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miércoles, 26 de octubre de 2022

Estar en posesión de la verdad (II)

Enlazando con la entrada “Estar en posesión de la verdad”:

«...El ser humano, por su propia esencia, es falible y por ello sería absurdo pensar que siempre acierta o que siempre se equivoca.

Las personas que siempre creen estar en posesión de la verdad demuestran una ignorancia suprema, además de una arrogancia intolerable.

Entrenarnos para dialogar, escuchar, observar, eso sí que nos facilitará el conocimiento, pero pensar que lo sabemos todo, que la única misión de los que nos rodean es escucharnos, denota una miopía que ni el láser sería capaz de corregir...».


Fuente: “Fortalece tu carácter” de Javier Urra.

El ser humano se caracteriza por ser subjetivo. Vemos todo desde nuestro prisma y nos es muy difícil entender que otros no coincidan con nuestro planteamiento, forma de posicionarnos y conducirnos. Grave error, porque las perspectivas de cada persona se basan en sus creencias, en sus pensamientos y en lo que ha vivido.

A lo largo de nuestra vida, en nuestra evolución personal, vamos cambiando de perspectiva en nuestros gustos, ideología política y en temas esenciales para nuestra existencia, pero, sea como fuere, siempre seguimos teniendo un Yo con el que nos identificamos, que defendemos a ultranza y del que nos cuesta salir. Por eso, nos es difícil ser empáticos y conectar con el otro, sobre todo si su perspectiva es diferente o contraria a la nuestra.

Es importante saber que esto es así para intentar, en lo posible, llegar a las demás personas, comprenderlas, ponernos en su lugar, buscar la objetividad, interrogarnos de manera continuada y enriquecernos con ellas.

La subjetividad ciñe nuestra forma de conducirnos en la vida, sobre todo si nos rodeamos de personas que piensan como nosotros y que nos dan siempre la razón. Es por eso importante contactar con quienes tienen otras ideologías, otros valores, otras formas de posicionarse en la vida.

Escuchar distintas radios, leer distintos periódicos, ver distintos canales de televisión nos permitirá tener un concepto más poliédrico, más amplio, quizás más rico y relativo.

Hay personas extremadamente subjetivas, radicalmente subjetivas, que rozan el fanatismo, la creencia indemostrable, y lo que es peor, se sienten continuamente en posesión de la verdad, de la razón. No se puede estar más equivocado.


jueves, 20 de octubre de 2022

Aprender a manejar el pasado

Hoy quiero agradecer cado uno de los abrazos que me diste: los que me quitaban los dolores, los que me protegían, los que acariciaban mis penas, los que me llenaban de amor… ¡Cuánto echo de menos tus abrazos! ¡Cuánto necesito los que me traspasaban la confianza que tenías en mí y me llenaban de tu fuerza!


 “Recuérdame”. Banda sonora de la película “Coco”. (Piano).

Fuente: “Soluciones prácticas” de Bernardo Stamateas.

Todas las personas tenemos la capacidad de guardar en la memoria nuestras vivencias y de recordarlas cuando es necesario.

Un recuerdo es una señal de que hemos vivido. Es una especie de “souvenir” que nos advierte que hemos atravesado una determinada experiencia. Permanece en la memoria debido al impacto que produce a nivel emocional. La emoción es lo que adhiere un recuerdo a nuestra mente. Cuanto más profunda sea esa emoción, más se anclará el recuerdo.

Las situaciones pueden ser negativas, como la pérdida de un ser querido, o positivas, como el día de nuestra boda o el nacimiento de un hijo. Son imágenes que nos impactan emocionalmente y quedan grabadas en nuestra mente. Ambos tipos de emociones archivan el recuerdo en la memoria.

Los recuerdos tristes o negativos, aunque nos generen angustia, no hay que negarlos. Son parte de nuestra historia, pero necesitamos dejarlos salir.

En nuestra memoria, los buenos recuerdos nos provocan placer y alejan el estrés de nuestra vida y, además, hacen que todo lo malo que nos sucedió ya no tenga tanta influencia en nosotros. Por este motivo, es necesario contraponer a los recuerdos tristes, recuerdos positivos.

Perder, por ejemplo, a un ser querido es algo involuntario que ocurre lo queramos o no, pero dejarlo ir y ponerle un recuerdo positivo a ese hecho de dolor, es voluntario y lo hacemos nosotros. De no hacerlo, el dolor por la pérdida terminará lastimando nuestro ser y nuestras emociones.

Cuando en nuestra mente se repite una y otra vez la imagen de ese familiar querido, podemos comenzar a pensar qué experiencias bellas y agradables vivimos con esa persona que partió. Permitamos que el recuerdo triste aparezca, pero sumémosle ese recuerdo hermoso que vivimos.

Necesitamos aprender a manejar el pasado. ¿Qué deberíamos hacer con nuestros recuerdos? Recordar con afecto las vivencias positivas, porque eso nos hace sentir bien. En cambio, las vivencias dolorosas tienen que mezclarse con un recuerdo agradable que genere una sensación de bienestar y nos transporte a ese momento de alegría. Un recuerdo positivo nos lleva de la mano a través de la adversidad y nos permite rechazar lo malo y traer algo de paz al presente.

Todos podemos ser “generadores” de buenos recuerdos. Todos recordamos a la abuela, al abuelo, a la maestra y al amigo de la infancia, que dejaron una huella imposible de borrar en nosotros. Del mismo modo, somos capaces de generar recuerdos positivos en los demás.

Lo único que nos llevaremos de este mundo son los recuerdos de las experiencias vividas. Y estas son precisamente las que nos brindan felicidad, no las posesiones.

Las personas felices “obtienen” más experiencias bonitas que cosas materiales porque saben que estas duran para siempre. Un recuerdo maravilloso se conserva toda la vida.

Cuando un recuerdo triste o difícil que te genere ansiedad vuelva a tu mente, no lo niegues, pero súmale a este recuerdo triste un buen recuerdo. A partir de ahí, al mezclarlos, se producirá una transformación afectiva.


domingo, 16 de octubre de 2022

El ecoblanqueo o lavado verde

El “greenwashing”, ecoblanqueo, ecopostureo o lavado verde, es una forma de propaganda engañosa que utiliza una empresa u organización para promover la percepción de que sus productos, objetivos o políticas son respetuosos con el medio ambiente. En realidad, todo es falso y la finalidad es aumentar la reputación de la marca y sus beneficios.

El director de cine Adam McKay, que recientemente ha donado al “Fondo de Emergencia Climática” cuatro millones de dólares y se ha unido a su junta directiva, ha realizado un “falso anuncio” en el que critica la actividad de la multinacional petrolera Chevron que, con anterioridad, había realizado campañas de ecoblanqueo en las que aparecía como defensora del medioambiente.

El vídeo de McKay, parodiando las campañas de lavado verde, critica la actividad de la petrolera denunciando su papel en el agravamiento del cambio climático y el uso que hace de los recursos audiovisuales para confundir a los consumidores y lavar su imagen de marca.

El supuesto anuncio parece, al principio, una campaña publicitaria de Chevron con bellas imágenes de la naturaleza y de seres humanos disfrutando de ella, música relajante y un texto evocador: “En Chevron creemos que nada es más importante que la vida”… Podría pensarse, tal vez, que la multinacional está recalculando su estrategia para apuntarse a las energías renovables, pero, a los pocos segundos, el mensaje se convierte en una sátira despiadada que va creciendo hasta el desvarío.

El anuncio es extrapolable a otras compañías petrolíferas y a cualquier medio de comunicación o político que, a cambio de dinero, estén poniendo en peligro el futuro de la vida en este planeta.




martes, 11 de octubre de 2022

Cuenta tus penas y miedos


Fuente: “Somos lo que hablamos” de Luis Rojas Marcos.

Muchas personas que sufren experiencias amargas recurren de forma automática al silencio con el fin de enterrarlas en el olvido. El inconveniente de esta estrategia es que se arriesgan a reprimirlas en el inconsciente a largo plazo y convertirlas en focos de angustia. Además, al ocultar sus sentimientos, se aíslan de los demás justo cuando más alivio y apoyo solidario necesitan.

Las desdichas deben ser compartidas. Al narrarlas en voz alta organizamos nuestros pensamientos y hacemos más llevaderas las circunstancias y emociones que nos abruman. Por otra parte, nos beneficiamos de las expresiones de empatía y del aliento que recibimos de quienes nos escuchan y si, además, la conversación incluye a personas que han pasado por circunstancias similares a la nuestra, brota en nosotros el sentimiento tranquilizador de universalidad, la sensación de que “no soy el único”.

En todas las culturas, aquellos que se enfrentan a circunstancias adversas buscan conectarse con los demás, y el lenguaje hablado es el mejor medio para conseguirlo. Compartir nuestras preocupaciones en ambientes sociales receptivos estimula en nosotros emociones positivas y, a la larga, fortalece nuestra resistencia a las presiones cotidianas.

Diversos estudios sobre las reacciones de personas que se enfrentan a situaciones angustiosas, revelan que las más expresivas y comunicativas experimentan menos alteraciones en las pulsaciones cardíacas, la presión arterial y en los niveles de cortisol. Estos resultados apoyan la idea de que la comunicabilidad ayuda a neutralizar los efectos dañinos del estrés excesivo.

No cabe duda de que explicar a otras personas las adversidades que se cruzan en nuestro camino nos ayuda a superarlas, además de que nos permite recibir de quienes nos escuchan consejos o posibles fórmulas para aliviar el estrés o la pena que sentimos. Sin embargo, no todos tenemos la misma facilidad para hablar sobre temas dolorosos personales, ni nos sentimos cómodos por igual al expresar o describir lo que sentimos.

La predisposición a compartir intimidades es individual y está condicionada por nuestra personalidad, por experiencias pasadas y por las costumbres sociales. Por eso es importante tener en cuenta que el objetivo de compartir sentimientos penosos es desahogarnos, aliviar temores, poner en perspectiva nuestras emociones y deshacernos de esos secretos venenosos que tanto daño pueden causar a largo plazo.

Diversos estudios sobre este tema muestran que quienes graban en un magnetófono los detalles de sus experiencias traumáticas como si se las estuviesen narrando a un amigo o compartiendo con un terapeuta, organizan e integran en su vida esas experiencias, las superan y se recuperan a nivel físico y mental en pocos días.

Por el contrario, aquellos que se limitan a pensar o a comentarse a sí mismos interiormente las circunstancias penosas que vivieron no mejoran; de hecho, tienden a convertir las imágenes y emociones de las experiencias vividas en pensamientos desorganizados, repetitivos y obsesivos que invaden su mente durante meses.

También los niños pequeños que afrontan adversidades encuentran consuelo cuando personas de su confianza los animan a contar sus miedos, o a representarlos jugando con sus muñecos. El alivio es aún mayor si además estas personas adultas los escuchan con atención, contestan a sus preguntas con palabras claras y sencillas, y refuerzan en los pequeños la idea de que lo que sienten es real y merece consideración y respeto. A los niños les tranquiliza sentir que cuentan con la protección y ayuda de sus padres, familiares o cuidadores en esos momentos en los que el mundo les parece menos seguro que nunca.

En resumen, compartir con personas comprensivas y solidarias las cosas que nos afligen es una estrategia protectora de eficacia probada. El mero acto de transformar sentimientos de ansiedad, tristeza o indefensión en palabras, de explicar en voz alta nuestros miedos y dar sentido a las situaciones confusas nos tranquiliza y nos ayuda a pasar página.

Por el contario, tratar de disimular, reprimir, ignorar, anestesiar y callar cuando nos sentimos abrumados por la incertidumbre y la vulnerabilidad magnifica la angustia y nos predispone a sufrir trastornos depresivos que envenenan nuestra felicidad.

Dice un antiguo proverbio que las palabras son las llaves del corazón. Narrar nuestras experiencias penosas protege nuestra salud mental y física, vigoriza nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios y superar las adversidades que irremediablemente nos depara la vida. Contándolas las reciclamos hasta convertirlas en historias comprensibles para uno mismo y para los demás.

Además, al compartir con otros las circunstancias dolorosas que vivimos, nos beneficiamos de las muestras de apoyo y solidaridad que recibimos. Al fin y al cabo, la solidaridad es una fuerza natural muy potente que nos une y promueve sentimientos de seguridad y esperanza, amortigua la angustia que nos causan infortunios y protege nuestra satisfacción con la vida en general.


jueves, 6 de octubre de 2022

La más dulce de las necesidades


Este cuento de Fred T. Wilhelms está incluido en el libro “Sopa de pollo para el alma” de Jack Canfield y Mark Victor Hansen.

«Por lo menos una vez al día nuestro viejo gato negro se acerca a alguno de nosotros de una manera que todos hemos llegado a reconocer como especial. No significa que quiera que le den de comer ni que lo dejen salir, ni nada por el estilo. Lo que necesita es algo muy diferente.

Si tiene un regazo a mano, se sube a él de un salto; si no, lo más probable es que se quede ahí, con aire nostálgico, hasta que vea que hay uno preparado. Una vez acomodado en él, empieza a ronronear antes incluso de que uno le acaricie el lomo, le rasque bajo el mentón y le diga una y otra vez que es un gato estupendo. Después, con su “motor” acelerado al máximo, se acomoda hasta encontrar la posición que le gusta y se instala. De vez en cuando, su ronroneo se descontrola y se convierte en ronquido; entonces te mira con los ojos abiertos de adoración y te dedica ese prolongado ir cerrando los ojos que es la muestra final de la confianza de un gato.

Al cabo de un rato, poquito a poco, se va quedando quieto. Si siente que todo va bien, puede ser que se quede en el regazo para echarse una cómoda siestecita. Pero es igualmente probable que vuelva a bajar de un salto y se vaya a atender sus cosas. Sea como fuere, la razón la tiene él.

Blackie quiere que lo “ronroneen” —dice simplemente nuestra hija.

En casa no es el único que tiene esa necesidad: yo la comparto y mi mujer también. Sabemos que no es una necesidad exclusiva de ningún grupo de edad, pero, aun así, como yo no sólo soy padre, sino además profesor, la asocio especialmente con los chicos, con su necesidad rápida e impulsiva de un abrazo, de un regazo acogedor, de una mano amiga, de una manta cálida, no porque nada les falte, no porque sea necesario, sino simplemente porque ellos son así.

Hay un montón de cosas que me gustaría hacer por todos los niños y, si sólo pudiera hacer una, sería ésta: asegurar a cada niño que, esté donde esté, tendrá por lo menos un buen ronroneo cada día.

Porque los niños, como los gatos, necesitan su tiempo de ronroneo.