En esta entrada resumo el artículo “Culpables de ser pobres” escrito por la periodista y profesora universitaria Milagros Pérez Oliva (Benasque, Huesca, 1955) en “El País”, periódico en el que trabaja desde 1982 y del que actualmente es redactora jefe de la edición catalana. Es especialista en realizar reportajes de investigación sobre el mundo de la salud y la epidemiología.
El pensamiento que culpabiliza al pobre por ser pobre y al parado por no encontrar trabajo, va calando en un discurso político que los presenta como sospechosos de holgazanería y culpables de haber malbaratado sus oportunidades. Aunque pocas veces se expresa abiertamente, el desprecio por quienes necesitan ayudas públicas acaba aflorando. Esta idea forma parte de un marco ideológico según el cual, si alguien es pobre o fracasa es por su culpa. Algo habrá hecho mal. Con este discurso, por una parte, las víctimas de la crisis se encuentran doblemente penalizadas: además de perder su empleo, son sospechosos de querer vivir a costa de los demás y por otra parte, los poderes se sentirán legitimados para hacer recortes sociales y abandonar a su suerte a los desfavorecidos.
Así, el gobierno español insiste en que se van a aplicar medidas contra los parados que no quieran aceptar un trabajo o se nieguen a realizar trabajos comunitarios, ¡cómo si los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo!, para “evitar abusos” se implantan nuevos criterios para conceder la ayuda de 430 euros. Con esta retórica, lo que en realidad se está encubriendo es que a partir de ahora solo podrán cobrarla quienes estén prácticamente al borde de la indigencia.
El relato que se hace de la crisis, está orientado a neutralizar cualquier resistencia a las medidas que se aplican.
Hay un relato que presenta la crisis como una catástrofe natural, que ha ocurrido por una serie de fuerzas que no podemos controlar y que tiene consecuencias graves para todos. Como en las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los sacrificios y colaborar para salir de ella. Con este enfoque, la crisis no tiene responsables, ni se considera importante determinar cómo se reparten sus cargas. Una vez instaurado este discurso, quienes cuestionan las políticas de ajuste y se resisten a los sacrificios son malos ciudadanos. Es lo que sugirió Rajoy en Nueva York al ensalzar “a la mayoría de españoles que no se manifiesta, que no sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la plaza de Neptuno de Madrid.
Si en lugar del “relato de la catástrofe” se impusiera “el relato de la estafa”, estaríamos buscando a los responsables de lo ocurrido, les estaríamos exigiendo responsabilidades políticas y penales y exigiríamos cambios radicales en la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva a repetirse. En este relato, el papel del ciudadano es totalmente diferente. No es de pasividad y resignación sino de exigencia y reforma.
Hay un tercer relato posible: el de la crisis como “golpe de Estado del capitalismo”. En este relato, la recesión es utilizada para limitar la democracia e imponer un sistema autoritario que permita someter a toda la población a los dictados del poder económico, en beneficio de éste.
De momento, el relato de la crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza de Neptuno de Madrid y desde los foros sociales abiertos al calor del movimiento del 15-M. En el discurso oficial, el que predomina es el de la crisis como catástrofe.
La crisis ha aumentado la pobreza. En 2007, el 18% de la población española se encontraba bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese porcentaje es del 22%. Quienes ya eran pobres, están mucho peor y, además, tienen menos posibilidades de salir del agujero porque la crisis está erosionando las políticas de inserción social.
Pero la pobreza no solo se nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay también nuevos perfiles de pobres que viven su situación de precariedad con una gran angustia pues son personas preparadas que forjaron sus expectativas en los años de bonanza.
Dos ejemplos: Esos jóvenes profesores asociados de la universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos que se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a muchos de los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal. Estamos hablando de jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral en el extranjero y hacen investigación de primera línea. Si a un sueldo de 1.100 euros al mes se le recorta el 25%, lo que queda fácilmente cae por debajo de los índices de pobreza.
Estos talentos empobrecidos ven con estupor que no hay dinero para la investigación, pero sí lo hay para rescatar a la banca.
Se ha repetido que para triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar muy preparado y ser competitivo, pero no todo el mundo tiene un perfil emprendedor y por muy activo que alguien sea, si cierran las empresas y se destruye empleo, es muy difícil encontrar trabajo.
La idea de que solo los mejores saldrán adelante y de que quienes quedan relegados es porque no valen o no se esfuerzan, está teniendo efectos psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se estrellan una y otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída libre.
El mismo marco conceptual que permite culpabilizar a los pobres y a los parados es el que opera en los países del norte contra los del sur.
El discurso culpabilizador genera angustia, insolidaridad y abre la puerta a la competencia feroz entre los mismos pobres por los escasos recursos disponibles.