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martes, 26 de abril de 2016

Amad a vuestros enemigos

Fuente: “Pensamientos cotidianos” de Omraam Mikhaël Aïvanhov.

Sucede a veces que encontramos a personas que son hostiles con nosotros, y buscamos cómo protegernos.

La mejor defensa es encontrar algo en ellas que haga, al menos, que las apreciemos un poco. Si las odiamos, establecemos una comunicación con todo lo que hay de negativo y destructivo en estas personas.

¿Por qué creéis que Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos”? ¿Por qué quería que fuésemos amables y caritativos con aquellos que nos hacen daño? Porque conocía las grandes leyes de la vida. Sabía que el odio nos hace vulnerables.

El amor es la mayor protección contra los enemigos. Amar a nuestros enemigos es una de las cosas más difíciles de realizar, pero es la única arma eficaz contra ellos.


jueves, 21 de abril de 2016

Optimismo vital

Fuente:“Aprendiz de sabio” de Bernabé Tierno.

El derrotismo, la autocondena y el lamento son la carcoma de la voluntad, de la mente y de la salud física y psíquica. Destiérralos para siempre de tu vida y practica el optimismo realista y el autodiálogo positivo, sin olvidar que llegarás a ser y a vivir según piensas y te juzgas a ti mismo.

Deberíamos escribir en un cuaderno, con mayúsculas, y leer cada día el sabio proverbio oriental que dice:

“Si tiene remedio, ¿por qué te quejas? Si no lo tiene, ¿por qué te quejas?”.

El problema del derrotista, del quejica y del eterno preocupado por todo es que se bloquea, no actúa, no pone medios y malgasta sus energías y su tiempo en lamentar su suerte; con el agravante de que llega a convencerse de que él es gafe, que nada le sale bien, o bien de que es tonto o incapaz. En cualquier caso, se instala en la cómoda actitud de la queja y espera que las cosas se solucionen solas o que alguien con más decisión y capacidad se saque del atolladero.

En las situaciones verdaderamente críticas, a nada positivo conduciría recurrir al lamento o dejarnos atrapar por el pánico y la pasividad.

Tenemos que aprender a afrontar las dificultades con alegría y decisión y a entender que el lamento y la queja casi siempre son una estúpida pérdida de tiempo y de energías.

El aprendiz de sabio conoce por experiencia que por mal que estén las cosas, mientras quede una gota de coraje y de ilusión, con esfuerzo, es posible llegar a la victoria desde la derrota y al éxito desde el fracaso.

El hábito de la autodisciplina, de la responsabilidad y de hacerse cargo de sí mismo siempre conduce a una vida más agradable, plena y feliz.

Pongamos remedio a lo que anda mal si es posible, pero no recurramos a la queja, y si no hay remedio, con menor motivo debemos preocuparnos de lo que no tiene solución ni arreglo. Las lamentaciones no sirven para nada.


sábado, 16 de abril de 2016

El canto del jilguero

Este cuento de Carlos G. Vallés, está incluido en la obra “Cuentos y parábolas” de la fundación Itaka-Escolapios.


Leyenda guaraní

Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído una melodía igual. Quedó enamorado de su belleza y salió en la búsqueda del pájaro cantor. Encontró a un gorrión. Le preguntó: “¿Eres tú el que canta tan bien?”. El gorrión contestó: “Claro que sí”. “A ver, que te oiga yo”. El gorrión cantó, y el indio se marchó. No era ése el canto que había oído.

El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real. Todos le dijeron que sí, que eran ellos, pero no era su voz lo que él había oído. Y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, que no podía confundirse con ningún otro.

Siguió buscando, y un día a lo lejos volvió a escuchar la melodía que había escuchado una vez y que desde entonces llevaba en el alma. Se paró silencioso. Sintió la dirección y midió la distancia con sus sentidos alerta. Se acercó sigiloso como un indio sabe andar en la selva sin que sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle. Lo supo desde la primera nota, sació su mirada con la silueta del pájaro cantor, y volvió feliz a su aldea. Ya sabía cuál era el pájaro de sus sueños.

La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes: “¿Eres tú?”. Mientras preguntamos no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca el canto del jilguero.


lunes, 11 de abril de 2016

La fuerza del desánimo

Fuente: “Pensamientos cotidianos” de Omraam Mikhaël Aïvanhov.

El desánimo es uno de los estados más destructivos que pueda experimentar un ser humano, porque le priva de la mayor parte de sus energías.

Capaz de demoler las riquezas y posibilidades que hay acumuladas en nuestro cuerpo físico, en nuestro intelecto y en nuestro espíritu, el desánimo es verdaderamente muy poderoso.

El desánimo contiene en sí mismo unas fuerzas formidables. Incluso en los peores momentos, el desánimo contiene unos elementos que, si sabemos cómo utilizarlos, pueden servirnos para animarnos de nuevo. ¿Por qué no tratar de orientarlos en un sentido positivo?

Hemos de esforzarnos en tomar conciencia de todas las posibilidades que hay en nuestro interior. Incluso en los peores momentos, cuando creemos estar completamente extenuados, sin fuerzas ni resistencia, en realidad nos quedan aún recursos formidables que nos permitirán retomar el camino.


miércoles, 6 de abril de 2016

Pequeños actos cotidianos de grandeza

“Nada podrá desconsolarte más al final de tu vida como comprender que solo has usado una pequeña parte de tus capacidades”.
Robin Sharma



Fuente: “Audaz, productivo y feliz” de Robin Sharma.

La grandeza en la vida no está reservada a ninguna minoría de elegidos, hombres y mujeres de piel perfecta, dentadura irreprochable y regio pedigrí. En este planeta no hay seres humanos especiales. Todos podemos optar por crear una vida de grandeza mediante pequeños actos cotidianos.

Una vida estupenda, no es más que una serie de días estupendos y bien vividos que se hilvanan como perlas de un collar. Del modo en que vives tus días, así das forma a tu vida.

Si no lo das todo como persona, si no explotas tu potencial, te habrás traicionado y nunca podrás ser feliz.

Volcarte cada día, por poco que sea, en la mejora continua puede cambiar tu vida.

Para sacar lo mejor de nuestra vida no hace falta que llevemos a cabo una transformación total y absoluta, sino que basta con que nos centremos en ser un poco mejores cada día (en todos los aspectos de nuestra existencia).

Haz pequeñas cosas cada día que te satisfagan, desarrolla un poco más tu intelecto, sé más cariñoso, sé más innovador, corre más riesgos, fomenta relaciones más profundas, y sueña, aunque solo sea un 1% más. A base de días estupendos llegarás a una vida maravillosa.


viernes, 1 de abril de 2016

La piedra arde

“La piedra arde” del uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), es una fábula sobre el sentido de la vida en la que un viejo, tras una larga vida en la que su cuerpo y su alma han quedado marcados profundamente, no quiere partir la piedra que le devolvería a la juventud.

En la comarca de Pueblo Niebla vivía un viejo solito y solo.

El viejo hacía cestas de mimbre y zapatillas de cáñamo. Las regalaba a los vecinos y se ofendía si querían pagarle. Él se ganaba la vida como guardián de los huertos.

El viejo había venido de un lugar muy lejano y nunca hablaba de su vida.

Nadie se animaba a preguntarle: «¿Siempre fuiste tan viejo?», ni a preguntarle: «¿Siempre fuiste tan feo?».

El viejo andaba encorvado y cojeaba de una pierna. Era muy blanco el poco pelo que le quedaba. Una cicatriz le atravesaba la mejilla. Tenía la nariz torcida y cuando se reía abría una ventana, porque le faltaban los dientes de arriba.

Una noche de otoño, un niño llamado Carasucia saltó la tapia de un huerto. Iba a robar manzanas.

Carasucia no tuvo suerte. Cuando estaba por escapar, resbaló y quedó colgado de un clavo de la tapia. Las manzanas rodaron por el suelo. Carasucia cayó sobre un matorral lleno de espinas. Gritó.

El viejo guardián no le azotó el culo con ortigas. Tampoco lo denunció ante la madre. Un jirón de tela colgaba, como un rabo de oveja, del pantalón roto de Carasucia. El viejo guardián ni siquiera le regañó. Meneó la cabeza, gruñó, le lavó los arañazos de los brazos y las piernas y acompañó a Carasucia hasta la puerta de su casa sin decir una palabra.

Pocos días después, Carasucia se perdió en el bosque. Caminaba y caminaba y por más que caminaba no podía encontrar la salida.

El techo de árboles apenas dejaba ver el cielo. Carasucia marchaba enredándose en los ramajes y chapoteando en el barro, cuando vio una piedra brillante. La piedra brillaba, aunque estaba cubierta de musgo y de barro. Muerto de cansancio, Carasucia se sentó en la piedra. O quiso sentarse, mejor dicho, porque no bien apoyó el trasero, pegó un salto y lanzó un grito de dolor. ¡Pobre Carasucia! Pocos días antes, había caído sobre las espinas del matorral. Ahora, se había sentado en el aguijón de una avispa.

Pero no. No había ninguna avispa. La culpa era de la piedra, que quemaba como carbón encendido.

Hecho una furia, Carasucia la pateó.

Cuando el zapato raspó la piedra, unas pequeñas letras aparecieron. La boca de Carasucia quedó como una O.

Entonces Carasucia, que era un niño curioso, restregó la piedra con una rama. La piedra ardiente daba cada vez más luz mientras Carasucia le iba quitando el barro y el musgo.

Por fin, Carasucia pudo leer estas palabras en la piedra desnuda:

Joven serás, si eres viejito,
partiéndome en pedacitos.

Carasucia, que no era viejito, pensó: «Si parto la piedra, ¿qué? Seré un bebé de pecho y no sabré caminar. ¿Y después? ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! ¡Tendré que empezar la escuela de nuevo! ¡Al primer curso otra vez!». Y también pensó: «¡Qué mala suerte! ¡Encuentro una piedra mágica y no me sirve para nada!».

Entonces recordó al viejo guardián del huerto, que había sido bueno con él y era bueno con todos los demás.

¡El viejo bailará como un trompo y saltará como una pulga y volará como un pájaro! ¡No volverá a toser! ¡Tendrá las piernas sanas y una cara sin tajos y una boca con todos los dientes!

Con tan asombroso descubrimiento, Carasucia había olvidado su situación. «Es muy tarde», descubrió de pronto, y sintió miedo.

Para darse coraje, habló en voz alta. Al escuchar su propia voz, sintió menos miedo. Hablar en voz alta ayuda mucho cuando uno está perdido y solo y siente miedo. Carasucia dijo:

—Ahora, tengo que volver.

Y se preguntó:

—Y después, ¿cómo haré para encontrar la piedra?

Y se respondió:

—Voy a dejar señales en el camino.

Carasucia se sacó la camisa y la desgarró en tiritas.

Exploró un camino de salida. Cada pocos pasos, iba dejando una tirita de tela colgada de los árboles. Caminaba a los tropezones y muy lentamente, porque el bosque estaba bastante oscuro y enemigo.

Pero ese camino no servía y Carasucia lo desanduvo y volvió a la piedra ardiente.

Intentó otro camino, que tampoco servía.

A Carasucia le temblaban las rodillas y él decía, en voz alta:

—Fuera, miedo.

Y como las piernas seguían temblando, gritaba:

—¡Fuera, miedo! ¡Fuera de aquí!

Y entonces las piernas seguían temblando, pero solamente por el frío.

Cuando Carasucia consiguió salir del bosque, ya había caído la noche. La luna le iluminó los pasos hasta su casa.

A la mañana siguiente, Carasucia bajó a los huertos. El viejo llevaba en una mano una olla llena de cal líquida y al hombro una escobilla de ramas. El viejo se detuvo y Carasucia le escuchó la respiración dificultosa.

Carasucia contó lo de la piedra.

El viejo le acarició la cabeza, bebió un chorro de vino de la bota de cuero y aceptó acompañar a Carasucia hasta los pantanos del bosque.

Siguiendo la ruta de las tiras de trapo, llegaron a la piedra.

—¿Y? —preguntó Carasucia.

El viejo miraba la piedra mágica, con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. La piedra brillaba como un desafío.

—¡Vamos, rómpela! —dijo Carasucia, tironeándole la ropa.

Pero el viejo no se movía.

El viejo se apoyó contra el tronco de un árbol. Sacó tabaco de una bolsita.

—¡Ah! —dijo Carasucia—. ¡Nos hemos olvidado el martillo! ¿Cómo vas a romper la piedra sin martillo?

Muy de a poquito el viejo iba cargando la pipa, como si ése fuera un trabajo de siglos.

—¿Quieres que vaya a buscar el martillo? —se ofreció Carasucia—. Ya conozco el camino y no me perderé.

—No —dijo el viejo—. No quiero.

—Pero... ¿No vas a romper la piedra?

El viejo clavó una ramita seca contra la piedra candente. Esperó a que se encendiera y entonces la sopló y arrimó la brasa a la pipa.

—Pero, pero... —Carasucia sintió que las lágrimas le saltaban a los ojos. Estaba furioso y gritó:

—¿Para eso me quemé? ¿Para eso pasé tanto frío y tanto miedo?

El viejo echó una larga bocanada de humo.

—Ven —dijo.

Y apoyó una mano sobre el hombro de Carasucia.

—Yo sé lo que piensas —dijo— y quiero explicarte. Soy viejo, aunque bastante menos viejo de lo que crees, y soy cojo y estoy desfigurado. Yo sé. Pero no me creas tonto, Carasucia. Tonto no soy.

Y por primera vez en tantos años, el viejo dijo su historia.

—Estos dientes no se cayeron solos. Me los arrancaron a golpes. Esta cicatriz que me corta la cara, no viene de un accidente. Los pulmones... La pierna... Rompí esta pierna cuando me escapé de la cárcel, porque era muy alto el muro y había vidrios abajo. Hay otras marcas, también, que no puedes ver. Marcas que tengo en el cuerpo y no solamente en el cuerpo y que nadie puede ver.

Los resplandores de la piedra candente iluminaban los altos pómulos de la cara del viejo y le ponían chispas en los ojos.

—Si parto la piedra, estas marcas se borrarán. Pero estas marcas son mis documentos, ¿comprendes? Mis documentos de identidad. Me miro al espejo y digo: «Ése soy yo», y no siento lástima de mí. Yo luché mucho tiempo. La lucha por la libertad es una lucha de nunca acabar. Ahora hay otros que luchan, allá lejos, como yo he luchado. Mi tierra y mi gente no son libres todavía. ¿Comprendes? Yo no quiero olvidar. No parto la piedra porque sería una traición.

A través del bosque, caminaron de regreso a Pueblo Niebla. Iban tomados de la mano. El niño sentía que la mano del viejo era muy calentita.