer ya no lo soportaba más y enterada de la cercanía de un sabio que daba consejos, consiguió que el marido acudiese a visitarlo en su compañía.

—Respetado señor —dijo la mujer con la voz quebrada por el llanto—, no puedo hacer carrera de mi marido. No hay manera de que deje de beber. ¿Puedes hacer algo por nosotros?

Entonces el sabio colocó dos vasos sobre una mesa y dijo al hombre:

—Quiero que observes con atención. En uno de estos vasos hay agua y en el otro hay alcohol.

El hombre asintió con la cabeza.

—Ahora sigue observando.

El sabio cogió un gusano y lo depositó en el vaso de agua.

—Mira qué bien se siente el gusano —dijo el sabio—. El agua no le hace ningún daño.

Luego el sabio sacó el gusano del agua y lo introdujo en el vaso de alcohol.

—Mira qué mal se encuentra el gusano. Si lo dejara un poco más en ese medio moriría. ¿Has entendido ahora?

Muy contento el borrachín dijo:

—Por supuesto, señor. Habría que ser realmente tonto para no entenderlo. Ahora comprendo que nunca tendré gusanos en el estómago. Muchas gracias.

La consciencia embotada saca siempre conclusiones equivocadas y egocéntricas. La mente que no se ha liberado de sus trabas y ataduras no obtiene informes correctos de la realidad.


martes, 9 de agosto de 2016

Ser importante a cualquier precio

Fuente: “Aprendiz de sabio” de Bernabé Tierno.

El deseo de ser una persona importante y valiosa y que los demás admiren nuestras cualidades y logros no tiene que ser algo negativo. Es humano, natural y loable un deseo moderado de ser tenido en cuenta, valorado, considerado. Las personas con una autoestima alta aprecian y desean sentirse queridas y consideradas, pero sin que ese deseo se convierta en una necesidad imperiosa y desmedida de ser importante a cualquier precio.

Quien padece esta necesidad, busca caer bien a todo el mundo y para lograrlo no duda en mentir, deformar y disfrazar a cada instante la realidad de su vida, con tal de experimentar ese momento de gloria que necesita para subsistir. En la mayoría de los casos nos encontramos con egos inflados de personas a las que les falta autoestima, no se sienten suficientes ni capaces y necesitan compensar y llenar ese gran vacío aparentando, lo que las convierte en seres patéticos.

El deseo de ser reconocido, estimado, valorado, se convierte en una idea fija, en una obsesión y para lograrlo, nada mejor que hincharse, arrogarse méritos, cualidades, éxitos, riquezas, fama y reconocimientos.

Para librarnos de esta necesidad que nos hace infantiles, insensatos y desgraciados, tenemos que aprender a ser nosotros mismos, a valorar lo que somos y tenemos y a no compararnos con nadie. Tenemos que descubrir que somos suficientes por nosotros mismos; que somos seres únicos e irrepetibles.


jueves, 4 de agosto de 2016

El escorpión y la rana

“El escorpión y la rana”, aunque atribuida a Esopo, es una fábula de origen desconocido. Esta versión está incluida en el libro “Cuentos para confortar el espíritu” de Ramiro Calle.

«Érase un escorpión que quería atravesar un río, pero como no sabía nadar temía ahogarse. ¿Qué hacer? De pronto vio una rana y se dirigió a ella.

–Amiga rana, sé hasta qué punto las ranas sois buenas y he de pedirte un gran favor. Quiero vadear este río, pero no sé nadar. Te agradecería mucho que me ayudases a cruzarlo llevándome en tu espalda.

–Pero un escorpión es muy peligroso. Tu veneno es mortal y me picarías y me arrebatarías la vida.

–Te aseguro que no, ranita. Nunca haría eso. Date cuenta de que si yo te picara, nos hundiríamos los dos y yo también moriría.

El razonamiento le pareció convincente a la rana. Como era de naturaleza bondadosa y le gustaba cooperar, le dijo al escorpión:

–De acuerdo, amigo.

Se acercó al escorpión y éste se subió a la espalda. La rana se echó a nadar. Habían alcanzado ya el centro del río, cuando, de repente, sin mediar palabra, el escorpión picó a la rana en la cabeza.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó la rana antes de morir, para preguntarle después–: ¿Por qué lo has hecho?

A punto de ahogarse, el escorpión respondió:

–No sabes cuánto lo siento, pero está en mi naturaleza picar.

A continuación, la rana y el escorpión fueron tragados por las arrolladoras aguas del río».

Moraleja: Ayuda a quien quiera ser ayudado, pero protégete. Hay malas personas que emplearán todos los ardides posibles para embaucarte. No te engañes creyendo que son igual que tú. Sacarán su maldad sin importarles las consecuencias de sus actos, incluso dañándose a sí mismos. Si puedes evitarlo, no te acerques a esa clase de personas. Protégete.