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jueves, 30 de agosto de 2018

Cuidar las formas


Fuente: “Vivir la vida con sentido” de Víctor Küppers.

Me gustan las personas amables, sencillas, que opinan dejando espacio al otro, que cuidan sus formas, que tienen un tono agradable, que reconocen cuando no saben algo, que piden perdón si se equivocan, que aceptan otras opiniones y otros enfoques.

No me gustan las personas arrogantes, tajantes, prepotentes, que lo saben todo mejor que nadie, que siempre tienen que tener razón y que tienen que tener la última palabra.

En las relaciones humanas es lógico y normal que surjan discrepancias. Cada uno tiene sus opiniones, gustos y preferencias y es prácticamente imposible estar de acuerdo en todo. Habrá momentos de desencuentro. Con la fricción es como si se hiciera un pequeño fuego. Si le tiras alcohol provocas un gran incendio y si le tiras agua, lo apagas. El agua son las palabras amables y el alcohol son las palabras o gestos ofensivos.

A veces los incendios lo provocan la descalificación y el insulto directo, pero hay palabras, mucho más dolorosas, que provocan un gran incendio sin pronunciar ningún insulto. Son palabras que dices, pero no pronuncias. Me refiero a la ironía y al sarcasmo. Hay auténticos especialistas.

Los seres humanos somos animales emocionales y racionales. Muchas veces, cuando alguien nos provoca y agrede, nuestro cerebro emocional decide actuar sin que la información llegue al cerebro racional y somos capaces de hacer o decir cosas de las que luego nos arrepentimos.

Cuando hablamos, nada de lo que decimos es neutro, todo es interpretado por la otra persona. Y “el otro” interpreta el contenido y las formas, es decir, el qué y el cómo.

Es imposible que siempre estemos de acuerdo en los “qué”. Pero si cuidamos las formas, si cuidamos el “cómo”, siempre estaremos lanzando agua. Si perdemos las formas, no importa si tenemos razón o no, la persona con la que hablamos se sentirá atacada y su actitud será negativa.

Podemos cuidar siempre nuestras formas y hablar sin imponer nuestras ideas. Siempre.


sábado, 25 de agosto de 2018

La última rosa del verano

A mi hermano, al que tanto quise y que no olvido. Hoy hace cinco años que murió, que cruzó el umbral hacia otra forma de vida.

  “The Last Rose of Summer” (“La última rosa del verano”). Renée Fleming.

Esta bella canción habla de la tristeza, de la soledad y del aislamiento que embarga a las personas que han ido perdiendo a todos sus seres queridos y no desean seguir viviendo, pues no conciben la vida sin su amor o amistad. Pido a Dios no ser “La última rosa del verano”.


Fuentes: “Vive tu vida” de Enrique Rojas y “El algoritmo de la felicidad” de Mo Gawdat.

La pérdida de un ser querido es la peor fractura interior que una persona puede sufrir. Todos sabemos que la muerte es inevitable, que no solo llegará a nuestros seres amados, sino también a nosotros mismos. Sin embargo, tendemos a no pensar en ella y evitamos mirarla de frente. Pero el fatídico día llega, de manera inesperada o no, y nos golpea el alma rotundamente.

El duelo es el proceso psicológico de adaptación que sigue a la pérdida de un ser querido. Se trata de una reacción, principalmente emocional, en forma de sufrimiento y aflicción. Solo cuando se supera el dolor, se puede convivir con el recuerdo de la persona fallecida sin experimentar tristeza crónica.

En realidad, la muerte es un proceso y empezamos a morir en el instante en que nacemos. Morimos un poco cada día. El papa Pablo VI dijo: “Alguien debería decirnos, cuando empieza nuestra existencia, que ya estamos muriendo. Entonces sabríamos apreciar la vida en cada minuto de cada día”.

Cuando yo tenía cuatro años, mi hermano mayor murió, víctima de un accidente de tráfico, mientras circulaba en bicicleta. Aunque mis padres intentaron protegerme, no podían esconder su dolor y tristeza ni disimular su llanto. De esta forma, fui partícipe y consciente de lo ocurrido y, de alguna manera, tuve que superar mi primer duelo (los niños también deben hacerlo).

Nuestra mortalidad es un maestro de vida. Si no fingimos que no existe, nos enseñará tres lecciones que nos ayudarán a vivir plenamente. En mi familia se hablaba abiertamente de la muerte y el Día de Todos los Santos y el de los Difuntos, en los que los muertos son recordados y conmemorados, se encontraban entre las celebraciones más importantes del año. Fue así como, ya en mi infancia, aprendí la primera lección: la muerte, por indeseable que sea, es inevitable, así que ¿por qué pasarse la vida luchando contra ella?

- Primera lección: La muerte hay que aceptarla porque es inevitable.

Cuando algo cae completamente fuera de nuestro alcance, es imposible encontrar la felicidad hasta que aprendamos a aceptarlo como parte integral del curso normal de la vida.

- Segunda lección: la vida es ahora.

El inicio y el final de la vida son como las cubiertas de un libro. Lo que importa es la historia de las páginas —la vida— que hay en medio.

¿Cómo vivirías si supieras que hoy es tu último día? ¿Por qué tiene que ser el último momento para que elijas disfrutar del momento? Vive antes de morir.

- Tercera lección: en la vida estamos de paso.

La vida es un juego de suma cero: llegamos a ella sin nada y partimos sin nada. Para que esto sea matemáticamente correcto, todo lo que nos dan nos ha de ser arrebatado algún día.

Cuando llegue la hora dejaremos todo atrás: la riqueza material, las personas a las que amamos y todo lo que nos resulta tan querido. Lo que llamo "mío" lo disfruto y lo aprecio plenamente, pero no conservaré nada. ¿Por qué nos aferramos con tanta fuerza cuando tarde o temprano todos habremos desaparecido?

Cuando aprendemos a desprendernos, aprendemos a morir antes de morir. La vida pasa a ser nuestro centro, dejamos de pensar en el momento en que descansaremos en paz (DEP) y solo entonces aprenderemos a vivir en paz (VEP).

Aceptar la muerte nos ancla a la verdad y nos liberará. Puedes leer esto con tristeza o dejar que la verdad te libere.

Si pudiéramos conocer de antemano que estaremos bien después de la muerte, no nos importaría tanto morir. La muerte es difícil de aceptar si crees que ella te arrebata la vida.

Creo que hay vida después de la muerte. Creo que la vida no es el cuerpo sometido a las limitaciones del espacio-tiempo. Mi forma física descendió de las de mis padres, pero no mi vida. Mi vida ha existido siempre, fuera de los límites del espacio-tiempo. La muerte es el final de nuestra forma física, pero no es lo contrario de la vida.

El nacimiento y la muerte son los portales a través de los que llegamos y abandonamos esta forma física, pero la vida reside fuera de lo físico, donde no hay antes ni después. En realidad, nunca morimos. En eso se basa la paz que he experimentado tras la desaparición de mis seres queridos. Confío en que nos volveremos a encontrar.


lunes, 20 de agosto de 2018

Riqueza, éxito y amor


Este cuento está incluido en el libro “Ser feliz en Alaska” de Rafael Santandreu.

«En un pueblo remoto de Oriente, una mujer se encontró sentados a la puerta de su casa a tres ancianos. Vestían con ropas elegantes y conversaban doctamente. Llena de curiosidad, les preguntó:

—¿Les puedo ayudar en algo?

—Estamos de viaje y queríamos hacer un alto en el camino —respondieron.

—Por favor, entren en mi casa. Les daré un vaso de agua —sugirió ella.

—Estaríamos encantados, pero no podemos entrar los tres juntos. Invite, no obstante, a uno de nosotros —dijeron los forasteros.

En ese momento, el marido y la hija salieron a ver qué sucedía y el hombre dijo:

—¿Qué tontería es ésa? Entren los tres. Nuestro pueblo siempre ha sido hospitalario.

Ante la insistencia, uno de ellos, de larga barba blanca, respondió:

—Queridos amigos, muchas gracias por vuestras atenciones. Oíd: yo me llamo Riqueza y mis otros compañeros, Éxito y Amor. Y los tres no podemos entrar juntos en un hogar. Elegid a uno, por favor.

El matrimonio se quedó pensando un rato hasta que el marido dijo:

—Yo invitaría a Riqueza. Nos va a venir muy bien su compañía.

—Mejor a Éxito; ¡nunca lo hemos conocido! —replicó la esposa.

Y la niña, que había estado atenta a todo, dijo:

—¿No sería mejor invitar a Amor? ¡Así la casa se llenaría de cariño!

Los padres accedieron a ese ruego y tendieron la mano al anciano llamado Amor. Pero cuando éste se levantó, sus acompañantes hicieron lo mismo y se dispusieron a seguirle. Entonces la mujer preguntó:

—Pero ¿no dijisteis que no podíais entrar juntos?

Y Amor respondió:

—De haber entrado Riqueza, los otros dos hubiésemos permanecido fuera. De haber invitado a Éxito, también. Pero como he sido yo el elegido, mis compañeros visitarán vuestro hogar. Porque, queridos amigos, allá donde hay amor, también suele haber éxito y riqueza. Seguid siempre a vuestro corazón y las demás alegrías de este mundo os acompañarán».


miércoles, 15 de agosto de 2018

Sembradores de alegría


Fuente: “Alegría” de Álex Rovira y Francesc Miralles.

Hay personas que buscan la soledad porque están decepcionadas con la gente. Supongo que tendrán sus buenas razones. Tal vez, eligieron en su momento a compañeros de viaje que tendían a hundir más que a elevar.

El estadounidense Jim Rohn (1930-2009), empresario, autor y orador motivacional, afirmó que para tener éxito —en cualquier faceta de nuestra vida— nuestra inteligencia y nuestro talento no son tan determinantes como creemos. Ni siquiera el lugar y la familia en la que hemos crecido. Mucho más importante que todo eso es la gente de la que nos rodeamos. Las personas que nos rodean son como una radiografía de nuestra alma: “somos la media de las cinco personas con las que pasamos más tiempo”. Lógicamente, entre ellas están la pareja, algunos familiares, compañeros de trabajo o amigos íntimos.

Hemos de hacer el ejercicio de preguntarnos y evaluar cómo es cada una de esas personas:

- ¿Se ha realizado en su vida?

- ¿Es feliz y optimista?

- ¿Se alegra de tus éxitos y desea que las cosas te vayan bien?

- ¿Te anima cuando le explicas nuevas ideas o hace todo lo contrario?

- ¿Se esfuerza para alcanzar sus propios sueños? (Si no lo hace, es posible que no le guste que tú cumplas los tuyos.)

Jim Rhon nos sugiere que no tengamos reparo en quedarnos solo con una o dos personas de la lista y que demos oportunidad para que otras cobren relevancia en nuestro día a día. Si no tenemos la obligación de tratar con esas personas, reduzcamos el contacto con ellas, porque es evidente que nos hacen mal. Es un ejercicio radical pero altamente transformador. Quizás perdamos algunos amigos y nos distanciemos de ciertos familiares, pero mejoraremos el escenario emocional en el que vivimos y, en consecuencia, haremos sentir mejor a quienes nos rodean.

Si tenemos la obligación de tratar con esas personas, dejemos de dar tanta importancia a sus acciones y palabras, entendiendo que se comportan desde sus creencias.

¿Cómo reconocer a las personas que podríamos definir como sembradoras de alegría? Seguramente tendrán alguna o varias de estas características:

- Saben escucharte, sin emitir juicios innecesarios, y hacen las preguntas adecuadas para profundizar en el tema, porque se interesan sinceramente por ti.

- Su propia vida es un ejemplo que te motiva a hacer las cosas mejor.

- Cuando compartes espacio con estas personas, te sientes inmediatamente mejor.

- Te ayudan, con su sentido del humor, a relativizar los problemas y a no quedarte atrapado en circuitos mentales cerrados.

Afortunadamente, en el mundo existe mucha gente buena con gran valor humano. La vida te ofrece una reválida. Siempre se puede elegir mejor.


viernes, 10 de agosto de 2018

No hay justicia en el mundo

Fuente: “Deja de quejarte y libérate” de Brenda Barnaby.

La expresión “no hay justicia en el mundo” nos resulta familiar. Se escucha todo el tiempo. Todos la hemos dicho alguna vez.

Cada uno tiene sus sueños, expectativas, ilusiones con respecto al presente y futuro, y cuando se presenta un abismo entre ese deseo y lo que la realidad nos ofrece, salta inmediatamente ¡la vida no es justa! Esa frase es un clásico, que cuando llega a un extremo de enojo o decepción termina por transformarse en ¡la vida es una "puta mierda"!

La vida no es justa o injusta, la vida solo transcurre y no podemos hablar de ella como si se hubiera encariñado o ensañado con nosotros. En tal caso, las personas son los artífices, los que modelan y dan las características a la existencia.

Debemos recordar que el exterior es reflejo de nuestro interior y atraemos aquello en lo que pensamos. Si sentimos caos, temor y sufrimiento, nuestra realidad se configurará con esos elementos. Es inevitable.

Decir que la vida, incluido todo lo que hay en ella, es una porquería o injusta representa estar negados a todo lo hermosos que hay a nuestro alrededor, y no nos permite absorber, degustar y disfrutar toda la belleza que nos circunda y que nos brinda la posibilidad de vivir en armonía, con tranquilidad y felicidad en el corazón.


sábado, 4 de agosto de 2018

El anillo del rey

Una vez un rey citó a todos los sabios de la corte y les dijo:

—He mandado hacer un precioso anillo con un diamante. Quiero guardar, oculto dentro del anillo, un mensaje que pueda ayudarme en los momentos difíciles. Tiene que ser pequeño, pues debe caber debajo del diamante.

La tarea era difícil. Los sabios pensaron y buscaron, pero no encontraron nada que se ajustara a los deseos del rey.

El rey consultó también a un viejo sirviente al que quería y respetaba porque lo había cuidado desde niño, cuando murió su madre. El sirviente le dijo:

—No soy un sabio, pero conozco el mensaje. En cierta ocasión, estuve al servicio de un maestro que, invitado por tu padre, vivió un tiempo en palacio. Cuando nos dejó, al despedirnos, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje.

En ese momento el anciano sirviente escribió en un diminuto papel el mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey.

—No lo leas —dijo—. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo solo cuando en alguna situación no encuentres salida.

Ese momento no tardó en llegar, pues el país fue invadido y su reino se vio amenazado. El rey tuvo que huir a caballo para salvar su vida. Perseguido por numerosos soldados enemigos, llegó a un lugar donde el camino se acababa y frente a él había un gran precipicio. No podía volver atrás, pues el enemigo, que estaba próximo, le cerraba el camino.

Fue entonces cuando se acordó del mensaje del anillo. Sacó el papel, lo abrió y allí simplemente decía: “Esto también pasará”.

En ese momento se dio cuenta de que había un gran silencio. Ya no lo perseguían. Sus enemigos debían haber cogido otro camino.

El rey se sintió profundamente agradecido a su sirviente y al maestro desconocido. Esas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a guardarlo en el anillo, reunió a su ejército y reconquistó su reino.

Tras la victoria, en la ciudad hubo una gran celebración con música y baile y el rey se sentía muy orgulloso de sí mismo.

En ese momento, el anciano sirviente, que estaba a su lado, le dijo:

—Apreciado rey, ha llegado el momento de que leas nuevamente el mensaje del anillo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el rey—. Ahora estoy eufórico, hemos vencido al enemigo. Mis súbditos celebran mi retorno.

—Escucha —dijo el anciano—. Este mensaje no es solamente para situaciones desesperadas, también es para situaciones placenteras; para cuando te sientes derrotado y para cuando te sientes victorioso; para cuando eres el último y para cuando eres el primero...

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”.

Nuevamente sintió un gran silencio y paz en medio de la muchedumbre que celebraba la victoria. Su orgullo y su ego habían desaparecido y pudo terminar de comprender el mensaje. Lo malo era tan transitorio como lo bueno.

Entonces el anciano le dijo:

—Recuerda que todo pasa. Ningún acontecimiento ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza, porque son la naturaleza misma de las cosas.