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domingo, 28 de septiembre de 2014

No se puede gustar a todo el mundo

Fuente: “365 ideas para cambiar tu vida” de Francesc Miralles.

«Luchar por la estimación de las personas que han decidido no querernos es una batalla perdida de antemano que nos desgasta inútilmente.

El poeta latino Horacio lo explica de una manera muy sencilla: "A la gente triste le disgusta la feliz, tanto como la feliz aborrece la triste; los que son rápidos de pensamiento se ponen nerviosos con los calmados, así como los desocupados no pueden soportar a los que siempre están ocupados".

No todo el mundo puede estar de nuestra parte, lo cual tampoco significa que tengamos adversarios. Simplemente hay personas con las que no podemos converger porque no hay un terreno común para la complicidad.

Si queremos forzar la situación con acercamientos obstinados, entonces tal vez sí que despertemos la hostilidad de los demás, especialmente si aparentamos lo que no somos en un intento desesperado por agradar.

Es mucho más efectivo mostrarnos de manera franca y asumir con naturalidad tanto el reconocimiento como la indiferencia o la desaprobación.

No nos elogiará todo el mundo, pero al menos gozaremos del placer de ser nosotros mismos».


martes, 23 de septiembre de 2014

No pesa... es mi hermano

Historia para despertar


  “He ain’ t heavy, he’s my brother” (“No pesa, es mi hermano”). Olivia Newton John.

En 1917 el sacerdote católico Edward Joseph Flanagan (1886- 1948) fundó, con 90 dólares prestados, una casa para niños sin hogar en Omaha (Nebraska). En un principio contó solo con cinco niños: tres procedían de tribunales tutelares de menores y dos habían sido recogidos en la calle. Pronto, se vio obligado a ampliar los locales de su fundación, adquirió una granja a unos dieciocho kilómetros de Omaha y trasladó allí su residencia llamándola “Boys Town” (La ciudad de los muchachos).

El padre Flanagan, que dedicó toda su vida a la educación de niños y jóvenes delincuentes y abandonados, estaba convencido de que la fórmula más adecuada para su reinserción era fomentar en ellos el espíritu de responsabilidad e implantó un régimen de autogobierno en el que los chicos organizaban su ciudad.

Un día de 1918, el padre Flanagan fue llamado para atender a una señora que venía con su hijo, Howard Loomis, de unos trece años. Cuando entró en la sala de visitas, la madre se acercó a saludarlo, pero el niño no se movió de la silla. El sacerdote supuso que no se levantó a saludarlo por timidez o por nerviosismo…

La señora lo convenció para que admitiese a su hijo, pues su marido los había abandonado y ella, que no tenía casa propia, tenía que ganarse la vida sirviendo como criada. El padre salió a despedirla y volvió a la sala de visitas.

—Vamos Howard, te llevaré al pabellón donde vivirás. Un compañero te enseñará el dormitorio, el comedor… y te dirá nuestras costumbres para que sepas lo que tienes que hacer.

Howard bajó la cabeza y no se movió de la silla.

—Vamos —repitió el padre Flanagan.

El muchacho siguió inmóvil, levantó despacio la cabeza y miró al padre con ojos de súplica y temor.

—¿Te pasa algo? —dijo el sacerdote entre cariñoso y perplejo.

—Es que... es que no puedo andar... Soy paralítico.

Flanagan tenía por norma no admitir a niños con enfermedades que los imposibilitaran para seguir el ritmo de trabajo, estudio, recreo y oración establecido en la ciudad. Disimuló como pudo su disgusto y trató de sonreír a aquel pobre inválido que, de forma “fraudulenta”, había recogido.

Howard había tenido polio y caminar era muy difícil para él, especialmente cuando tenía que subir o bajar escaleras. Usaba un complicado aparato ortopédico para las piernas y, con frecuencia, los otros muchachos se turnaban para llevarlo de un sitio a otro cargado en sus espaldas.

Un día que fueron de picnic, lo llevaba a cuestas Reuben Granger, uno de los muchachos más grandes. Incapaz de ocultar el cansancio producido por la distancia, lo difícil del camino y el peso de Howard, el padre Flanagan con tono cariñoso le preguntó:

—Amigo, ¿pesa mucho?

Reuben, con inefable expresión de cara y encogimiento de hombros que encerraban una gran carga de amor, de valor y de resignación, le respondió con fuerza y decisión:

—“Él no pesa, padre... es mi hermano”.

Esta frase emblemática ha simbolizado el espíritu de “La ciudad de los muchachos” durante décadas.

* En 1938 “La ciudad de los muchachos” se hizo mundialmente famosa a través de la película del mismo título dirigida por Norman Taurog e interpretada por Spencer Tracy y Mickey Rooney. Obtuvo dos óscar en 1939 (mejor guion y mejor actor).

Parece ser que en 1943 el padre Flanagan estaba hojeando un ejemplar de la revista “El Mensajero”, cuando vio una imagen de un chico mayor que llevaba a un niño a cuestas. El texto decía: “Él no es pesado, señor ... es mi hermano”. El sacerdote obtuvo permiso de la revista para usar la imagen y la frase que “Boys Town” adoptó como lema.

En 1969 el grupo “The Hollies" grabó la entrañable canción "He ain’ t heavy, he’s my brother” (No pesa, es mi hermano), con un mensaje de fraternidad que trasciende lugares y tiempo. Para esta entrada he seleccionado la versión que hizo Olivia Newton John.


jueves, 18 de septiembre de 2014

La infoxicación

La palabra infoxicación es un neologismo acuñado por el físico y experto en comunicación Alfons Cornella para definir el exceso de información.


Fuente: “365 ideas para cambiar tu vida” de Francesc Miralles.

El ser humano, como todas las especies, recoge y asimila aquella información esencial para su supervivencia, pero si nuestro cerebro recibe una lluvia constante de estímulos, corremos el riesgo de ahogarnos en un mar de información que seremos incapaces de gestionar. Cuando eso sucede, la información se convierte en infoxicación. Este término describe el estado de estrés que sufre el ser humano ante la actual sobrecarga intelectual.

A medida que multiplicamos la información, de ser buena pasa a ser contaminante. En Estados Unidos, se ha tipificado un nuevo trastorno psicológico: el IFS, Information Fatigue Syndrome (Síndrome de fatiga por información). La persona que lo sufre experimenta confusión mental, angustia y miedo a colapsarse.

En el estresante ámbito de la infoxicación, tenemos miedo a “perdernos algo importante” si nos desconectamos del correo electrónico o del móvil, por no hablar de las redes sociales como Facebook o Twiter, que generan toneladas de información que no necesitamos.

Algunas medidas contra la infoxicación:

- Apagar el televisor en casa, a no ser que se trate de un programa de habíamos decidido previamente ver. Si no estamos acostumbrados al silencio o vivimos en un bloque ruidoso, podemos sustituir el rumor de la televisión por un disco de música clásica.

- Desconectar el móvil unas cuantas horas al día; durante las comidas, por ejemplo. Solo así lograremos salir del estado de alerta que nos va fatigando durante la jornada y lograremos un descanso mental.

- Evitar los medios con exceso de publicidad, pues contribuyen a sobrecargar nuestra atención. El número diario de mensajes publicitarios que recibe un ciudadano medio ha pasado de ser de quinientos en 1970, que no son pocos, a ser más de tres mil en la actualidad.

- Introducir filtros para el correo electrónico y pedir a nuestros contactos que no nos manden correos que no sean personales.

- Hacer “ayunos” de información. Así como el cuerpo necesita depurarse de vez en cuando, la mente precisa eliminar la información inútil a través de una pausa. Sorprendentemente, descubriremos que el mundo no se viene abajo porque no estemos conectados.

- Practicar la atención plena. La meditación es tan eficaz como “tirar de la cadena”, pues nos ayuda a vaciar la mente al centrar nuestros sentidos en una sola cosa; por ejemplo, el aire que entra y sale por las fosas nasales.

Solo si descartamos la información que no necesitamos, lograremos centrar nuestra atención en aquello que nos es vital. Hemos de replantearnos la vida para poner en su sitio las verdaderas prioridades. Tal vez entonces nos demos cuenta de que, para llevar una vida con sentido, no necesitamos estar al día de todo o saber lo que hacen otras personas en cada momento.

Algo similar les está pasando, desde otra perspectiva, a nuestros niños. Este mes de septiembre cumplo treinta años en la escuela y me abruma ver que cada vez hay más alumnos sometidos a una sobre-estimulación, a una sobrecarga intelectual y a no sé cuántas actividades extraescolares que se “suponen” divertidas, creativas y maravillosas... Son niños y niñas estresados, que muchas veces experimentan angustia, nerviosismo o hiperactividad y, con frecuencia, son incapaces de concentrarse, tienen una atención dispersa y conductas agresivas. Creo que estamos cometiendo un gran error.


sábado, 13 de septiembre de 2014

Dale la vuelta a la tortilla

“El Hormiguero” es un programa de entrevistas, lleno de humor, en el que se muestran experimentos de divulgación científica. Producido por “7 y acción”, se estrenó en septiembre de 2006 y fue emitido por la cadena española de televisión “Cuatro” hasta septiembre de 2011. Desde esa fecha, lo emite la cadena Antena 3.

Está presentado y dirigido por Pablo Motos en colaboración con las hormigas (marionetas) Trancas, Barrancas y Petancas. El programa cuenta con una serie de colaboradores como El Hombre de Negro, Juan Ibáñez, Damián Mollá, Marron, Jandro, Luis Piedrahita, Anna Simon, Pilar Rubio, Mario Vaquerizo...

El pasado día 1 de septiembre, “El Hormiguero” arrancaba nueva temporada con un vídeo lleno de famosos nacionales e internacionales. Su lema es “Dale la vuelta a la tortilla” y se trata de una canción optimista que pretende poner una sonrisa a los malos tiempos y nos invita a movernos, a no conformarnos, a rebelarnos si es preciso…

Decenas de famosos que pasaron por el plató del programa en la anterior temporada, han querido colaborar:

- Artistas relacionados con el mundo del cine, la televisión, la radio o el espectáculo: Antonio Banderas, Carmen Maura, Belén Rueda, Ricardo Darín, Hugo Silva, Enrique San Francisco, Imanol Arias, Javier Cámara, Paula Echevarría, Elsa Pataki, María y Paco León, Amaia Salamanca, Mario Casas, Álex de la Iglesia, Emilio Aragón, Juan Tamariz, Jordi Évole, Julia Otero, Elijah Wood, David Hasselhoff, Tom Hanks, Hugh Jackman, Jeremy Irons, Channing Tatum, Ben Stiller Bradley Cooper y Ryan Reynolds.

- Cantantes: Enrique Iglesias, Miguel Bosé, Laura Pausini , Mónica Naranjo, Dani Martín, Juanes, David Bisbal, Marta Sánchez, Melendi, Gloria Estefan, Backstreet Boys, Alejandro Sanz, Ricky Martin, Diego el Cigala, Raphael y Estopa.

- Pretigiosos cocineros: Alberto Chicote, Karlos Arguiñano y Ferrán Adriá.

- Políticos: José Bono.

- Famosos relacionados con el mundo del deporte: Enrique Cerezo, Sergio Ramos, Víctor Valdés, Iker Casillas, Rudy Fernández y Marc Márquez.

Por supuesto, intervienen Pablo Motos y los colaboradores del programa.

El pesimismo, por mucho que sea más creíble, paraliza y no resuelve nunca los problemas. El mundo lo mueve el optimismo.


lunes, 8 de septiembre de 2014

Orígenes del distrés


Fuente: “Vivir es un asunto urgente” de Mario Alonso Puig.

En nuestra sociedad hay muchas causas por las que sufrimos los efectos del distrés o estrés negativo. Entre ellas está la falta de sintonía entre el tiempo que tenemos y el que querríamos tener, pues hay una gran discordancia entre las cosas que queremos hacer y entre las que tenemos tiempo de hacer. Otra de las causas es la pobre comunicación que existe entre las personas, que genera incontables momentos de tirantez.

Sin embargo, hay que diferenciar la causa de algo de su origen. Cada uno de nosotros podemos fácilmente reconocer cuáles son las causas de nuestro distrés, pero lo que urge es entender su origen.

Entre los principales orígenes de nuestro distrés podemos destacar:

Primero:

Nuestra incapacidad para decir “no” sin sentirnos culpables.

Para nosotros decir “no” es un enorme desafío porque nos arriesgamos a ser rechazados, y cuando estamos fuera del grupo nos sentimos muchas veces solos y perdidos. De pequeños el rechazo del grupo hubiera significado nuestra muerte y de alguna manera ese registro, esa asociación en mayor o menor medida sigue viva en nosotros.

Segundo:

Con frecuencia no tenemos claras nuestras prioridades y dejamos que sean otras personas las que las decidan por nosotros.

Como muchas veces no tenemos claras nuestras prioridades, carecemos de aptitudes para distinguir, en nuestro día a día, aquello que nos lleva hacia donde queremos ir, de aquello que nos lleva hacia donde no tenemos interés en llegar. Pretendemos entonces que todo sea prioritario y como si todo es prioritario nada es prioritario, invertimos nuestro tiempo en muchas cosas que, por ser intrascendentes, dejan que poco a poco muera la ilusión y con ella la alegría de sentirnos vivos. Hemos de reflexionar sobre qué va a ser prioritario y qué no lo va a ser en nuestra vida.

Tercero:

Nos cuesta muchísimo hablar con honestidad de nuestro sentir y a base de no mantener una conversación clara de forma inminente, solemos esperar a que llegue la ocasión propicia, la cual nunca acaba de llegar. Esta dificultad para expresar nuestra emocionalidad va acumulando en nuestro interior un resentimiento que a nadie ayuda. Por otro lado, si transmitimos cómo nos sentimos sin ningún tipo de cortapisas, lejos de ayudar a que se produzca un entendimiento, sucede justo lo contrario.

Cuarto:

Nuestra falta de coraje para dar la cara por nuestros valores.

Los valores que guían nuestra existencia los ven los demás no por lo que decimos, sino por cómo actuamos, ya que al fin y al cabo nuestra vida es nuestro mensaje. El hecho de decidir qué va a ser valioso para nosotros nos lleva a descubrir aquello que se convierte en prioritario y nos da la fortaleza para saber decir “no” a algo que sin ser valioso ni prioritario nos pide no solo tiempo, sino que también hace que nos olvidemos de todo aquello que daría el verdadero sentido a nuestras vidas.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

El abuelo y el nieto

Autores: *Jacob y Wilhelm Grimm.

“Anciano afligido” (1890) de Vincent van Gogh (Fragmento). Museo Kröller Müller. Otterlo, Holanda.

Había una vez un hombre muy anciano que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le temblaban las rodillas. Cuando estaba en la mesa, apenas podía sostener la cuchara y dejaba caer la sopa en el mantel y, a veces, se le caía la baba. Su hijo y su esposa estaban muy disgustados con él, hasta que, por último, lo dejaron en un rincón del cuarto, donde le llevaban la comida en un plato viejo de barro. El anciano lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa.

Un día se cayó al suelo y se le rompió el plato que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera le llenó de improperios a los que no se atrevió a responder y bajó la cabeza suspirando. Entonces le compraron un plato de madera, en el que le dieron de comer de allí en adelante.

Algunos días después vieron a su niño muy ocupado en reunir algunos pedazos de madera que había en el suelo.

—¿Qué haces? —preguntó su padre.

—Un plato, contestó, para daros de comer a ti y a mamá cuando seáis viejos.

Los padres se miraron por un momento sin decirse palabra. Después se echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a la mesa y comió siempre con ellos, siendo tratado con la mayor amabilidad.

*De este cuento alemán recogido por los hermanos Grimm, León Tolstoi hizo, años más tarde, una nueva versión.