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jueves, 31 de enero de 2019

El hombre sabio


El Tao Te Ching es considerado el texto clásico del taoísmo. Se escribió hace unos 2500 años y se atribuye a Lao Tsé. Es un pequeño tratado con proverbios y aforismos en el que se exponen las bases del más importante sistema filosófico y religioso chino. Es la obra más traducida del chino (casi tanto como la Biblia) y la más difícil de traducir. Es uno de los libros básicos del pensamiento humano.

Verso 49 del Tao Te Ching

“El sabio no tiene intereses egoístas. Es consciente de las necesidades de los demás y las hace suyas.

Es bueno con los buenos y también con quienes no lo son, porque la naturaleza de su ser es buena.

Con los honestos es honesto, pero lo es también con los deshonestos.

Es leal con los leales y con quienes no lo son.

El sabio vive en armonía, aunque en el mundo reine la confusión. Los deseos que agitan al pueblo le inspiran condescendencia.

El sabio es sencillo y humilde. Respeta a todos y los ama como a sus hijos”.


sábado, 26 de enero de 2019

¿Personalidad sana o “tóxica”?


Fuente: “Más gente tóxica” de Bernardo Stamateas.

En nuestra vida cotidiana no podemos evitar encontrarnos con personas problemáticas. Personas autoritarias y descalificadoras, quejosas, envidiosas, arrogantes, irascibles, mentirosas… Son personas “tóxicas” que nos producen malestar. Algunas, pueden arruinarnos la vida, destruir nuestros sueños o alejarnos de nuestras metas. Es importante reconocerlas para protegernos de ellas y ponerles límites.

Todos los seres humanos tenemos rasgos tóxicos. Entonces, ¿cómo diferenciar a una persona equilibrada de una “tóxica”?

Una persona equilibrada es capaz de percibir en sí misma rasgos tóxicos que trata de eliminar. Las personas tóxicas no los reconocen y, por tanto, no tratan de eliminarlos, viven culpando a los demás y robando su energía. Las personas “tóxicas” son adictos emocionales que para sentirse bien necesitan hacer sentir mal al otro. Son los que van en dirección contraria por la calle y dicen: “¡Qué mal conducen estos idiotas!”.

Imaginemos que la personalidad es una pizza. Cada porción de esta pizza es una manera de reaccionar y funcionar. Una porción, por ejemplo, puede ser la desconfianza; otra, la indiferencia; otra, el miedo; el narcisismo; el histrionismo… Cada una de estas porciones enriquece nuestra personalidad.

¿Es normal tener miedo? Sí. ¿Es bueno tener miedos? Es útil ante situaciones de peligro y frente a una amenaza. Se trata de una emoción primitiva del cerebro que tarda 125 milésimas de segundo en reaccionar. En menos de lo que dura un parpadeo el cuerpo puede reaccionar de dos maneras: activa las piernas para huir o las manos para pelear. Este es el mecanismo del estrés: huir o luchar. Nuestra vida se desequilibra cuando continuamente vivimos con miedo, pensando que absolutamente todo es una amenaza.

¿Está bien ser histriónico? Sí, porque el histriónico llama la atención. Por ejemplo, un profesor tiene que ser histriónico para captar la atención de los alumnos. También es bueno tener una personalidad algo histriónica cuando, por ejemplo, jugamos con nuestros hijos.

¿Está bien tener un rasgo psicopático como la indiferencia? Sí, porque si nos afecta todo lo que ocurre, enfermamos. La indiferencia es un mecanismo de defensa sano que todos poseemos y que sirve para protegernos. Por ejemplo: veo la televisión y tomo distancia de las noticias.

¿Es normal ser algo obsesivo? Claro que hay que serlo. La obsesión nos centra en los detalles, y todos sabemos que en ciertas ocasiones es importante observar los detalles. Por ejemplo, para una persona que se encarga de hacer balances o informes contables es imprescindible tener en cuenta los detalles y ser obsesivo a fin de hacer correctamente su trabajo.

¿Está bien ser narcisista? Sí; un poco sí, porque Narciso dice: “Yo puedo alcanzar mi meta”; “lo voy a lograr”; “creo en mí”; “me va a ir bien”. Todos necesitamos una buena dosis de autoconfianza.

Si todo es normal, ¿dónde está el problema?

Una personalidad sana mantiene los rasgos en equilibrio. El problema se plantea cuando uno de esos rasgos no crece o crece demasiado.

Volviendo al símil de la pizza, si tenemos dos o más porciones de lo mismo, esa manera de reaccionar se vuelve nuestro “estilo predominante” y no nos permite funcionar de manera equilibrada.

Tomemos como ejemplo el narcisismo. La persona puede tener un narcisismo sano en parámetros normales. Tiene confianza en sí misma, tiene autocrítica y puede reconocer su valor y el de los demás. Sin embargo, muchas personas piensan que lo saben todo y que son mejores que el resto de los mortales. El narcisismo las ha embriagado y desequilibrado.

En algún momento de nuestra vida a todos nos va creciendo demasiado algún rasgo al que nos acostumbramos y nos resulta más fácil utilizar, y es precisamente ahí donde debemos estar atentos. Algunos rasgos de nuestra personalidad pueden ser recursos que nos sirvan para determinado momento de la vida, pero es importante volver a equilibrarlos.


lunes, 21 de enero de 2019

El pozo

Este cuento está incluido en el libro “50 cuentos para aprender a meditar” de Manuel Fernández Muñoz.

Hace muchos años paseaba una mujer por el desierto cuando, sin darse cuenta, cayó en un pozo de arenas movedizas. Sin embargo, antes de morir ahogada, un derviche (monje mendicante musulmán) que pasaba por allí escuchó sus gritos y la salvó.

Al cabo del tiempo, ambos se encontraron de nuevo y el derviche que pasaba por allí, al verla triste y demacrada, quiso saber el motivo de su mal, por lo que la mujer le confesó que todavía no podía olvidar aquellas arenas movedizas. Entonces el derviche, mirándola con compasión, le dijo:

—Yo te saqué de aquel pozo hace tiempo, pero tú regresas todos los días y te vuelves a meter en él. Si ya saliste de allí, ¿por qué te empeñas en volver a caer?


miércoles, 16 de enero de 2019

Las adicciones nuestras de cada día

Sergi Rufi, doctor en psicología, psicoterapeuta, autor de los libros “Despierta” y “El arte de ser auténtico”, en su artículo “Las adicciones cotidianas ¿cuál es tu adicción?” considera que, además de las adicciones clínicas, existen otro tipo de conductas socialmente aceptadas que, si se repiten constantemente, en modo de piloto automático, no son para nada inocuas y se convierten en un problema. Se trata de las adicciones cotidianas, hábitos impulsivos que esconden una necesidad interna no satisfecha, que se activan para aminorar el malestar que dicha insatisfacción nos provoca.

Sergi Rufi sugiere una “corta” lista de adicciones cotidianas:

La adicción a la prisa,
adicción a obedecer,
adicción a quejarte,
adicción a la multitarea (hacer varias cosas a la vez),
adicción a la televisión,
adicción a angustiarte,
adicción a preocuparte,
adicción a conformarte,
adicción a trabajar,
adicción a mirar el móvil,
adicción a internet,
adicción a no responder los emails (o a hacerlo tarde),
adicción a olvidarte de las cosas,
adicción a la Coca-Cola,
adicción al desarrollo personal,
adicción a desconectar para no responsabilizarte,
adicción al traje y a la corbata,
adicción a dar la nota,
adicción a ser exigente,
adicción a vender humo (y vender la moto),
adicción a abandonar,
adicción a la hiperactividad,
adicción a los celos,
adicción a disculparte,
adicción al fútbol,
adicción a la masturbación,
adicción a buscar el resultado inmediato,
adicción a pasar desapercibido,
adicción a complacer,
adicción a llamar por teléfono,
adicción a enfadarte,
adicción a la familia,
adicción al taco y al insulto,
adicción a despistarte,
adicción a mirar por el encima el hombro,
adicción a perder el tiempo,
adicción a la formación académica,
adicción a hablar gritando,
adicción a los libros de autoayuda,
adicción a cortar y plagiar,
adicción a la medicación,
adicción a la religión,
adicción a rechazar,
adicción a la crítica,
adicción a la moda,
adicción a no comprometerte,
adicción a poseer,
adicción al victimismo,
adicción a racionalizar las emociones,
adicción a llegar tarde,
adicción al ocultismo,
adicción a los gurús,
adicción a las dietas,
adicción al coaching,
adicción a mejorar tu curriculum vitae,
adicción al maquillaje,
adicción al aburrimiento,
adicción al músculo,
adicción a la cirugía estética,
adicción al miedo al qué dirán,
adicción a no escuchar,
adicción a escudarte tras una enfermedad,
adicción a la espiritualidad fácil para evitar la psicoterapia,
adicción a la ciencia y a los estudios científicos,
adicción a hacer esperar,
adicción a la sumisión,
adicción al dinero,
adicción al materialismo,
adicción al mundo Disney,
adicción a la prensa rosa,
adicción a los telediarios y los periódicos,
adicción a lo “bio” y a lo “eco”,
adicción a Dios,
adicción a la carne,
adicción a la perfección,
adicción al deporte,
adicción a las series americanas,
adicción a la tradición,
adicción a tener pareja,
adicción al coche, a la moto o a los dos,
adicción a los tacones,
adicción a hablar de fútbol y de política,
adicción a esconder tu miedo
adicción al incienso,
adicción a escaparte el fin de semana,
adicción al juicio estético,
adicción a la superficialidad,
adicción a la inconsciencia,
adicción a interrumpir,
adicción a procrastinar,
adicción al azúcar,
adicción a la corrupción,
adicción a la pornografía,
adicción al rol que interpretas,
adicción a la honestidad que hiere,
adicción a invadir al otro,
adicción a autoengañarte,
adicción a ir tirando,
adicción a lavarte las manos en asuntos que requieren de tu posicionamiento,
adicción a correr (y seguir huyendo de algo).

Deberíamos darnos cuenta de cuáles son nuestras adicciones silenciosas, cuestionarlas y llegar a la insatisfacción de base que las dispara para tratar de desvincularnos de estos yugos automáticos para, en definitiva, crecer como seres humanos y llegar a ser nosotros mismos.


viernes, 11 de enero de 2019

Como un lápiz

Este cuento está incluido en el libro “Como el río que fluye” de Paulo Coelho.

El niño miraba a su abuela, que escribía una carta. En determinado momento, preguntó:

—¿Estás escribiendo una historia que nos sucedió a nosotros? ¿Y es, por casualidad, una historia sobre mí?

La abuela dejó de escribir, sonrió y comentó al nieto:

—Estoy escribiendo sobre ti, es verdad. Ahora bien, más importante que las palabras es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueras como él, cuando crezcas.

El niño miró el lápiz, intrigado, y no vio nada especial.

—Pero ¡si es igual a todos los lápices que he visto en mi vida!

—Todo depende de cómo mires las cosas. Hay cinco cualidades en él que, si consigues conservarlas, te harán siempre una persona en paz con el mundo.

● Primera cualidad: puedes hacer grandes cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una Mano que guía tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y Este debe conducirte siempre en la dirección de su voluntad.

● Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Con eso el lápiz sufre un poco, pero al final está más afilado. Por tanto, has de saber soportar algunos dolores, porque te harán ser una persona mejor.

● Tercera cualidad: el lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.

● Cuarta cualidad: lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto, cuida siempre lo que ocurre dentro de ti.

● Por último, la quinta cualidad del lápiz: siempre deja una marca. Del mismo modo, has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y procura ser consciente de todas tus acciones.


domingo, 6 de enero de 2019

Valores con mayúsculas: Solidaridad


Fuente: Artículo “Los cuatro valores que más cotizan” de Enrique Rojas.

Vivimos en un mundo de cambios trepidantes. Todo va demasiado deprisa. Lo que hoy vale y sirve, en un tiempo breve se diluye y pierde consistencia. Estamos en la cultura del relativismo en donde todo depende del punto de vista de cada uno y al final se aterriza en “el todo vale” o “da lo mismo esto que aquello”.

Necesitamos recuperar aquellos valores que no son inconsistentes y volátiles, que nos ayudan a crecer como persona, como ser humano y nos conducen a una mejoría individual que, de algún modo, nos perfecciona.

La solidaridad es uno de los valores más relevantes y vigentes.

Por un lado, la solidaridad nos lleva a ocuparnos de los que están más cerca e intentar ayudarles en lo que podamos. Lo primero que podemos hacer es comprenderlos, animarlos, hacerles compañía, darles nuestro afecto y, por supuesto, la ayuda material que necesiten. Es lo contrario de decirle a alguien: “ese es tu problema”.

Por otro lado, la solidaridad nos lleva a hacer causa común con gente que está atravesando una situación mala, complicada, dura, desgraciada y que afecta seriamente a su existencia. Lo que les sucede a esas personas no nos es indiferente, ni nos encogemos de hombros y hacemos algo por ayudarles o unirnos a otros que ya lo están haciendo.

La solidaridad nos empuja a no pasar de largo y a defender unos intereses que no son los nuestros. Es una reacción desinteresada, defender al otro, echarle una mano, mirarlo a los ojos e intentar tirar de él.

Solo puede ser solidaria una persona que tiene sentimientos nobles y que es capaz de dejar a un lado el individualismo, el egoísmo, la competitividad profesional y volverse con amor y operatividad hacia el que está sufriendo.

La persona solidaria es generosa y dedica su tiempo, su esfuerzo y su aportación hacia esos que sufren. Se trata de un acto de amor que humaniza la sociedad y nos ayuda a crecer como personas.

Hemos sido más educados para la exigencia que para la generosidad, más para la reivindicación que para la cooperación. Pero ahí está el reto.

La solidaridad es un sentimiento superior. Esto significa querer pertenecer al género humano y arrimar el hombro. Ser solidario es una cumbre psicológica que merece la pena escalar.