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martes, 31 de mayo de 2016

El grano de granada

“Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”.
(Juan 8, 7-8)



Fuente: “El rey de los mendigos y otros cuentos hebreos” de Peninnah Schram.

Los cuentos tradicionales hebreos abundan en historias sobrenaturales, ingeniosas, aleccionadoras y humorísticas. Todas ellas están repletas de valores morales.

«Había una vez un zapatero muy pobre que, aunque se pasaba el día trabajando, muchas noches no tenía nada que dar de cenar a sus hijos.

Un día pasó junto a una panadería de la que salía un delicioso olor a pan recién hecho. “Voy a llevarme uno”, pensó de pronto. “Mis hijos lo necesitan, y el panadero ni siquiera se dará cuenta. Cuando reúna unas cuantas monedas, vendré a pagarlo”.

El zapatero agarró una hogaza, pero el pan se le resbaló y el panadero empezó a gritar:

—¡Al ladrón, al ladrón!

Llegaron dos guardias, arrestaron al zapatero, y lo encerraron en una celda en la que no entraba más que un poco de luz procedente de una minúscula ventana enrejada.

Una mañana, el zapatero notó un golpe en la mejilla. Un caballo que pasaba por la calle le había dado una patada a una granada que estaba en el suelo; y el fruto, tras pasar por la reja de la celda, se había estrellado contra la cara del zapatero. Cuando estaba a punto de comérsela, se le ocurrió una idea. De pronto empezó a decir en voz alta:

—Si el sultán supiera mi secreto, seguro que me perdonaría la vida, y a los guardias que me llevasen, les daría una magnífica recompensa.

Los guardias, al oír aquellas palabras, llevaron al zapatero ante el sultán, que preguntó inmediatamente al prisionero:

—¿Es verdad que guardas un secreto maravilloso?

—Sí, señor.

—¿Y de qué se trata?

—De un regalo que mi hizo mi padre. Él lo heredó de mi abuelo, y mi abuelo lo recibió de mi tatarabuelo. Se trata de este grano de granada. Si uno lo planta al anochecer, a la mañana siguiente tendrá en su jardín un granado crecido y cargado de frutos. Y lo más asombroso es que cada uno de los granos de esas granadas será tan prodigioso como éste que os estoy enseñando.

—Te diré lo que vamos a hacer: al atardecer nos encontraremos en los jardines de mi palacio y plantaremos el grano. Si mañana por la mañana se ha convertido en un árbol cargado de frutos, te dejaré en libertad. Pero si me has mentido, mandaré que te encarcelen para siempre.

—Me parece muy bien —dijo el zapatero con una gran sonrisa.

Los guardias se llevaron al zapatero al calabozo, pero al atardecer volvieron por él y lo condujeron hasta los jardines de palacio. Enseguida apareció el sultán, acompañado por sus ministros, y le hizo una señal al zapatero para que plantara la semilla. El zapatero cavó un hoyo, se agachó ante él, pero, cuando parecía a punto de arrojar el grano, levantó la cabeza y dijo:

—¡Oh sultán! Mi padre me advirtió que, para que el granado crezca durante la noche y dé fruto por la mañana, es preciso que sea plantado por un hombre honrado. Yo no puedo plantarlo, pues he robado una hogaza de pan para dar de comer a mis pobres hijos, que están muertos de hambre…

Nada más decir estas palabras, el zapatero se volvió hacia el gran visir y añadió:

—Vos, en cambio, que sois el hombre de confianza del sultán, sí que podéis plantar la semilla. La gente os tiene por la persona más honrada del reino…

El visir permaneció callado unos instantes, y luego dijo en voz muy baja:

—… No soy digno de plantar ese grano, pues, una vez, hace años, me apropié de un consejo que alguien me dio para el sultán y lo hice pasar por mío. Gracias a ese consejo, me ascendieron y obtuve una recompensa por mis servicios. Por tanto, no puedo decir que sea un hombre completamente honrado.

Entonces, el zapatero se volvió hacia el tesorero y le tendió el grano.

—Vos sois un hombre muy importante y respetable —le dijo—. El sultán os confía su fortuna. Sin duda sois una persona honrada. Hacednos, pues, el honor de plantar la semilla para que mañana podamos probar las granadas del árbol.

El tesorero inclinó la cabeza y susurró:

—Por desgracia, creo que yo tampoco puedo plantarla. Hace algún tiempo, el sultán me ordenó que le diera una espléndida recompensa a un buen hombre que se la merecía y me guardé una parte del dinero para mí sin decírselo a nadie.

El zapatero se dirigió entonces al sultán.

—¡Oh, sultán! —le dijo—. No hay duda de que Su Majestad es el hombre más honrado del reino. Tomad esta semilla y plantadla con vuestras manos.

El sultán bajó la mirada y susurró:

—Por desgracia, creo que yo tampoco puedo plantar la semilla. Más de una vez he declarado la guerra a otros pueblos sin más propósito que el de enriquecerme…

—¡Oh sultán! —dijo entonces el zapatero—. Vos y vuestros ministros habéis alcanzado un alto grado de poder y riquezas, pero aun así no sois lo bastante honrados para plantar este grano de granada. ¿Qué hay, pues, de horrible en que un pobre zapatero como yo robara una hogaza de pan para sus pobres hijos? Cierto es que robar está mal, pero debéis entender mi situación…

De pronto, el sultán soltó una gran carcajada y exclamó:

—¡Eres un hombre inteligente, zapatero, y nos has enseñado, a todos, una lección muy importante! Te prometo que ni tú no los tuyos volveréis a pasar hambre nunca más. Te devolveré la libertad y te dejaré marchar a tu casa con una buena recompensa.

El zapatero volvió a casa muy contento, montado en un carruaje del sultán. Y, nada más llegar, apareció el tesorero, quien le entregó tres cosas: un cofrecillo lleno de monedas de oro, un documento en el que el sultán le nombraba zapatero real y una cesta enorme llena de vistosas granadas».


jueves, 26 de mayo de 2016

La botella medio vacía

Fuente:“Ahora yo” de Mario Alonso Puig.

Una de las creencias más dañinas que puede poner en marcha nuestra mente, es la que da lugar a la percepción de “la botella, medio vacía”.

Sabemos que donde ponemos la atención van nuestras emociones, va nuestra energía, y se hace más real para nosotros. Cuando solo se ve “la botella, medio vacía” es porque nuestra atención se ha enfocado precisamente en este aspecto de la vacuidad de la botella. Esto impide que nos demos cuenta de que la misma botella ofrece simultáneamente dos realidades diferentes: la mitad, medio vacía, y la otra mitad, medio llena.

Hay muchas personas que no son conscientes de ello. No es que decidan de forma voluntaria ver las cosas de esta manera, sino que son arrastradas a ver así las cosas por algunas creencias limitantes. Con frecuencia quedamos atrapados en una serie de ideas y creencias disfuncionales que hacen que tengamos una imagen distorsionada de nosotros mismos y del mundo. No vemos el mundo que es, sino el mundo que nosotros construimos en base a lo que creemos.

La persona cautivada por esta percepción que hace ver “la botella, medio vacía”, está fundamentalmente resentida y por eso no suele ser agradecida. ¿De qué va a estar agradecida esa persona, si la botella que ve está siempre medio vacía?

No hay límite para el nivel de insatisfacción al que puede llegar esta tendencia, porque estas personas siempre se están comparando con aquellas que tienen más que ellas, y todos sabemos que, llevado al extremo, esto nunca tiene fin. Hasta un yate de lujo puede tener siempre un metro más de eslora.

Una persona que esté afectada por esta manera de ver las cosas nunca va a sentirse plenamente satisfecha con nada ni por nada. Este tipo de hábito mental pernicioso tiene muchas consecuencias negativas y la principal es que no hay un reconocimiento sano de lo que se va logrando en la vida. Ello lleva a experimentar la sensación de que se haga lo se haga nunca va a ser suficiente. Se trata, por tanto, de una creencia que genera a su vez un hábito de pensamiento, el cual va metiéndonos en una espiral negativa que puede finalmente conducirnos a la desesperanza y a la depresión.

Quien está “contaminado” por este “residuo tóxico” en forma de creencia negativa y disfuncional, da por sentado, da por cierto e incuestionable, que hay algo en su esencia que es incompleto, que le falta, y por eso todos sus esfuerzos están encaminados a superar, a cubrir esa deficiencia. Su mentalidad de “yo no soy suficiente” la proyecta al mundo exterior en forma de “nada de lo que hago es suficiente”. Como consecuencia de ello, no hay un reconocimiento sincero y profundo por los éxitos alcanzados. Siempre falta algo, siempre todo es incompleto, siempre la “botella está medio vacía”.

No pensemos que ver la botella medio vacía es el camino para superarse porque no lo es. Es cierto que, al comienzo, es un buen acicate para conseguir las cosas, pero con el tiempo uno se acaba agotando hasta darse por vencido.

Debemos observar algunas de nuestras actuaciones y reflexionar sobre ellas. Solo así nos encontraremos con algunas de estas creencias limitantes, que nos están dificultando avanzar hacia la plenitud como ser humano. Cuando una de estas creencias inconscientes es expuesta a la luz de la consciencia, se debilita tanto que su presencia en nuestras vidas queda muy limitada y podemos hacer algo para empezar a contrarrestarlas.


sábado, 21 de mayo de 2016

¿Puede el ser humano ofender a Dios?

Fuente: “Al sur de la razón” de Juan José Benítez.

¿Podemos ofender a Dios? ¿Existe el pecado como transgresión voluntaria y consciente de las leyes divinas? ¿Tiene la finita mente humana la capacidad de herir, o molestar al Ser Supremo?

¿Puede una hormiga levantar la cabeza e insultar al hombre que ha pisado el hormiguero? Si eso llegara a suceder sería un milagro, nunca un pecado. La distancia entre la mente humana y la divina es infinitamente más grande que entre la hormiga y el hombre. Es una insolencia afirmar que pecamos contra Dios. Otra cuestión, es pecar contra los hombres o contra sí mismo.

Dios quiere que seamos “santos” (perfectos), pero no ahora. La “santidad” no evoluciona porque “es” y en la materia, todo evoluciona hacia delante. Vivir no significa acertar.

El Amor (con mayúscula) no conoce la palabra "castigo”. El Infierno es un invento humano.


lunes, 16 de mayo de 2016

Ver al otro (II)

Esta leyenda está incluida en el libro “Quiero un cambio” de Bernardo Stamateas.

Una leyenda judía dice que dos hermanos estaban compartiendo un campo y un molino. Cada noche dividían el producto del grano que habían molido juntos durante el día. Un hermano vivía solo y el otro se había casado y tenía una familia grande.

Un día el hermano soltero pensó: “No es justo que dividamos el grano de manera equitativa, yo solo tengo que cuidarme a mí mismo, pero mi hermano tiene niños que alimentar”. Así que cada noche, secretamente, llevaba algo de su harina a la bodega de su hermano.

Pero el hermano casado pensaba en la situación de su hermano y se decía: “No está bien que dividamos el grano equitativamente, porque yo tengo hijos que me proveerán cuando sea anciano, pero mi hermano no tiene a nadie, ¿qué hará cuando esté viejo?”. Así que también cada noche llevaba secretamente parte de su harina y la ponía en la bodega de su hermano.

Lógicamente, cada mañana ambos hermanos encontraban sus provisiones de harina misteriosamente con la misma cantidad.

Hasta que una noche se encontraron en medio del camino entre sus casas y se dieron cuenta de que lo más valioso que tenían era el amor que profesaban el uno por el otro.


miércoles, 11 de mayo de 2016

Meterse a redentor

“No des a nadie lo que te pida, sino lo que entiendes que necesita; y soporta luego la ingratitud”.
Miguel de Unamuno



Fuente: “Aprendiz de sabio” de Bernabé Tierno.

Tras una persona bondadosa, solidaria y de gran corazón siempre hay decenas de “listos”, aprovechados y desaprensivos que le complican y amargan la existencia con sus propios conflictos y errores. Por eso, el aprendiz de sabio practica la bondad y el bien a su paso, pero no permite que le confundan y le tomen por tonto.

No cometas la torpeza de convertirte en redentor de causas perdidas o en pie que soporta todos los pisotones. Si alguien pretende pasarte la patata caliente de sus conflictos y problemas personales, no los cojas. No eres el delantero centro del equipo que ha de sortear obstáculos en la vida de nadie, recoger todos los pases y al final disparar para meter en la portería de su vida el gol del éxito. Nadie puede jugar por otro la pelota de la propia existencia. ¡Qué cada cual aprenda a jugar la pelota de su vida! Tú debes emplearte a fondo en tus propias jugadas.

No está mal el consejo que nos da Miguel de Unamuno en la frase que inicia esta entrada. En cualquier caso, la ingratitud es seguro que la padeceremos.

Hagamos el bien que en conciencia creemos que debemos hacer, pero no esperemos nada a cambio. Que solo nos mueva el bien que hacemos y que nos hace ser buenas personas.


viernes, 6 de mayo de 2016

Dignificar el envejecimiento

Si antes de nacer estamos en manos del ginecólogo y después del pediatra ¿por qué al llegar a la senectud se limita el acceso al geriatra, el especialista de los mayores?

Los ancianos no son adultos mayores, ni bebés y cuando se les trata como lo que no son, se perjudica su salud y su calidad de vida.

Los geriatras son los especialistas de las personas mayores y lo que pretenden es contribuir a que este sector de la población viva de forma autónoma e independiente más años y con más calidad de vida.

En el mundo médico y académico no se discute el papel del geriatra como el especialista del mayor. Un anciano atendido en un entorno adecuado y especializado, ajustado a sus necesidades, alcanza mejores resultados de salud.

El Sistema Nacional de Salud tiene unas estructuras sanitarias que no están adaptadas a las necesidades y características de la población mayor a pesar de que son los principales consumidores de las mismas. Muchos de los mayores son mal diagnosticados por los médicos de atención primaria u otros especialistas y acaban cansados de tanta sala de espera.

España será a mitad del siglo XXI el país más envejecido del mundo. Según el Instituto Nacional de Estadística, a 1 de enero de 2016, el 19,9 % de la población española es mayor de 65 años. Sin embargo, el número de los especialistas en geriatría no es el suficiente: apenas 1.100 en una población de mayores que pasa de 8 millones. Se presenta, además, un gran desequilibrio entre las distintas comunidades autónomas.

La SEMEG (Sociedad Española de Medicina Geriátrica) es una de las entidades que lleva luchando años para garantizar a nuestros mayores la mejor atención sanitaria posible. A finales del 2011, puso en marcha la campaña “Salva un viejo” para hacer una llamada de atención a las instituciones y colectivos sociales, a las administraciones sanitarias y a la sociedad en su conjunto sobre la necesidad de la mejorar la atención sanitaria a los mayores e impulsar la creación de una red de servicios de geriatría en el Sistema Sanitario de Salud. Dicha campaña incluía un cortometraje que protagonizó el actor Juan Antonio Quintana en el que se muestra “la cruda realidad” de muchos mayores que se sienten solos y resignados ante la llegada de la vejez, que se convierte para muchos en un peregrinar por consultas médicas, de las que salen con poca ilusión de mejora.

Si no reconocemos el valor del geriatra como el especialista del mayor...

Si no adaptamos las estructuras sanitarias a las necesidades de los mayores...

Si no nos centramos en prevenir la dependencia...

Si no ayudamos a nuestros ancianos a vivir con mayor independencia y mejor calidad de vida...

Les estamos negando el derecho a recibir la mejor asistencia sanitaria posible.


domingo, 1 de mayo de 2016

La jaula interna

Fuente: “101 cuentos clásicos de la India” recopilados por Ramiro Calle.


El loro que pide libertad

Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.

Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:

—¡Libertad, libertad, libertad!

No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.

Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “¡Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón.

¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: “¡Libertad, libertad!”.

Como este loro, son muchos los seres humanos que dicen querer madurar y hallar la libertad interior, pero que se han acostumbrado a su jaula interna y no quieren abandonarla.