Fuente: “La silla vacía y otras historias” de Bruno Ferrero
Una joven pareja entró en el mejor comercio de juguetes de la ciudad. Ambos se entretuvieron mirando los juguetes alineados en las estanterías. Había de todo tipo. No llegaban a decidirse. Se les acercó una dependienta muy simpática.
—Mira —le explicó la mujer—, tenemos una niña muy pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces, hasta de noche.
—Es una cría que apenas sonríe —continuó el hombre—. Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz, algo que le diera alegría aun cuando estuviera sola...
—Lo siento —sonrió la dependienta con gentileza—. Pero aquí no vendemos padres.
En mi deseo por conocer a los ángeles, especialmente a mi Ángel Guardián, “tropecé” con el Libro de Urantia cuya comprensión excede, con mucho, mi humilde condición de mortal ser humano. Cada vez que intento abordarlo, termino literalmente perdida, agotada y angustiada en un universo infinito rebosante de incontables órdenes de personalidades.
A pesar de esto, no sé muy bien por qué, de vez en cuando, vuelvo a leer algunos capítulos. Tal es el caso de los dedicados a los guardianes seráficos del destino. De ellos, he entresacado las ideas que considero pueden ser más interesantes y trato de exponerlas, en la medida de lo posible, de forma asequible y, sobre todo, afectuosa.
“Le Coeur des Anges” (“El corazón de los Ángeles”). Michel Pépé.
El cuerpo angélico de nuestro universo lo constituyen los serafines con sus querubines y sanobines vinculados.
Asistir a los seres humanos es un privilegio exclusivo de los serafines. Las demás categorías de ángeles no pueden funcionar, ni siquiera temporalmente, como ángeles asistentes de los seres humanos.
Los serafines son de origen y naturaleza espirituales. No tienen cuerpos materiales y son invisibles a los mortales.
Ellos nos perciben como somos en la carne y comprenden intelectualmente la vida mortal. Tienen emociones y sensaciones de naturaleza espiritual que son, en cierta manera, comparables a las emociones humanas, pero, aunque son enormemente personales y afectuosos, no están caracterizados por la emoción sexual.
Aman a los seres humanos. Conocen nuestras luchas morales y dificultades espirituales. La única emoción que es para ellos difícil de comprender es la herencia del temor animal que ocupa tanto lugar en la vida mental del ser humano. Los ángeles encuentran difícil comprender por qué permitimos que nuestros poderes intelectuales más elevados, incluso nuestra fe religiosa, estén tan dominados por el temor, por el pánico irracional del miedo y de la ansiedad.
Aunque en la condición personal los ángeles no están muy alejados de los seres humanos, son en gran parte como seremos tras la muerte, poseen poderes mucho más allá de nuestra comprensión.
Se asigna como guardianes del destino solo a los serafines más expertos, que siempre se ofrecen voluntariamente porque a través del servicio a los mortales, logran su ascensión espiritual.
Los serafines generalmente sirven en pares. Son negativo y positivo, pero en sus contactos con los seres humanos, casi siempre funcionan como individuos.
Cuando un par seráfico acepta la asignación de custodia, sirve a ese ser humano por el resto de su vida. Uno de los dos está siempre de centinela y el otro se vuelve el registrador de la empresa. El guardián es reemplazado periódicamente por su complemento para descansar y volver a cargarse de energía vital.
Entre las cosas más importantes que hace el guardián del destino están coordinar las numerosas influencias espirituales que residen y rodean la mente y el alma del ser humano y custodiar la identidad e integridad personal durante el intervalo entre la muerte física y la resurrección.
Los ángeles no manipulan la voluntad de los mortales. Bajo ninguna circunstancia interfieren con la libre acción del libre albedrío humano. Ni los ángeles ni ninguna otra orden de personalidad universal tienen poder ni autoridad para limitar o cercenar las prerrogativas de la elección humana.
A los serafines no les conciernen directamente nuestras oraciones. Ejecutan los mandatos de sus superiores y funcionan a pesar de nuestros antojos pasajeros o de nuestros estados cambiantes de ánimo. Esto no implica que podamos hacer más fácil o más difícil sus tareas.
En la vida de la carne, la inteligencia de los ángeles no está directamente disponible para los hombres mortales. Son simplemente guardianes. Somos nosotros los que debemos trazar nuestro propio curso de acción y solo entonces, actúan para hacer el mejor uso posible del curso que hemos elegido.
No son nuestros jueces ni acusadores.
Los seres humanos, generalmente, no tenemos conciencia de los serafines en esta vida, pero tras la resurrección los conoceremos, los apreciaremos y a lo largo de nuestra ascensión espiritual serán nuestros compañeros.
Los ángeles guardianes se asignan según la inteligencia, la espiritualidad y el destino humanos.
Los seres humanos que no tienen capacidad en su mente para ejercer un poder de voluntad normal, son cuidados por una compañía de serafines.
La mayor parte de los hombres y mujeres —del tipo normal, promedio de mente humana— se divide, desde el punto de vista del ministerio seráfico, en siete clases de acuerdo con su estado al ir alcanzando los círculos de progreso humano y desarrollo espiritual.
Los seres humanos comenzamos en el séptimo círculo y avanzamos en la tarea de autocomprensión, autoconquista y autodominio, de círculo en círculo, hasta alcanzar el primero o círculo interior de comunión con el Ajustador residente (“fragmento” de Dios que reside en el ser humano). Si la muerte natural sobreviene antes de alcanzar el primer círculo, la progresión se trasladará a los mundos de estancia (mundos en los que, tras la resurrección, se reanuda la vida).
Los seres humanos que se encuentran en el círculo inicial o séptimo, cuentan con un ángel guardián —un par seráfico— al cuidado y custodia de mil mortales. En el sexto círculo se asigna un par seráfico para quinientos, en el quinto para cien y en el cuarto para diez mortales.
Cuando una mente mortal rompe la inercia de la herencia animal y alcanza el tercer círculo de la intelectualidad humana y de la espiritualidad adquirida, un ángel personal se dedicará desde ese momento entera y exclusivamente a este mortal ascendente.
Los serafines intentan continuamente promover en la mente humana las decisiones que cumplen los círculos. Lo hacen, no de la manera en que lo hace el Ajustador, operando desde adentro y a través del alma, sino desde afuera hacia adentro manipulando el medio social, ético y moral de los seres humanos.
Existen otros grupos de seres humanos que tienen guardianes personales:
Cuando un mortal, consciente o inconscientemente, sigue la guía de su Ajustador residente y decide vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, se le asigna un guardián personal. Esta cuestión, que es sumamente íntima y personal, se refleja principalmente en las acciones de cada uno (“por sus frutos los conoceréis”).
También cuentan con un serafín personal los mortales llamados a formar parte de los cuerpos de reserva del destino (personas con gran alcance intelectual y espiritual que contribuyen a estabilizar moralmente a la humanidad y mantener la espiritualidad. Son personas prudentes, que no buscan llamar la atención, pero brillan tanto en su forma de ser que sus obras los hacen reconocibles. Gracias a ellos se produce el avance de la humanidad).
Dios penetra el alma con idéntica intensidad, pero lo hace más abundantemente sobre el espíritu que lo reclama. Por eso, aunque no siempre sea personal, TODOS tenemos un Ángel Guardián.
Como señalo en la entrada Mi Ángel Guardián, algún día lo conoceremos, o mejor, lo reconoceremos y en su momento, tal vez, iniciemos juntos otro largo camino, pues a muchos de los fieles guardianes seráficos se les permite seguir la andadura ascendente con sus pupilos humanos y compartir el destino de la naturaleza humana.
Aunque no fuéramos reunidos en servicio eterno, estaríamos siempre en comunicación, pues las asociaciones íntimas y los contactos afectivos de los mundos de origen humano no son nunca olvidados ni jamás completamente rotos.
Fuente: “Razones para la alegría” de J.L. Martín Descalzo.
Fábula “Un pez debe ser pez”
Los animales del bosque se dieron un día cuenta de que ninguno de ellos era el animal perfecto: los pájaros volaban muy bien, pero no nadaban ni escarbaban; la liebre era una estupenda corredora, pero no podía volar ni sabía nadar... Y así todos los demás.
¿No habría una manera de establecer una academia para mejorar la raza animal? Dicho y hecho.
En la primera clase de carrera, el conejo fue una maravilla y todos le dieron sobresaliente, pero en la clase de vuelo subieron al conejo a la rama de un árbol y le dijeron: “¡Vuela, conejo!”. El animal saltó y se estrelló contra el suelo, con tan mala suerte que se rompió dos patas y fracasó también en el examen final de carrera.
El pájaro fue fantástico volando, pero le pidieron que excavara como el topo. Al hacerlo, se lastimó las alas y el pico y en adelante, tampoco pudo volar; con lo que ni aprobó la prueba de excavación ni llegó al aprobadillo en la de vuelo.
Convenzámonos: un pez debe ser pez, un estupendo
pez, un magnífico pez, pero no tiene por qué ser pájaro.
Solo cuando aprendamos
a amar en serio lo que somos, seremos capaces de convertir lo que somos en una maravilla.
Fuente: “Vida después de la muerte” de Mary T. Browne
“The Ludlows”. James Horner. B. S. “Leyendas de pasión”. (Violín, oboe y piano).
Muchas de las personas que han fallecido han enriquecido mi vida. El recuerdo de sus vidas nunca se aleja de mí. Hicieron del mundo un lugar mejor con su presencia. Intento que mi vida sea un tributo a ellas.
Una de las mayores pruebas de la vida es aprender a dejar ir. Una madre debe dejar ir a su hijo o hija para que viva su propia vida. Si se aferra a él o ella por demasiado tiempo habrá creado un adulto disfuncional. Igualmente difícil es para un hijo o hija, incluso si tiene cuarenta años, dejar ir la necesidad de aprobación de sus padres, la dependencia o el pasado.
La vida es un continuo proceso de dejar ir, ¿o quizás de avanzar? El buen maestro no intenta retener a sus alumnos. Está orgulloso de ellos cuando pasan al siguiente nivel. Un buen terapeuta está encantado cuando su paciente ya no lo necesita.
El amor con desapego es la llave para aprender a dejar ir. No debe confundirse desapego con indiferencia. Indiferencia es cuando el otro no te importa; desapego es cuando te importa tanto que te separas.
Si somos capaces de discernir cuándo es tiempo de dejar ir, tendremos abierta la puerta de la felicidad espiritual.
La muerte es la mayor prueba de nuestra capacidad de dejar ir. Ya sea nuestra propia transición o la de nuestros seres queridos, la muerte es el paso hacia adelante más significativo de nuestras vidas.
Aunque sepamos que la muerte es una despedida temporal, nos cuesta despedirnos. La tristeza dolorosa por la pérdida es inevitable. Debemos expresar nuestra pena y nuestro dolor porque si intentamos suprimir nuestros sentimientos, éstos no se irán. Es un proceso que exige que reflexionemos sobre la temporalidad de la vida física, sobre el hecho de que no podemos poseer a nadie y que se nos pide que digamos adiós. Es una batalla que debemos luchar. Podemos ganarla hablando, con el tiempo o ayudándonos unos a otros. El acto de servir a otros es un gran tónico contra la tristeza. Cada momento en la Tierra es una oportunidad para ayudar a alguien.
Cada persona necesita una cantidad de tiempo distinta para llorar una pérdida. La convicción de que la muerte no existe, de que solo es un cambio de forma, hace que no nos aferremos a la tristeza por mucho tiempo. Seguir adelante con nuestras vidas no significa ser desleales con los que se han ido. Debemos conservar viva la memoria de la gente que amamos a través de nuestra pasión por la vida.
Jaén. Santuario de Nuestro Padre Jesús Nazareno. (Iglesia del desaparecido convento de San José).
Francisco Martínez Villacañas, conocido como Paco Tito, es un alfarero y escultor nacido en Úbeda, Jaén, en 1943. Hijo del popular alfarero Pablo Martínez Padilla, Tito, se inició en el oficio del barro, junto a su hermano Juan, también alfarero, de la mano de su padre, manteniendo técnicas ancestrales y utilizando uno de los pocos hornos de tipo árabe que quedan funcionando en España.
Recientemente ha realizado, junto a su hijo Pablo, también alfarero, una escultura de San José y el Niño situada, desde el día 19 de septiembre, en una hornacina de la fachada principal del camarín en el que se venera, en Jaén, a la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, “El Abuelo”.
Se trata de una escultura en terracota, modelada en hueco, de dos metros de altura. En ella, San José posa su mano sobre el hombro del Niño y éste agarra amorosamente la túnica que viste el padre, a la vez que se miran con dulzura. No faltan en la escena la vara de azucenas con que tradicionalmente se representa al Santo, ni el cenacho lleno de herramientas propias de un carpintero.
Con esta obra, Paco y Pablo Tito, más allá de sus hermosas piezas de alfarería, consolidan definitivamente su faceta de escultores.
Espero que disfrutéis, tanto como yo, con este vídeo en el que podemos ver, paso a paso, todo el proceso de realización de la escultura de barro. Fijaos en el horno árabe ¡Qué maravilla!
Su taller alberga también el Museo de Alfarería “Memoria de lo Cotidiano”, en el que se pueden apreciar reproducciones de las piezas tradicionales de la alfarería ubetense, recopiladas durante su extensa carrera como alfarero. Se trata de un museo viviente, pues se puede visitar la exposición y al mismo tiempo tener la oportunidad de contemplar a padre y a hijo trabajar en el obrador centenario y disfrutar de sus explicaciones.
Paco Tito ha recibido numerosos premios y su obra está presente en diversos museos nacionales, así como colecciones privadas tales como la de Casa Real, El Vaticano o el Parlamento Andaluz.
Fuente: “¿Qué se le puede pedir a la vida?” de Javier Urra.
«En el Centro Piloto de Menores tuvimos privado de libertad a un muchacho magnífico y de buen corazón durante tres años por los múltiples robos que había cometido (el primero, leche materna para su hermano pequeño). No recibió nunca una visita, ni una carta, ni una llamada telefónica.
Al acabar su sanción lo acompañé en mi coche a su pueblo, muy lejano, llamamos a la puerta, se abrió, salió una señora y dijo: “Ya está aquí este hijo de puta”.