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martes, 28 de abril de 2020

Los maestros también lloramos

En esta entrada, recojo el artículo de opinión que Carmen Carvajal Romero, directora del CEIP “Los Alcalá Galiano” de Doña Mencía (Córdoba), publicó el día 11 de abril en el diario digital “Córdoba”.

«Un día, de golpe y porrazo, nos dicen que tenemos que recogerlo todo rápidamente y marcharnos a casa. Las altas esferas afirman que tenemos que seguir dando clase telemáticamente. Parece fácil, ¿verdad?

Algo tuvimos claro desde el principio: seguir con un repaso de lo ya trabajado en clase para dar margen de reacción a familias, niños y maestros. No avanzaríamos materia, solo cortas tareas que se podrían hacer rápido, más aún que cualquier tarde de estudio.

Comenzamos a ver qué medios funcionan mejor y nos damos cuenta de que, al igual que nosotros y nuestra propia familia, contamos con situaciones totalmente distintas: papás que tele-trabajan, familias monoparentales con un móvil para los dos hijos, hogares sin internet... pero para las altas esferas eso da igual.

La vida seguía y lo peor estaba por llegar: llamada de los superiores este lunes a las 9 de la mañana para recordar que hay que avanzar materia (lo haremos después de Semana Santa). ¿Cómo lo vamos a hacer? Y es que en la cabeza de los mandamases del país no entra que lo más importante ahora es sobrevivir en todos los sentidos: psicológica y físicamente. ¿Pero a ellos? A ellos les da igual.

Pues señores mandamases, los maestros y directores también lloramos. Lloramos porque tengo un padre en una situación horrible como autónomo, tengo una hermana en medio del caos madrileño y tengo a 32 maestros, 545 papás y mamás, y 360 niños esperando ver cómo solucionamos algo que no tiene solución.

“Tenemos que avanzar materia”. A partir de aquí, tendremos que habilitar los equipos, tendremos que enseñar al profesorado, tendremos que enseñar a las familias, tendremos que instalar programas para videoconferencias, tendremos que adaptar el futuro temario, tendremos que decir que los exámenes no podremos hacerlos, tendremos que... ¡Sobrevivir al coronavirus!

No os preocupéis, mandamases, que llevamos muchos días trabajando para llevar a cabo lo mejor posible todo nuestro trabajo. No os preocupéis porque sobre nuestra espalda cae el peso de la responsabilidad, el peso de toda aquella gente que dice que cobramos sin trabajar, o el peso de aquellas familias que pueden llegar a decir que hacen nuestro trabajo... Porque, mandamases, nosotros también lloramos.

No solo tenemos que sobrevivir al caos que estamos viviendo en todo el mundo, tenemos que sobrevivir a las desigualdades familiares, a nuestros propios problemas, a las críticas (porque nunca lo haremos bien para todos), sobrevivir a vuestras órdenes y, sobre todo, sobrevivir a una situación jamás antes vivida, en una constante incertidumbre. Porque, mandamases, nosotros tampoco contamos con los recursos y por eso, día a día, los maestros también lloramos».


sábado, 25 de abril de 2020

Ya que estamos…

Ahora que tan unidos estamos los privilegiados seres humanos que vivimos en el primer mundo, luchado contra el coronavirus Covid-19…

Tal vez, cuando salgamos de esta, ya que estamos, podríamos hacer algo para que no mueran 24.000 personas de hambre al día.

Ahora que hemos sido capaces de construir hospitales en pocos días, ya que estamos, tal vez podríamos seguir construyéndolos en otros países que carecen de la más mínima estructura sanitaria y, tal vez, podríamos conseguir que tengan agua potable…

Cuando, en tiempo récord, hayamos conseguido la vacuna y los medicamentos que nos defenderán de este coronavirus, ya que estamos, tal vez podríamos hacer lo mismo con la malaria de la que mueren más de 400.000 personas cada año…

Y si nos parece que esos seres humanos están muy lejos, tal vez, cuando acabe todo esto, ya que estamos, podríamos seguir ayudando a nuestros ancianos para que no se sientan tan solos.

Digo yo, ya que estamos…


lunes, 20 de abril de 2020

Los expertos (III)

Fuente: Esta entrada, está inspirada en el artículo “No. El curso no se pierde” de Bárbara Sánchez Sánchez.

Estoy muy cansada de los “expertos”. Dicen que son expertos en educación. Lo pongo en duda, pero, si realmente lo fueran, estoy segura de que hace mucho tiempo que no pisan un aula.

Yo soy maestra, llevo 36 años en la escuela, y no me considero experta porque eso supondría que lo sé todo, o casi todo, de la educación y no es así. Soy maestra y aprendiza.

Harta estoy de los “expertos”, pero más lo estoy, si cabe, de los “gurús de la enseñanza” que no pierden ocasión ni de “bombardearnos” con las convicciones de sus mundos ideales ni de “pegarnos la paliza” para satisfacer su prurito proselitista.

Unos te hablan con términos sacados del mundo empresarial y financiero: emprendimiento, competencias, estándares…, otros te llenan de anglicismos acabados en “ing”: teaching, flipping, coaching…, otros te acribillan con una lista interminable de recursos “maravillosísimos” que te ofrecen las nuevas tecnologías y otros, con lo último de lo último en vanguardias psicopedagógicas. Pero mira tú por dónde, aun a riesgo de parecer sospechosa de no ser buena docente, yo escojo ser maestra del “re” y prefiero repensar, reconsiderar, reflexionar, redistribuir, recomponer, reivindicar, recordar, redescubrir, recibir, recapacitar, recompensar, readaptar…

Cuando de hacer normativas se trata, son estos “expertos” los que asesoran a quienes ostentan los cargos de responsabilidad en la administración. Para ellos, no nos engañemos, los maestros somos meros números y las normativas terminan utilizándose como arma política y partidista al servicio de sus propios ideales.

He de reconocer, sin embargo, que tienen una gran habilidad utilizando la burocracia para sobrecargarnos de tareas que no nos corresponden y tenernos, así, calladitos. Verdaderamente son expertos en generar desunión y enfrentamiento: entre docentes, entre familias y docentes, entre escuela pública y privada… y en olvidar que a los niños les estamos imponiendo, en un modelo social que no nos permite conciliar la vida laboral y familiar, un ritmo totalmente insano en el que, entre el aula matinal, clases, comedor y actividades extraescolares, pasan más de diez horas diarias en el colegio.

Ahora que, por el estado de alarma frente al coronavirus, estoy trabajando a distancia y usando “a destajo” las nuevas tecnologías, he podido constatar algo que siempre he sabido: las pantallas son un mero instrumento y nunca podrán reemplazar, le pese a quien le pese, mi trabajo como maestra. ¿Acaso el emoticono del beso puede sustituir el roce de los labios de un ser querido en la cara? Si piensas que sí, “apaga y vámonos...”.

Mis alumnos/as NO son números, son niños y niñas, con nombre y apellidos, a los que conozco muy bien. Ellos, sus familias y yo estamos trabajando desde el minuto cero. Es nuestra responsabilidad.

El mundo se ha parado y tenemos la oportunidad de cambiar, pero sé, ojalá me equivoque, que volveremos a la locura de siempre.


miércoles, 15 de abril de 2020

Objetivo: salvar la naturaleza

Félix Rodríguez de la Fuente

El naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980), defensor de la naturaleza y gran divulgador en el ámbito de la fauna y la ecología, realizó muchos documentales para radio y televisión, destacando entre ellos la serie “El hombre y la Tierra”.

El 23 de marzo de 1978 se emitió en Radio Nacional de España, el tercer capítulo que realizó para la serie: “Objetivo: salvar la naturaleza”. El capítulo se titula “La ecología y el cuidado de la naturaleza”. En él, hace referencia al ilustre biólogo Jean Dorst, autor de “Antes de que la naturaleza muera”, que supo sintetizar los problemas que acuciaban al mundo natural.

Hace 42 años, Félix Rodríguez de la Fuente reflexionaba sobre la necesidad de que los avances científicos prevalecieran sobre los intereses políticos. A continuación, adjunto un fragmento del programa en el que critica a los gobiernos por dejar sus decisiones en manos de los políticos en lugar de hacerlo en las de los científicos y especialistas.

 Fragmento programa de RNE “La ecología y el cuidado de la naturaleza” (23-03-1978).

«Si bien conocemos, con una gran claridad ya, cuáles son los procesos que tienen lugar en los ecosistemas terrestres; si bien sería posible copiar esos procesos para que la propia humanidad los llevara a cabo, sin embargo, los ecólogos y, en definitiva, los sabios, tienen muy poco que hacer, aún, en el presente y en el futuro próximo de la humanidad.

¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Porque, aunque parezca mentira, cuando la humanidad tiene que tomar una medida inmediata, drástica, absolutamente trascendente, cuando a usted, por ejemplo, le tienen que operar de apendicitis, llama a un científico, a un médico, a un cirujano para que lo haga. Cuando usted o yo tenemos el curarnos una pulmonía, echamos mano de un antibiótico que ha sido descubierto por un científico. Cuando hay que hacer un puente para que pase sobre él un ferrocarril que no queremos que se caiga en el momento en que vamos dentro, echamos mano de otro científico: de un ingeniero. Ahora bien, cuando se quieren tomar medidas a medio y a largo plazo, quien lo decide es un hombre que, generalmente, tiene muy poco de científico y si lo tiene, es por casualidad. Es un político, en la base de cuya política hay filosofía, pero muy pocas veces ciencia; que tiene unos asesores científicos a los que puede escuchar o no, pero que, generalmente, les escucha en función de la importancia que tenga su asesoramiento para su campaña electoral o para sus presupuestos de acceso al poder o de permanencia en el poder.

Aunque parezca mentira, amigos míos, la ciencia nos puede otorgar los elementos que precisamos para salvar la humanidad. Sin embargo, las decisiones no pueden, aún, tomarlas los científicos. Las toman los políticos y, en la base de los políticos, los filósofos, los que siempre se han considerado como portadores de la verdad.

Se han cansado de decir los científicos que no se puede montar una sola fábrica sin una planta depuradora convenientemente instalada. La verdad es que no se ha montado una sola fábrica con la planta depuradora o transformadora o recicladora de los elementos que esa planta industrial está echando a la naturaleza, porque la administración ha decidido que eso sería demasiado caro y que se perdería la capacidad competitiva del producto que se engendra en esa unidad industrial. De nada ha servido el informe de la ciencia.

La ciencia ha dado un informe de que, si se cazan más ballenas azules, la especie desaparecerá. Los políticos, los administrativos de la pesca en naciones como el Japón, como Noruega o como Rusia, no los científicos, han decidido que se sigan pescando más ballena.

Esa es, amigos míos, la triste realidad con la que se enfrenta el que pretenda tener en su vida, como nosotros en nuestro programa, el objetivo de salvar la naturaleza.

De poco servirán los informes fidedignos, objetivos y básicos de todos los investigadores y de todos los científicos, porque, a la larga, serán empleados en la medida en que convengan políticamente a la administración de los grandes o de los pequeños países.

¿Cómo podría explicar, por ejemplo, un estudioso de la conducta humana a un país tercermundista que es posible que sean más felices sus súbditos con un tipo de existencia neolítico, viviendo en pequeños poblados donde labran personalmente la tierra, donde generan sus alimentos, donde todavía realizan sus funciones fisiológicas directamente sobre el campo, abonando con sus heces fecales los lugares donde van a plantar luego el mijo, el arroz o el trigo? Ellos quieren tener un televisor, un automóvil, un frigorífico y, a ser posible, trabajar en una fábrica. No habría manera de convencerlos de que felicidad no tiene nada que ver con posesión material. No habría manera de convencerlos de que la renta per cápita no traduce una renta per cápita “felicitaria”, sino solamente material. Y, como los políticos, para permanecer y para perpetuarse, precisan constantemente elevar el poder adquisitivo de sus súbditos, y precisan mantenerse en esa tremenda competencia material en la que está sumido, al menos, el mundo occidental, los informes de los sabios no servirán prácticamente para nada.

El tema es como para poner la carne de gallina, porque dicen los sabios que, si continuamos durante 50 o 100 años, sin escuchar sus informes, y guiados únicamente por presupuestos de orden administrativo, político o filosófico, es muy posible que no podamos contar a las generaciones venideras, que no vendrán, la catástrofe de una especie que se auto titula sapiens».


viernes, 10 de abril de 2020

Volverá la primavera


 “Aleluya del silencio”. María Ostiz.

El 21 de marzo, a propuesta de la Unesco, celebramos el “Día Mundial de la poesía” también denominado en Europa “Primavera de los poetas”. Este año, ese día, el portal de la diócesis de Málaga publicó el poema “La primavera” de la hermana Lucía, una monja de clausura, carmelita descalza de la orden de Santa Teresa de Jesús, del convento de Antequera.

La primavera ha llegado este año con menos color y alegría de lo habitual. No podemos entrar y salir cuando nos plazca, sentarnos en una terraza a tomar algo con los amigos o dar un simple paseo sin pensar lo que podemos o no podemos tocar, pero una mujer, que desde los diecisiete años eligió la vida contemplativa como opción de vida, por convicción y no por imposición, nos trae con su poema un esperanzador mensaje.

Según la hermana Lucía, una tarde, en el silencio de la oración, pensando en el dolor del mundo, llegó a su mente una frase: “Necesitamos la primavera”. De su mente, pasó a su corazón y el cielo le regaló este sencillo poema lleno de esperanza… (Ya sabéis que yo creo que las ideas y pensamientos no son nuestros: los recibimos, eso es todo).

Las crisis son momentos para crecer, no para aniquilarnos. Andábamos demasiado distanciados unos de otros, sin mirarnos frente a frente a los ojos, con relaciones virtuales. Ahora que se nos prohíben los besos y los abrazos, compartimos el deseo de volver a encontrarnos.

Pero la primavera llegará y volveremos a besarnos y abrazarnos. Las calles volverán a llenarse del rumor de la gente. Este virus, tal vez, saque lo mejor que cada uno llevamos dentro, tal vez miremos a la muerte sin miedo y con esperanza, tal vez miremos al cielo y comprendamos…

Hasta entonces, desde tu ventana o desde lo más hondo de tu corazón, mira a lo alto… y confía.

Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...

Si se atreverá a cruzar
nuestros pueblos despoblados,
colgando en nuestros balcones
la magia de sus geranios.
Si dejará su sonrisa
esculpida en nuestros campos,
pintando nuestros jardines
de verde, de rojo y blanco.

Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...

Cuando llegue y no nos vea
ni en las calles ni en los barrios,
cuando no escuche en el parque
el paso de los ancianos,
o el bullicio siempre alegre
de los chiquillos jugando.
Si creerá que equivocó
la fecha del calendario,
la cita que desde siempre
la convoca el mes de marzo.

Si sabrá la primavera
que la estamos esperando.

Cuando estalle jubilosa
llenando de puntos blancos
los almendros, los ciruelos,
los jazmines, los naranjos,
y no vea que a la Virgen
la preparan para el Paso.
Que se ha guardado el incienso,
el trono, la cruz y el palio.
Y que Cristo, igual que todos,
está en su casa encerrado,
y no lo dejan salir
ni el Jueves ni el Viernes Santo...

¿Pensará la primavera
que tal vez se ha equivocado?

¿Escuchará los lamentos
de quien se quedó en el paro,
de quien trabaja a deshoras
por ayudar a su hermano,
de aquél que expone su vida
en silencio y olvidado?
¿Escuchará cada noche
los vítores, los aplausos
que regalamos con gozo
al personal sanitario?

¿Pensará la primavera
que tal vez se ha equivocado
y colgará sus colores
hasta la vuelta de un año?

Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...

Que se nos prohíbe el beso,
que está prohibido el abrazo;
el corazón, sangre y fuego,
el corazón desangrado.

Si sabrá la primavera
que ya la estamos soñando...
Asomados al balcón
de la Esperanza, esperamos
como nunca, que ella vuelva
y nos regale el milagro
de ver florecer la vida
que hoy se nos va de las manos...

¡Bienvenida, primavera!
Hueles a incienso y a ramos,
con tu traje de colores
y los cantos de tus pájaros.
Ven a pintar de azul-cielo
esta tierra que habitamos.

¿No sentís que en este mundo
algo nuevo está brotando?
Si será la primavera
que está apresurando el paso...

Lucía Carmen de la Trinidad.
Carmelita descalza. Antequera.

martes, 7 de abril de 2020

El capitán y el grumete

El diálogo titulado “Il capitano e il mozzo” del escritor italiano Alessandro Frezza, ha tenido una gran difusión (me da no sé qué pronunciar la palabra “viral”) en estos días de aislamiento. Se trata de la conversación mantenida entre el capitán de un barco y un grumete que se siente mal por no poder desembarcar a causa de una epidemia y tener que pasar la cuarentena en el barco.

Este texto fue atribuido erróneamente, en las redes sociales, a Carl Gustav Jung, uno de los padres del psicoanálisis. Al parecer, Alessandro Frezza lo público en su página de Facebook, siendo compartido después en la página “El libro rosso di Jung” y, a partir de aquí, alguien debió difundirlo con la atribución equivocada.

Se trata de una reflexión sobre cómo se le puede sacar el máximo provecho a una situación negativa y cómo los momentos más difíciles encierran el gran propósito del reencuentro con la esencia de la vida.

—Capitán, el chico está preocupado y muy alterado debido a la cuarentena que nos han impuesto en el puerto.

—¿Qué te inquieta, chico? ¿No tienes bastante comida? ¿No duermes bien?

—No es eso, capitán. No soporto no poder bajar a tierra ni poder abrazar a mi familia.

—Si te dejaran bajar y estuvieras contagioso, ¿soportarías la culpa de infectar a alguien que no pudiera superar la enfermedad?

—No me lo perdonaría nunca, aunque creo que han inventado esta epidemia...

—Puede ser, pero ¿y si no fuera así?

—Entiendo lo que quiere decir, pero me siento privado de libertad, capitán. Me han privado de algo mío.

—Prívate tú de algo más.

—¿Me está tomando el pelo?

—En absoluto. Si te privan de algo y no respondes de forma adecuada, has perdido.

—Entonces, según usted, ¿si me quitan algo, para vencer, debo quitarme alguna cosa más por mí mismo?

—Así es. Yo lo hice en la cuarentena de hace siete años.

—¿Y qué es lo que se quitó?

—Tenía que pasar más de veinte días en el barco. Llevaba meses esperando llegar a puerto y gozar de la primavera en tierra. Hubo una epidemia. En Port April nos prohibieron bajar.

Los primeros días fueron duros. Me sentía como tú ahora. Luego, empecé a responder a aquellas imposiciones no utilizando la lógica. Sabía que después de veintiún días teniendo un comportamiento, se crea un hábito y, en vez de lamentarme y adquirir costumbres desastrosas, empecé a portarme de manera diferente a los demás. Antes, reflexioné y pensé en aquellos que tienen muchas privaciones y una vida miserable y, luego, decidí vencer.

Empecé con el alimento. Me puse a comer la mitad de lo que comía habitualmente, después comencé a seleccionar los alimentos que se digerían mejor y comí alimentos tradicionalmente sanos. El paso siguiente fue unir a esto una depuración de pensamientos malsanos para tener pensamientos cada vez más elevados y nobles.

Me impuse leer, al menos una página cada día, sobre algún tema desconocido para mí.

Me obligué a hacer ejercicios en el puente del barco. Un viejo hindú me había dicho años atrás que el cuerpo se potenciaba reteniendo el aliento… Me propuse hacer profundas respiraciones cada mañana. Creo que mis pulmones nunca habían llegado a tal capacidad y fuerza.

La tarde era la hora de las oraciones, de dar las gracias a cualquier entidad por no haberme dado un destino con privaciones serias a lo largo de mi vida. El hindú también me había aconsejado adquirir la costumbre de imaginar la luz entrar en mí y hacerme más fuerte. Podía funcionar también hacerlo para la gente querida que estaba lejos y así, esta práctica también la integré en mi rutina diaria sobre el barco.

En vez de pensar en todo lo que no podía hacer, pensaba en lo que haría cuando bajara tierra. Visualizaba las escenas cada día, las vivía intensamente y gozaba de la espera. Lo que podemos obtener enseguida, nunca es interesante. La espera sublima el deseo y lo hace más poderoso.

Me había privado de alimentos suculentos, de botellas de ron, de imprecaciones y palabrotas, de jugar a las cartas, de dormir mucho, de estar ocioso, de pensar solo en lo que me habían quitado…

—¿Y cómo acabó, capitán?

—Adquirí todos esos hábitos nuevos. Pude bajar después de mucho más tiempo del previsto.

—Lo privaron de la primavera, entonces, capitán…

—Sí, aquel año me privaron de la primavera y de muchas cosas más, pero yo había florecido. Llevaba la primavera dentro y nadie nunca más pudo quitármela.


jueves, 2 de abril de 2020

Volveremos a juntarnos


 “Volveremos a juntarnos”. Lucía Gil.

Te resulte evidente o no, el universo, que se desenvuelve como debe siguiendo sus propias leyes, tiene su forma de devolver el equilibrio alterado. En esta ocasión, estamos pagando un precio muy alto y un virus, que ha provocado una pandemia, nos ha obligado a parar forzosamente a una sociedad, basada en la productividad y el consumo, en la que todos corremos no sabemos bien para qué.

Ahora tenemos que estar quietos en casa, día tras día, teniendo que volver a ser familia, a utilizar nuestro tiempo sin un fin específico y nos han arrebatado el contacto real y la verdadera proximidad.

Ahora es cuando devolvemos el valor a un paseo por el parque, a los abrazos, a los besos, a las celebraciones familiares, a las reuniones con amigos, a un verano en la playa, a un amanecer, a una puesta de sol…

Ahora es cuando evidenciamos, de un mazazo, la fragilidad de la vida, que todo lo que tenemos puede perderse en cualquier momento, que no somos perdurables ni imprescindibles.

Ahora que resurgen algunas políticas e ideologías discriminatorias, aparece un virus que no respeta ni raza, ni dinero ni posición social.

En esta situación, el individualismo no es una opción. Lo único que nos puede hacer salir de esta situación es unirnos y cuidarnos como seres humanos, sin importar raza, sexo, edad, religión o ideas políticas. Todos somos importantes. De nuestras acciones dependen los que nos rodean y nosotros de ellos.

Solo nos salvará el poder de la tribu, del amor, de la solidaridad, del respeto hacia los demás, a nosotros mismos y hacia la naturaleza. Párate a pensar. Si esto acabara ahora, ¿el viaje habría merecido la pena?

Disfruta de la vida, que no se te escape de las manos. Da gracias cada día porque estar vivo es un regalo. La gratitud es un acto de humildad y una manifestación del amor. Con ella el universo se confabula a nuestro favor.

Los momentos más difíciles, encierran el gran propósito del reencuentro con la esencia de la vida. Ojalá que todo esto sirva para volvernos más humanos.