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miércoles, 24 de abril de 2024

Cómo ha cambiado el cuento

El “retelling” (volver a contar) es una técnica literaria, cada vez más en boga, que se basa en recuperar los relatos más tradicionales para niños y darles una vuelta con la mirada propia del siglo XXI. El cuento sigue siendo reconocible, pero es contado de otra forma. Se trata, por tanto, de una adaptación y una reinterpretación de una historia ya conocida.

Como en la actualidad los cuentos clásicos son considerados fuera de época, sexistas y violentos, en vez de escribir nuevas historias, se ha puesto de moda reescribirlos cambiando, así, los cuentos de nuestra infancia. Esto es debido, sin duda, al atractivo especial de unas historias que han sobrevivido hasta nuestros días y que, analizadas con detenimiento, sin juzgarlas con los valores del presente, expresan verdades profundas del ser humano.


Fuente: “Cuentos afilados en noches extrañas y otras puñaladas” de Bebi Fernándes. Título original: Rebeldía.

«Tras observar que llevaba días cerrada y sin emitir sonido alguno, el soldadito de plomo abrió la caja de música y comprobó que allí dentro no había nadie.

La bailarina, tras años de esclavitud, cansada de bailar para otros cada noche como un autómata sin libertad en aquel cofre transformado en joyero, había trazado un plan durante meses.

El día anterior, a la hora prevista, había arrancado el muelle que la sujetaba, había conseguido forzar el mecanismo de cierre del joyero gracias a un pendiente transformado en ganzúa y había logrado huir».


miércoles, 17 de abril de 2024

Saber escuchar


Fuente: “No te ahogues en un vaso de agua” de Richard Carlson.

Resulta interesante considerar que cuando estamos en desacuerdo con alguien, esa persona se siente tan segura de su punto de vista como nosotros del nuestro y, sin embargo, siempre tomamos partido… ¡el nuestro! Es la manera que tiene nuestro ego de negarse a aprender nada nuevo. Es también un hábito que crea muchísimo estrés innecesario.

La primera vez que puse conscientemente a prueba la estrategia de asimilar primero el punto de vista del otro, descubrí algo maravilloso de verdad: no me hizo daño y me acercó más a la persona con la que estaba en desacuerdo.

Supón que un amigo te dice: “los liberales (o los conservadores) son la causa principal de nuestros problemas sociales”. En lugar de defender de manera automática tu propia posición (cualquiera que sea), mira si puedes aprender algo nuevo. Dile a tu amigo: “dime por qué piensas así”. No digas esto con un plan oculto o preparándote para defender o demostrar tu postura, sino, sencillamente, para escuchar otro punto de vista. No intentes corregir ni hacer que tu amigo vea que está equivocado. Deja que sienta la satisfacción de tener razón. Practica la habilidad de saber escuchar.

Contrariamente a la creencia popular, esta actitud no hace de ti alguien débil. No significa que tus creencias no estén lo suficientemente arraigadas ni que estés admitiendo estar equivocado. Lo único que estás haciendo es intentar conocer otro punto de vista: estás procurando, en primer lugar, entender. Por otra parte, no se requiere energía para permitir que otro tenga razón. De hecho, sucede lo contrario: te carga de energía a ti.

Cuando entiendes otras posiciones y puntos de vista, varias cosas maravillosas comienzan a suceder. Primero, puedes aprender algo nuevo y ampliar horizontes. Segundo, cuando la persona con la que hablas sienta que la estás escuchando, te apreciará y respetará mucho más que cuando saltabas a exponer tu propia posición. Si saltas, solo consigues que tu interlocutor se reafirme y se ponga más a la defensiva.

Si tú tienes una actitud más suave, en casi todos los casos, la otra persona también la tendrá. Puede que no suceda de inmediato, pero con el tiempo así será. Al procurar entender, estás poniendo el afecto y el respeto que sientes hacia la otra persona por encima de tu necesidad de tener razón. Estás practicando una forma de afecto incondicional.

Otro beneficio podría ser que consigas que la persona con quien estás hablando escuche tu punto de vista. Aunque no existe ninguna garantía de que vaya a escucharte, una cosa es segura: si tú no escuchas, tu interlocutor tampoco lo hará.

Al ser la primera persona que tienda la mano y escuche, romperás la espiral de inflexibilidad.


miércoles, 10 de abril de 2024

Sobre la autoestima infantil


Fuente: “Cuentos afilados en noches extrañas y otras puñaladas” de Bebi Fernández. (Título original del cuento: “Lo que de verdad importa).

«Naiara siempre se caía al suelo. Cada vez que, en el patio, los niños jugaban al pilla-pilla, clase contra clase, terminaba tropezándose con alguna baldosa y raspándose las rodillas o doblándose un pie. Todo el mundo sabía ya desde el comienzo de la jornada escolar, a las nueve de la mañana, que la niña terminaría con alguna herida aquel día.

—Siempre estás en el suelo —le recriminaba su monitor de comedor.

—¡Profe! ¡Naiara ya se ha caído otra vez! —avisaban a gritos los niños a la profesora de turno de vigilancia en el recreo.

Entonces llegó Luna. Luna sustituyó a uno de los monitores de comedor aquel trimestre, en primavera. Abril fue muy lluvioso, y a Luna le gustaba plantear a los alumnos problemas de lógica y adivinanzas los días de lluvia, que resolvían juntos aunando ingenio de cada niño, formando un equipo. Durante los enigmas, descubrió que una de las alumnas era muy buena en matemáticas, pero también descubrió, tras fijar su atención en ella, que nadie reparaba en ello porque todo el mundo la tachaba de patosa e inestable. La respuesta a cómo era Naiara era siempre la misma: la que siempre se cae.

—Naiara, profe, la chica que se cae, ¡se está peleando con Sergio!

Incluso usaban su falta de equilibrio para burlarse de ella o como arma arrojadiza durante una discusión entre niños:

—¡Naiara, tú cállate! ¡Que siempre te caes! ¡Patosa!

La verdad es que a Luna no le parecía que se cayera tantísimo. No difería mucho de cuánto se caían otros compañeros. Quizá un poco más, pero su fama la precedía en exceso. Opinaba que, tras la elaboración e instauración de aquel rol, la niña se debía a él, así que caía el doble. Era lo que todos esperaban. Era como todos la veían. Y ella se veía como la hacían verse. Si todo el mundo te dice que le recuerdas al color azul, acabas pensando que hay algo azul en ti.

Así que Luna fijó una estrategia. Comenzó a destacar la capacidad de aquella niña para la adivinación, el cálculo y la lógica. La nombró su ayudante durante las tardes de enigmas de lluvia y, siempre que podía, repetía a ella y a otros niños lo buena que era en matemáticas. Si Luna quería hacer algún cálculo, vociferaba delante de todos:

—¡Naiara! ¿Cuánto son cuarenta más ochenta y siete?

A la niña le costaba un poco al principio, pero, al final, se acostumbró a ser la calculadora oficial de su monitora, costumbre que siguieron los niños.

Al finalizar el curso, Luna decidió hacer una sesión de Quién es quién. El niño elegido recibía escrito en un papel el nombre de otro. El elegido debía destacar algo de ese niño, algo que lo identificara mucho, y los demás debían adivinar quién era a través de la pista.

Llegó el turno de Tomi. Luna eligió un nombre para que lo describiera. “Naiara”, escribió. Dobló el papel. Tomi se acercó a la mesa, lo recogió y, sin que nadie pudiera ver lo que había escrito en él, leyó el nombre para sí. Rápidamente dijo en voz alta:

—¡Es la mejor en matemáticas!

Los otros niños comenzaron a mirarse entre sí con excitación, y muchos se adelantaron a dar el veredicto antes de levantar la mano para pedir turno. Naiara asintió sonriente cuando sus compañeros pronunciaron su nombre con unanimidad, corroborando la verdad. Aquel año, nadie supo por qué, dejó de caerse al suelo».


miércoles, 3 de abril de 2024

Telefonear


Fuente: “Somos lo que hablamos” de Luis Rojas Marcos.

El psicólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), denominó “lenguaje social” al que utilizamos desde pequeños para identificar objetos, describir situaciones, informar y expresar deseos y sentimientos.

Hablar por teléfono es una de las modalidades del lenguaje social.

Antonio Meucci, un ingeniero italiano emigrado a Nueva York, construyó en 1854 el primer teléfono en su casa intentando comunicarse desde su despacho, localizado en la planta baja de su vivienda, con su esposa, inmovilizada por el reumatismo en el dormitorio del segundo piso. Lo consiguió utilizando un largo cable electrificado en cuyos extremos había colocado una membrana vibradora. Sin embargo, no se percató de la trascendencia de su invención y tuvieron que pasar dos décadas hasta que Alexander Graham Bell patentó el gran invento.

Como es fácil de suponer, poder conversar a distancia por medio de señales eléctricas fue un invento de consecuencias inimaginables para la humanidad. Realmente, hoy en día es imposible concebir nuestra vida cotidiana, nuestras relaciones y el funcionamiento de la sociedad sin este prodigioso instrumento.

Apenas un siglo después de Bell, en 1973, un directivo de la compañía Motorola realizó públicamente la primera llamada con un teléfono sin cable, el móvil, desde una calle de Nueva York. Poco después, estos aparatos comenzaron a comercializarse y a multiplicarse por todo el mundo. A finales de la década de los años noventa, los avances tecnológicos e internet permitieron además la creación de plataformas o aplicaciones para la comunicación online a cualquier hora del día o de la noche. Hoy, las redes sociales como Facebook, YouTube, Instagram, Twitter, LinkedIn y otras muchas cuentan con más de 6.000 millones de usuarios.

“Tuitear”, “googlear” o “guasapear” son ejemplos de la nueva generación de verbos que definen la comunicación instantánea mediante mensajes de texto y de voz.

Sin embargo, por mucho que el teléfono se haya instalado con firmeza en nuestras vidas, hablar a través de él es muy diferente a hablar en persona. De entrada, es difícil construir una relación con otra persona sin experimentar la suficiente proximidad física, ya que la conversación y los intercambios significativos incluyen no solo las palabras, sino también las expresiones faciales, los gestos y el estado emocional que refleja el lenguaje corporal. Por otra parte, el uso del teléfono no es fácil para algunas personas: no es una habilidad espontánea sino algo que tienen que aprender, empezando por superar la ansiedad que les produce comunicarse sin ver en persona a su interlocutor. No obstante, también son muchos los que usan el móvil para evitar conscientemente las relaciones personales.

En todo caso, lo importante no es la tecnología, sino el uso que hacemos de ella. Los beneficios evidentes de facilitar la comunicación a distancia, obtener información y mejorar nuestra capacidad de movimiento quedan en entredicho cuando el teléfono se convierte en el instrumento que nos mantiene aislados en un mundo sin comunicación cara a cara.

El daño principal del uso abusivo del móvil se debe al valioso tiempo que nos roba día tras día, restándoselo a actividades socializadoras, estimulantes y creativas que son tan necesarias para la convivencia y el desarrollo emocional saludable.

El teléfono móvil se ha convertido en un objeto tan omnipresente en nuestra vida que incluso abundan las reglas de etiqueta para su uso. Quizá la primera sea la que nos advierte que la persona con quien estamos físicamente debe ser nuestra prioridad absoluta: si estamos sentados a la mesa, la norma es guardar el móvil y ponerlo en silencio durante toda la comida. Y si alguien nos llama con urgencia, lo correcto es disculparnos y apartarnos un instante de la mesa para hablar.

En cuanto a la salud, recordemos que su uso continuado puede disminuir nuestra capacidad de concentración y de retener información, además de aumentar el riesgo de obesidad. Por si fuera poco, emplear el móvil antes de dormir altera el sueño e interfiere con el buen descanso. Y usarlo en el dormitorio cuando estás con tu pareja puede arruinar la relación.

Sin duda, el uso universal del teléfono móvil, en cualquiera de sus formas, ha acercado a los pueblos más alejados y ha convertido al planeta en un gigantesco vecindario dinámico, fluido, diverso y rebosante de personas conectadas. Pero también es verdad que no faltan quienes tiemblan ante ciertos efectos de la globalización, como la pérdida de la identidad cultural o el dominio económico de las naciones más poderosas.

La inevitable globalización que fomenta la tecnología no está reñida con la individualidad y autonomía de las personas ni con sus valores. De hecho, son legión quienes afirman que gracias a los teléfonos móviles y a las redes sociales sus relaciones con amigos y familiares han mejorado, las oportunidades de entablar nuevas amistades se han multiplicado y el intercambio global de información ha sido enriquecedor.