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jueves, 26 de octubre de 2023

El anciano y el bandolero


Fuente: “Cincuenta cuentos para meditar y regalar” de Ramiro A. Calle.

Un anciano muy religioso viajaba de un monasterio a otro a lomos de una mula. El sol era tan implacable y el camino tan largo que sus fuerzas de debilitaron de tal modo que perdió el conocimiento y cayó de la montura.

Pasaba por allí en esos momentos un bandolero tristemente célebre por sus muchas fechorías, pero que al contemplar la situación del viejo se apiadó de él y, cogiéndole entre sus fornidos brazos, trató de darle un poco de agua.

De repente el anciano volvió en sí y en seguida tomó conciencia de que ese hombre era el famoso bandolero, por lo que se sintió espantado y comenzó a gritar:

—¡No, no aceptaré ni una gota de agua, ya que viniendo de un malhechor como tú seguro que está envenenada! ¡Quieres matarme y robarme mi mula, pero no lo conseguirás!

—Te equivocas —dijo el bandolero—; mi agua es de manantial, pura y fresca, y te ayudará a reponerte.

—¡No, no, está envenenada!

—Créeme anciano —adujo afectuosamente el bandolero—, esta agua es muy sana y te dará las fuerzas que ahora necesitas.

—¡Te digo que no la beberé, maldito! Nada bueno puede proceder de ti. ¡No probaré ni una sola gota!

Y, negándose a beber, el extenuado corazón del anciano falló y le sobrevino la muerte.

La desconfianza sistemática no es una buena consejera. A menudo todos desarrollamos prejuicios con respecto a otras personas, hasta tal punto que no les damos la oportunidad de que nos demuestren su buena fe o disponibilidad si la tienen. Entonces nos comportamos injustamente y, además, en último caso, nos perjudicamos a nosotros mismos.

Sin dejar de protegernos, hay que dar un voto de confianza desde la adecuada prudencia. Muchas personas reaccionan positivamente en esta vida porque recibieron una nueva oportunidad de hacerlo.


viernes, 20 de octubre de 2023

Convivir en la ausencia

A mi madre. No hago otra cosa que transmitir el amor que de ella recibí.

“Virgen de los vientos”. Roquetas de Mar (Almería).

 “Ave María”. Giulio Caccini . (Royal Philharmonic Orchestra).

Fuente: “La vida empieza cada día” de Anne Igartiburu.

Nunca he encubierto el gran dolor que sentí por la muerte, hoy hace quince años, de mi madre. En mi caso, desde el principio, empecé a honrar su figura, su increíble capacidad de hacer cosas y hacerlas bien, su fuerza incombustible, su vitalidad, su clarividencia, su generosidad, los cuidados y el amor que me dedicó y que sanaban, siempre, mi corazón… y, de esta manera, su ausencia se convirtió en una presencia amorosa y constante.

Hoy revisaré, con amor y sana melancolía, la caja en la que guardo algunos objetos personales y sus fotos y volverán a mí los momentos vividos, las palabras compartidas, las emociones que me han convertido en quien soy y, como siempre que pienso en ella, dibujaré mi mejor sonrisa en la cara. Mi madre es mi gran regalo, mi mayor bendición y sigue siendo uno de mis refugios más importantes, seguros y reconfortantes.

Mi personalidad, lo bueno que en mí reconozco, tienen su raíz en mi madre y, en realidad, no hago sino transmitir el amor que de ella recibí.

No importa la edad que tenga. Siempre seré su hija. La extraño. Nadie puede reemplazar su ausencia y siempre anhelaré su abrazo.


Este conmovedor cortometraje titulado “Madre”, del cineasta iraní Mohammad Reza Kheradmandan, en tan solo un minuto, captura la ternura, la belleza y la universalidad del anhelo que todos tenemos por el abrazo de una madre.


sábado, 14 de octubre de 2023

Vivir una mentira

En esta entrada se recogen algunas reflexiones del psicoterapeuta canadiense Nathaniel Branden (1930-2014), autor de libros de autoayuda y de numerosos artículos sobre ética y filosofía política. Branden ha trabajado especialmente en el campo de la psicología de la autoestima y desempeñó un importante papel en el desarrollo y la promoción del objetivismo, el sistema filosófico de Ayn Rand.


Fuente: “365 semillas de conciencia para una vida plena” de Daniel Ramos Autó.

Las mentiras más devastadoras para nuestra autoestima no son tanto las que decimos como las que vivimos. Vivimos en una mentira cuando desfiguramos la realidad de nuestra experiencia o la verdad de nuestro ser.

Así, vivimos una mentira cuando:

- Fingimos un amor que no sentimos.

- Simulamos una indiferencia que no sentimos.

- Nos presentamos como más o menos de lo que somos.

- Decimos que estamos irritados y lo cierto es que tenemos miedo.

- Aparentamos indefensión y lo cierto es que somos unos manipuladores.

- Negamos y ocultamos nuestro entusiasmo por la vida.

- Fingimos una ceguera que niega nuestra comprensión.

- Pretendemos poseer una información que no tenemos.

- Nos reímos y en realidad necesitamos llorar.

- Pasamos un tiempo inútil con gente que no nos gusta.

- Nos presentamos como la personificación de valores que no sentimos ni poseemos.

- Somos amables con todos menos con las personas que decimos amar.

- Nos adherimos falsamente a ciertas creencias para gozar de aceptación.

- Fingimos modestia.

- Fingimos arrogancia.

- Permitimos que nuestro silencio implique asentimiento con respecto a convicciones que no compartimos.

- Decimos que admiramos a una clase de persona, pero dormimos siempre con otra.

Si falseamos la realidad de nuestra persona, estamos engañando la conciencia de los otros y la nuestra propia y lo hacemos porque consideramos inaceptable lo que somos y valoramos cualquier idea de otro por encima de nuestro propio conocimiento de la verdad.

Si vivimos en la mentira nos condenamos a la angustia de preguntarnos eternamente cuándo nos descubrirán y atravesaremos la vida con la atormentada sensación de ser unos impostores.


domingo, 8 de octubre de 2023

Servir a los demás (IV)


Fuente: Esta historia, de autor desconocido, está incluida en el libro “Cuentos con alma” de Rosario Gómez.

Recibí una llamada telefónica de un buen amigo. Me gustó mucho escucharle. Lo primero que me preguntó fue:

—¿Cómo estás?

Y sin saber por qué, le contesté:

—Muy solo.

—¿Quieres que hablemos? —me dijo.

Le respondí que sí.

—¿Quieres que vaya a tu casa?

—Sí.

Colgó el teléfono y en menos de quince minutos ya estaba llamando a mi puerta.

Le hablé durante horas de todo: de mi trabajo, de mi familia, de mi novia, de mis deudas… y él me escuchó siempre atento.

Se nos hizo de día. Me quedé muy cansado mentalmente, pero me había hecho mucho bien su compañía y, sobre todo, que me escuchara, que me apoyara y me hiciera ver mis errores. Me sentía muy a gusto.

Cuando él observó que yo ya me encontraba mejor, me dijo:

—Bueno, me voy que tengo que ir a trabajar.

Yo me sorprendí y le dije:

—¿Por qué no me habías dicho que tenías que ir a trabajar? Mira la hora que es, no has dormido nada…

Él sonrió y me dijo:

—No hay problema, para eso estamos los amigos.

Yo me sentí feliz y orgulloso de tener un amigo así.

Lo acompañé hasta la puerta. Él caminaba hacia su coche y le grité desde lejos:

—Y, a todo esto, ¿por qué me llamaste anoche tan tarde?

Él volvió y me dijo en voz baja:

—Es que te quería dar una noticia…

—¿Qué pasó?

—Fui al médico y me dijo que estoy muy enfermo.

Me quedé mudo. Él sonrió y me dijo:

—Ya hablaremos de eso. Que tengas un buen día…

Se dio la vuelta y se fue. Pasó un buen rato hasta que asimilé la situación y me pregunté una y otra vez: “¿Por qué cuando me preguntó cómo estaba me olvidé de él y sólo hablé de mí? ¿Cómo tuvo la fuerza de sonreírme, de darme ánimos, de decirme todo lo que me dijo, estando él en esa situación…?”.

Desde entonces, mi vida ha cambiado. Suelo ser menos dramático con mis problemas y disfruto mucho más de las cosas buenas de la vida. Ahora aprovecho más el tiempo con la gente que quiero.

La vida es como una escalera: si miras hacia arriba siempre serás el último de la fila, pero si miras hacia abajo verás que hay mucha gente que quisiera estar en tu lugar.

Detente a escuchar y a ayudar a quien te necesite.

“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.


lunes, 2 de octubre de 2023

Los ángeles están aquí

Al bello ser de luz que está junto a mí por voluntad de Dios.

El santoral católico hace hincapié hoy en la figura de los ángeles custodios, también conocidos como ángeles de la guarda. Nuestros ángeles guardianes, nuestros protectores, nuestros guías espirituales o como queramos llamarlos, están más cerca de lo que imaginamos; ellos nos protegen y, si se lo pedimos, pueden guiar nuestros pasos en la Tierra.


Fuente: Esta historia, al parecer de autor desconocido, es una adaptación de la incluida en el libro “Cuentos con alma” de Rosario Gómez.

La siguiente historia ocurrió en Nueva York. Elisa llevaba asistiendo tres días a un taller de ángeles. De vuelta a su casa, iba pensando cómo poner en práctica todo lo que estaba aprendiendo. Al llegar a Central Park, invocó a sus ángeles guardianes para pedirles protección y decirles que les abría su corazón para que pudieran ser parte de su vida. Mientras Elisa atravesaba el parque, se cruzó en su camino un hombre, de unos veinticinco años, que la miró de una forma que la estremeció. Sintió que corría peligro y se apoderó de ella un miedo inmenso, pero a esa hora de la tarde camina por Central Park mucha gente de regreso a casa después de su jornada laboral y pensó que ese hombre no podría hacerle nada… Miró hacia atrás y al comprobar que no la seguía, apresuró el paso.

Al llegar a la esquina del edificio en el que vivía, escuchó la sirena de una ambulancia y un coche de policía en dirección hacia el parque.

Subió a su apartamento, se cambió de ropa, se preparó un té y se sentó frente al televisor. En ese momento, interrumpieron la programación para dar la noticia del asesinato de una joven que regresaba a casa tras salir de la universidad. La joven, que cruzaba Central Park, ofreció resistencia a un hombre que intentaba robarle la mochila y recibió un disparo. La policía pudo detenerlo en una calle cercana al lugar del crimen.

Cuando Elisa vio la imagen del hombre, le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo: era el mismo hombre del cual ella había tenido miedo en el parque.

Se quedó muy impactada y muy intrigada. No sabía por qué se había salvado de ese hombre. Pasado un tiempo, se armó de valor, fue a la cárcel donde estaba recluido el asesino y consiguió un permiso para visitarlo. Tras el cristal, le preguntó si se acordaba de ella. El hombre le contestó que sí, que ella iba delante de su víctima la tarde del crimen.

Ella, asombrada, le preguntó:

—¿Por qué no me hizo nada a mí?

—Tú eras mi víctima esa tarde, pero, cuando me crucé contigo, aparecieron dos hombres, como de un metro noventa, que caminaban a tu lado. No me atreví a acercarme. Entonces decidí buscar otra víctima.

Elisa no podía creer lo que escuchaba. Estaba convencida de que fueron sus ángeles quienes la protegieron e impidieron que la mataran.

Después de esta experiencia, todas las mañanas los invoca al comenzar el día.

Hace algo más de veinticinco años, una de mis tías, hermana de mi madre, a la cual yo admiraba por su inteligencia, elocuencia y vivacidad; por su saber estar; por su porte, belleza y elegancia; por su fino sentido del humor… fue hospitalizada porque había sufrido una caída y se había roto la cadera o, tal vez, en las personas mayores que sufren osteoporosis es difícil de determinar, se le había roto la cadera y se había caído. Como les ocurre a muchos mayores cuando son hospitalizados, sufría, en algunos momentos, algunos síntomas de lo que se conoce como “síndrome confusional” y, en ocasiones, su pensamiento era algo incoherente.

La última vez que la visité, me acerqué, como siempre, hasta la cama para besarla. Me reconoció perfectamente y observé que, sin dejar de mirar hacia la puerta, me preguntó por el hombre joven, tan alto y guapo, que me acompañaba e insistió varias veces para que yo le dijera que pasara, que no se quedara en la puerta.

Sorprendida, miré reiteradamente hacia la puerta. No había nadie o, mejor, yo no vi a nadie y desacertadamente, en tono jocoso, le dije: “¿Un hombre alto y guapo a mi lado? ¡No me digas eso, por Dios! ¡Y yo sin saberlo!¡Qué más quisiera yo!”... Sonriendo la besé, le pregunté cómo estaba y la conversación siguió por otros derroteros. Dos días después murió.

Aún me sigo preguntando por qué reaccioné de aquella manera en vez de dejar que siguiera hablando sobre el apuesto “joven” que me acompañaba. Todavía sigo renegando de mi torpeza.

Después de todo este tiempo, aunque ni siquiera puedo imaginar al bello ser de luz que está junto a mí por voluntad de Dios, me siento acompañada y tutelada por “el joven alto y guapo”. Sé que estará conmigo hasta que muera y custodiará mi alma y mi memoria hasta que “despierte”. Algún día lo conoceré, o mejor, lo reconoceré y en su momento, tal vez, iniciemos juntos otro largo camino.