“Un hombre le pidió a Dios: —dame todo para disfrutar la vida.
Dios le respondió: —te he dado vida para disfrutarlo todo”.
El texto recogido en esta entrada es de Manuel Iceta Olaizola (†2010), sacerdote español de la orden marianista que dedicó gran parte de su actividad pastoral al mundo de la familia. Es un bello canto que exalta la importancia del amor en la vida de las personas y la grandeza de lo cotidiano.
«Miraste con amor la vida, cada mañana al despertar, cada noche al caer. Dejó de ser un disco rayado, una insoportable rutina, un fastidioso penar. El trabajo ya no era una imposible cruz, el sufrimiento se mitigaba, los compañeros y hasta el jefe ya no eran tan molestos. Se rompió la tensión y el frenesí por el fin de semana, por las vacaciones. Vives cada día porque cada día merece vivirse.
Descubres la belleza de cada cosa, sobre todo de las pequeñas. ¡Increíbles pequeñas cosas! Son casi toda la vida. Y son tan bellas. Estaban ahí y no lo sabías. Tantos detalles, sonrisas, dedicaciones, apoyos. Ahora llenas el tiempo de tu vida de pequeñas cosas. Las vidas de tus cercanos se están llenando con tus pequeñas cosas.
Miras con amor tu vida, la del niño que aún gatea, la del anciano que se apaga. La vida, la que tú tienes y la que los otros tienen. La miraste con amor. Ser feliz no es tan difícil. Tal vez sea solo eso: mirar con amor.
¡Cuánto tiempo perdido en sufrir y en hacer sufrir por bobadas! ¡Niégate a sufrir lo que no merece ser sufrido! Sobre todo, no sufras lo que aún no ha ocurrido pero tu imaginación te hace suponer que va a ocurrir».
“El poder es como un explosivo: o se maneja con cuidado, o estalla”.
Enrique Tierno Galván
Fuente: “Más gente tóxica” de Bernardo Stamateas.
El poder está en nuestra naturaleza, pero está mal visto que alguien diga “yo quiero tener poder” porque se ha confundido el poder con el abuso de poder.
El poder no es bueno ni malo, es como un martillo. Lo usas para lastimar a alguien o para clavar un clavo. Será tal como sea el corazón de quien lo manipula. Hay personas que tienen el corazón enfermo, pero ni ellos lo saben… hasta que tienen poder. Cuando tienen un poco de poder, se vuelven déspotas tratando con dureza a los demás y abusando de su poder.
Cada vez que haya poder junto con un corazón herido, ese poder se transformará en prepotencia, es decir, en un poder para herir. El poder, en definitiva, no corrompe, sino que activa y saca a la luz las frustraciones de una persona.
Si a una persona herida en el trabajo le dan un poco de poder, empezará a maltratar a todos, a gritar, a descalificar a los demás... De él para arriba tratará bien a todos, pero de él para abajo maltratará a todos.
Cuando abusamos de ese poder nos volvemos personas tóxicas para quienes tienen que compartir la vida con nosotros y para nosotros mismos, pues, al hacerlo, poco a poco vamos creyendo ser algo que no somos y vamos otorgándole más poder a aquello que creemos ser.
En el otro extremo, si solo veo lo malo o mis errores y no veo lo que hago bien o regular, me transformo en impotente. El impotente se pone en el papel de víctima, va llorando por los rincones y siempre se está quejando: de su suerte, de que siempre le pasa lo mismo, de que nada es culpa suya, de cómo lo tratan los demás, etc., etc., etc. En realidad, está resentido porque le da rabia que otros logren cosas y él no.
No nacimos para ser víctimas indefensas de nuestras circunstancias, sino para tomar las riendas de nuestra vida, para representar el papel protagonista, y sortear cualquier obstáculo.
Ernest Hemingway decía que el secreto del poder es la humildad. La humildad es un concepto que, por lo general, no está muy bien comprendido. Ser humilde es tener la capacidad de cambiar, es tener un espíritu con capacidad de aprender y no alardear como lo hace el prepotente. La humildad es una actitud interna que hace que administremos el poder de una manera sana y seamos “potentes”. Cuando la toxicidad sale de nuestra vida, dejamos de ser prepotentes o impotentes para ser potentes y estamos mucho más cerca de alcanzar lo que nos propongamos.
A veces, cuando, por falsa humildad, no reconocemos o minimizamos nuestro potencial, estamos negando a los demás la posibilidad de contar con nuestro talento. Tenemos que aprender a reconocer, sin vergüenza y sin miedo, lo que hacemos bien para poder, así, seguir creciendo.
Quien descubre sus fortalezas posee una autoestima sana. Todos tenemos habilidades para algunas cosas y para otras no. Haz las paces contigo mismo. Acepta que hay cosas que haces bien, cosas que haces regular y cosas que haces mal; que hay cosas para las que eres muy bueno, otras para las que no eres tan bueno y otras para las que eres un desastre; que en algunas cosas eres muy inteligente, en otras eres más o menos inteligente y en otras eres un caos.
La mejor manera de que nuestros hijos tengan buena estima no es decirles: “Quiérete, ámate, cuídate, ayúdate”, sino que ellos nos vean a nosotros mismos aceptar y celebrar las cosas que hacemos bien y corregir lo que hacemos mal.
Con la misma intensidad que celebramos lo que nos sale bien, tenemos que corregir lo que hacemos mal. Y con la misma intensidad con la que vemos lo malo, para corregirlo, tenemos que celebrar lo que hacemos bien.
Cuando hagas algo bien y te aplaudan, ¡cuidado!, mira también lo que haces mal porque hay que seguir creciendo. Mi potencial me hace multiplicar lo que hago bien y corregir lo que hago mal y transformarlo en crecimiento y nuevos logros.
Está demostrado que cumplir años es bueno para la salud: las personas que más años cumplen son las que viven más tiempo. Hoy cumplo 58 años. Estupendos, si no entro en muchos detalles.
Me gusta cumplir años. Me recuerda que nada es para siempre y que debo seguir mi camino. Sin decir adiós. ¿Para qué decir adiós en nuestro viaje por la eternidad?
“Immortality”. Celin Dion y Bee Gees.
Fuente: “Rompe tu zona de confort” de Gregory Cajina.
Hay un momento en mi vida, no podría precisarlo con exactitud, pero ocurrió tras la muerte de mis padres, en el que mi “caja de cristal” (mi zona de confort), que con la excusa de protegerme me tenía atrapada, se me quedó demasiado pequeña.
Al principio, yo no podía imaginar qué demonios me pasaba. Tenía salud, un buen trabajo, amor… (cosas que gran parte de los seres humanos no consiguen en toda su vida) y yo me sentía descontenta, infeliz, insatisfecha y hueca por dentro.
Fiel a los principios que me habían inculcado, no me dejé atropellar por las circunstancias y, a golpe de disciplina, seguí luchando. Busqué culpables y, sin mucho esfuerzo, los hallé, pero no me sirvió de nada, pues seguía dentro de la “caja” que cada vez se hacía más pequeña y comenzaba a oprimirme.
Y así consumía mis días que se convirtieron en meses y años. No podía seguir avanzando más allá de la “caja”. Me asfixiaba dentro.
Tras la puerta cerrada de mi silencio, me encontraba desorientada, en una noche cada vez más oscura.
Y un día, no sé muy bien cómo, por fin, decidí actuar y tomar las riendas de mi vida y rediseñarla al otro lado de la “caja”. Me di permiso para comenzar a ver con otros ojos nuevas realidades de mi entorno; para crear, permitir y provocar diferentes escenarios que yo, no otros, valoraba como importantes.
Fuera de la “caja”, con dudas, pero con determinación, pudiendo elegir, no escogí el camino fácil recorrido por demasiada gente en demasiadas ocasiones. Desbrocé, no recuerdo dónde, una entrada en la maleza que me rodeaba y di el primer paso. La vegetación era muy espesa alrededor, pero tenía claro mi propósito, la brújula que me guiaba. Seguí retirando broza y rocas sin lamentarme. Comprobé, entonces, que, en realidad, la “caja” no existía fuera mí y solo era un reflejo de los límites que yo, previamente, ponía desde mi interior y, según avanzo, me doy cuenta de que el camino que elegí es el que yo misma voy trazando mientras camino.
Descubrí que el miedo, ese monstruo intimidante, también me teme a mí cuando decido conseguir algo y se oculta asustado en la caverna del olvido.
Que vivir fuera de la “caja”, es una decisión constante, permanente y continua. Que es muy fácil volver a acomodarse, sin apenas advertirlo, otra vez, dentro de ella.
Que no necesito que me digan lo que se espera de mí, pues he recuperado el poder de ser la que gobierna mis decisiones.
Que mientras me mantenga conectada a mi propósito, la musa de la Inspiración siempre me visitará.
Que cuando busco con los ojos abiertos a un maestro, siempre aparece.
Que el poder de construirme a mí misma cada día, forja el acero de los dones con los que nací.
Que tras caer y lastimarme solo hinco la rodilla para elevarme.
Que cuando rendirse es la opción más clara, opto por refugiarme y fortalecerme para la batalla final.
Que debo caminar ligera, con una mochila rebosante de relaciones y experiencias en vez de con una llena de rocas de lo superfluo.
Que para poder recibir tengo que liberar espacio y dejar ir.
Que cuanto más entrego a los demás, más abundante soy.
Ahora que he conseguido llegar al otro lado, he comprendido que tenía pendientes las asignaturas de la Humildad y Agradecimiento y la Vida me obligó a pasar un examen propio y que cada obstáculo que se me interpone, es el reflejo de algo que hice o dejé de hacer y debo descifrar el mensaje.
Algún día llegaré a mi destino, pero, de momento, mi labor no ha terminado…
Retrato de Saturnina Canaleta (detalle). Federico de Madrazo.
En 2014, el italiano Rino Stefano Tagliafierro lanzó en internet el cortometraje “Beauty” (Belleza) en el que da movimiento a grandes obras maestras de la pintura. Se trata de un creativo vídeo en el que las nuevas tecnologías intervienen en el arte clásico, animando figuras y elementos de cada pintura.
Para Tagliafierro, la clave es contar una historia, hacer emerger emociones ocultas, manteniendo un equilibrio entre la obra original y su intervención. Por eso, los movimientos son poco aparatosos y muy breves en duración.
Cinco años después, en 2019, ha realizado el vídeo, producido por “El País Semanal” para celebrar el bicentenario del Museo del Prado, titulado “El Prado: Belleza y locura”. En él ha dado movimiento a treinta obras maestras del Prado entre las que yo destacaría las de El Bosco, Tiziano, Rubens, José de Ribera, Velázquez y Goya.
El vídeo ha recibido críticas por “estropear” unas obras de arte que no necesitan burdos movimientos para tener vida.
No creo que sea para tanto. Se trata de un espectáculo audiovisual que ha utilizado el arte para crear algo diferente y, de alguna manera, nos invita a mirar con ojos nuevos obras maestras de la pintura. A mí logra sumergirme en cada uno de los mundos que representan los cuadros, pero, claro, tal vez, con los años, voy teniendo la “manga demasiado ancha”…