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martes, 31 de octubre de 2017

Permítete llorar

Fuente: “Kintsukuroi. El arte de curar heridas emocionales” de Tomás Navarro.

No tenemos nada que nos sobre, biológicamente hablando. La naturaleza y la evolución son los mejores diseñadores que existen. Miles de años de evolución han conseguido dotarnos de todo lo que necesitamos y despojarnos de todo lo accesorio.

La tristeza y el llanto no solo no son malos, sino que son buenos y necesarios. Vivimos en una época en que se hace apología de la felicidad y se demoniza y castiga la tristeza.

La tristeza, que no la depresión, forma parte de las emociones básicas que no permiten sobrevivir. La tristeza y su máxima expresión, el llanto, tienen una función adaptativa. Esta nos permite replegarnos y concentrarnos en nosotros mismos para poder pensar y reconstruirnos. Así mismo, el llanto tiene una doble función muy importante: por un lado, nos permite dar salida a la tensión emocional que acumula nuestro sistema nervioso y descargar así el embotamiento afectivo, y, por otro lado, comunica a nuestro entorno más cercano que necesitamos ayuda.

Así que permítete llorar. No reprimas el llanto. Llorar te va a ayudar. Si tu cuerpo te lo pide, llora. Llora todo lo que necesites, ya que después de llorar te sentirás mejor. Llora desconsoladamente, sin culpa, sin vergüenza, hasta que no te quede ni una sola lágrima. Llora tantas veces como lo necesites, y cuando hayas llorado hasta la última lágrima, sécate las mejillas y vuelve a conectar contigo mismo, dispuesto a vivir la vida sabiéndote más fuerte y capaz.


jueves, 26 de octubre de 2017

Mi dulce dama

Aunque estás lejos, siempre acudes a nuestra cita y consigues sorprenderme.

 “My sweet lady”. John Denver.

Hay canciones que llegan hasta mí en el momento preciso. No sé muy bien cómo ni por qué. A estas alturas, ya ni me lo cuestiono.

Son bellas melodías cuyas letras tienen un significado especial para mí. Cuando esto ocurre, de alguna manera, las hago “mías” modificando algunas palabras de su letra original en inglés. Adquieren así, para mí, pleno sentido.

Tal es el caso de la canción titulada “My sweet lady” (Mi dulce dama) que John Denver publicó, en 1971, en su álbum “Poems, prayers & promises” (Poemas, oraciones y promesas).

¿Estás llorando? ¿Son por mí esas lágrimas?

¿Acaso crees que nuestra historia ha terminado?

Estás soñando… Estoy cerca de ti. Tan cerca como puedo estar y te juro que nuestro tiempo apenas ha empezado.

Duerme, descansa tu mente… Te prometo que me quedaré a tu lado.

Nuestras vidas están unidas, entrelazadas… ¡Ojalá pudieras saber cuánto te amo!

¿Eres feliz? Si pudieras sentirte como yo… Ni te lo puedes imaginar.

… Es como si antes, nunca hubiera amado.

domingo, 22 de octubre de 2017

La cultura que adoctrina

Fuente: “Autoliberación interior” de Anthony de Mello.

Desde niños tenemos programadas, por conveniencias sociales y mediante una mal llamada educación, una serie de ideas convencionales y culturales que tomamos como verdades cuando no lo son. Entre muchas otras, las ideas de patria y

En la naturaleza no existen fronteras... Solo están en nuestra mente.

La patria es el producto de la política. Las emociones ante el nombre de patria, raza, idioma o pueblo son provocadas por la cultura con la que se nos adoctrina.

Política y cultura nos llevan a conflictos y a dar respuestas, ante situaciones determinadas, sin pararnos a cuestionar nada.

Cuando somos un producto de nuestra cultura, nos convertimos en robots. La cultura, la religiosidad y las diferencias nacionales o regionales nos vinieron impuestas, nos han sido estampadas como un sello, las tomamos como algo real y seguimos, así, con ellas colgadas como una piedra al cuello.

Toda cultura no es más que un conjunto de ideas que nos separan.


martes, 17 de octubre de 2017

Coleccionar buenos recuerdos

Fuente: “Nudos mentales” de Bernardo Stamateas.

Se cuenta que un hombre estaba cansado de que su jefe lo maltratara. Así fue que un día decidió guardar una piedra que le hiciera recordar cada insulto, cada desprecio, cada humillación que el jefe le hiciera. Esa sería su forma de no olvidar tanto abuso y reclamar justicia.

Así, día tras día, en el bolsillo de su chaqueta fue guardando piedras que le recordaran los agravios de su jefe. Pero al cabo de cierto tiempo y a causa del peso, el bolsillo de la chaqueta se le rompió. Entonces el hombre se compró un maletín grande y allí siguió colocando piedras. Cuanto mayor era la injuria por parte de su jefe, más grande era la piedra que guardaba. El maletín se puso tan pesado que el hombre adquirió una maleta de viaje con ruedecitas para guardar más piedras. Todos los días arrastraba su maleta cuando iba al trabajo y todos los días regresaba a casa con más piedras. Un día, el jefe estalló en risas al ver a su empleado arrastrar semejante maleta: “¡Usted sí que es un verdadero idiota!”, le dijo.

Ya no tenía espacio en los bolsillos, en el maletín ni en la maleta con ruedecitas, así que el hombre decidió empezar a guardar piedras en su casa. ¡Él debía hacer memoria de cada injusticia o cada insulto! Como su jefe lo seguía maltratando, en poco tiempo la casa del hombre comenzó a llenarse de piedras. Había piedras en el jardín, en la cocina, en la sala en el dormitorio y hasta en el baño. El tiempo pasaba y día tras día el hombre iba a su trabajo con los bolsillos, el maletín y la maleta llenos de piedras, y regresaba a su casa, donde ya no cabía una piedra más.

Una tarde, mientras el hombre estaba sentado sobre un montón de piedras en su jardín, pasó alguien que resultó ser geólogo. Impresionado por la cantidad y variedad de ejemplares, el geólogo hizo correr la voz y rápidamente profesores, decanos, adjuntos, doctores y estudiantes de geología llegaron hasta la casa del hombre para admirar su bellísima colección de piedras. “¿Es usted un geólogo experto? ¿Cómo consiguió hacerse con una colección de piedras tan completa?”, le preguntaron. Un poco avergonzado el hombre les contó que todo había empezado con una piedrecita que guardó para recordar que lo habían agraviado. Cuando su jefe volvió a insultarlo guardó otra y después otra más. Tantas veces lo había agraviado su jefe que su casa se terminó llenado de piedras. “¡Qué triste es su historia, señor!”, comentaron los geólogos sorprendidos, y se retiraron del lugar.

Ocho meses más tarde, los geólogos volvieron con nuevos alumnos a visitar la colección de piedras del hombre, pero al llegar a la casa observaron que ya no había ninguna piedra y todo el jardín estaba repleto de flores. Cuando llamaron a la puerta y el hombre los recibió, se asombraron al ver que el interior de la casa también estaba lleno de flores de todos los tamaños y colores. ¡Incluso tenía flores sobre los zapatos que calzaba! Al ver la cara de desconcierto de los geólogos, el hombre explicó: “Yo juntaba una piedra por cada agravio, por cada dolor, pero ustedes me hicieron reflexionar. Resolví que, en vez de guardar piedras por cada agravio, ahora plantaría una semilla por cada cosa bonita que me pasara. Por eso cambié mi colección y ahora reúno flores”.


miércoles, 11 de octubre de 2017

Gestionar los cambios

Fuente: “Nudos mentales” de Bernardo Stamateas.

Cada uno de nosotros ve la realidad desde su paradigma. Un paradigma es una estructura mental formada por pensamientos, argumentos y razones, que nos lleva a actuar de la manera que actuamos, a pensar que el mundo es de determinada manera. Ese paradigma nos genera una zona conocida, o de “confort”, de la cual no queremos salir, porque eso implica entrar en una zona de ansiedad.

Hay personas que siempre dicen que no a cualquier propuesta y responden “no se puede”, “es muy complicado”, etc. Suelen ser personas conservadoras, temerosas de los cambios, a las que les asusta la innovación. También puede tratarse de personas que no tiene motivación más allá de lo que hacen, no quieren comprometerse y evitan toda exigencia.

Sin embargo, en nuestra vida se producen crisis que implican que se produzcan inexorablemente cambios. Generalmente, nos resistimos a esos cambios y, por eso, no logramos administrarlos.

Todo cambia, toda la vida se compone de cambios. Deberíamos, por tanto, de gestionar los mejores cambios en nuestra vida.

Lo primero que tenemos que aprender es a aceptar que las cosas jamás van a volver a ser como eran ni a funcionar igual que antes. La gran ilusión de toda crisis es querer volver las cosas atrás y recuperar lo que era, pero eso, además de ser imposible, no sirve. No debemos aferrarnos al pasado.

Conservar las cosas como estaban solo logrará prolongar la crisis. Un ejemplo típico de esto es el caso de las parejas que se pelean y se arreglan, hasta que vuelven a pelearse para volverse a arreglar. Intentan recomponer lo que eran en vez de aceptar el cambio y empezar a funcionar de otro modo distinto. Parecen no darse cuenta de que si las cosas hubieran funcionado bien del modo en que estaban, no se habría producido una crisis.

Poner parches no sirve, no nos cambia la situación. La única manera de atravesar una crisis es ir adelante, aprender a funcionar de un modo nuevo, distinto. Solo si abandonamos viejas ideas podremos avanzar. Tenemos que construir en un nuevo escenario, ya sea en el ámbito de pareja, laboral, financiero, etc.

No debemos tenerle miedo a la crisis, ya que nos permite crecer. El primer cambio es el más difícil, el segundo es más sencillo… Un pequeño cambio trae tras de sí una catarata de cambios.


jueves, 5 de octubre de 2017

A su imagen y semejanza

Fuentes: “Pensamientos cotidianos” de Omraam Mikaël Aïvanhov y “El día del relámpago” de J.J. Benítez.

La creación de Adán (detalle). Miguel Ángel. Capilla Sixtina. Roma. Ciudad del Vaticano.

En el libro del Génesis está escrito que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. “Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”…

Judíos y cristianos llevamos citando durante siglos este versículo, pero no profundizamos en el significado de esta revelación y continuamos quejándonos de no recibir respuesta a nuestras oraciones.

Decir que Dios nos creó a su imagen, significa que introdujo en nosotros una quintaesencia de Él mismo, de la misma luz, de la misma pureza, del mismo poder…

Él nos habita y nos reclama susurrando…

Cuando descubrimos que estamos habitados por Dios, los esfuerzos que hacemos por conseguir conectar con “la chispa” divina, hace brotar una luz y una fuerza que nos vivifica y que son la respuesta que Dios da a nuestras oraciones.