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miércoles, 30 de agosto de 2017

El ermitaño adusto

Fuente: “La llave de la paz interior” de Ramiro A. Calle.

Vivía en una ermita en la inmensidad del Sistema de los Himalayas. Siempre había tenido un carácter hosco. Era ermitaño desde hacía muchos años, pero no había cambiado.

Cierto día, un hombre que viajaba por la región se topó con él y, respetuosamente, le dijo:

–Hombre de Dios, te muestro mis respetos. ¿Te encuentras bien?

El ermitaño le miró adustamente y rezongó:

–¡Cómo voy a estar bien, necio? ¿Puede estar bien un hombre que es un prisionero?

–¿Cómo puedes decir que eres un prisionero si puedes moverte a tu antojo por esta inmensidad? –preguntó perplejo el visitante.

–Todo este universo se me antoja excesivamente pequeño y me siento preso en él.

El viajero no podía salir de su asombro. Estaba realmente estupefacto. El ermitaño agregó desabridamente:

–¡No pongas esa cara de bobo! ¡Qué pequeño debe de ser el mundo para que nos hayamos encontrado y tener que aguantar tu presencia!

Y el viajero replicó:

–¡Y qué pequeño debe de ser tu corazón para que seas tan poco amable!

Cuando una persona está en guerra consigo misma o llena de resentimiento, tiende a manifestarse con acritud. Cuando una persona está en paz, tiende a expresarse con afectividad. En cuando escucho hablar a alguien, sé si en su corazón reina del sosiego o el desasosiego.


jueves, 24 de agosto de 2017

Solo tienes que vivir

Alto y claro.


 “Amar y vivir” de Consuelo Velázquez. (Piano. Interpretada por Tony Ramírez).

Fuente: “Kintsukuroi” de Tomás Navarro.

La muerte nos acompaña cada día, es ley de vida, es consustancial a nuestra existencia, pero no por ello es fácil de gestionar, máxime cuando se produce la inesperada muerte de un ser querido.

La muerte de una persona amada paraliza el cuerpo y el alma, y nos deja en un estado de estupefacción y de aletargamiento. Aceptar la muerte es un proceso complejo al que denominamos “duelo”, que se caracteriza por un torrente de emociones intensas y variables. Oscilamos entre la tristeza y la ira, somos incapaces de pensar con claridad, y la incomprensión y la búsqueda de una respuesta nos torturan día y noche. Cuando tenemos el alma rota por haber perdido a un ser amado, creemos que la vida es cruel: el sol sigue saliendo para todo el mundo, las ciudades siguen con su ritmo frenético, las estaciones se van sucediendo y todo sigue igual para todo el mundo, excepto para nosotros.

Si no gestionamos este duelo, nos podemos quedar resentidos, deprimidos o amargados para toda la vida. A veces deseamos vivir anclados en el dolor y creemos que volver a sentir ganas de vivir, ilusión o felicidad nos convierte en un ser sin sentimientos que no amaba lo suficiente a la persona que murió. Esto es injusto para nosotros, para las personas que nos rodean y para la persona que falleció.

No des prioridad a la muerte por encima de la vida. No te olvides de ti mismo, ni de quienes te rodean. Sé que no es nada fácil, pero debes intentarlo. No existe ninguna técnica especial, ya que es tan solo una actitud, una declaración de intenciones que tiene que guiar tus pensamientos, emociones y acciones.

Elige vivir y no olvides que esta actitud vitalista no implica el olvido de la persona querida que has perdido.

Cuando empiece a amainar la tormenta, empieza a pensar en ti. Mírate al espejo. Has sufrido. Estás intentando recomponerte. El huracán de emociones empieza a calmarse. Poco a poco la tristeza se va olvidando de ti. Ha llegado el momento de formularte la más dura y sanadora de las preguntas: ¿A ti qué te queda pendiente?

La vida nos ha golpeado duramente, pero también nos ha dicho que nuestra vida es finita y que es mejor que no dejemos para mañana lo que podamos hacer hoy. Así que ponte a trabajar para cumplir tus sueños, pues es el mejor homenaje que le puedes brindar a la persona querida.

No dejes este mundo sin haber exprimido al máximo la vida. No te resignes a sobrevivir, a ser un zombi emocional. Tienes la obligación de vivir, y vivir no es lo mismo que sobrevivir. ¿Qué te queda pendiente? ¿Qué tienes que hacer? ¿Qué lugares tienes que visitar?

Te has roto, pero has podido recomponerte. Mírate al espejo. Mereces vivir. Mereces ser feliz. La felicidad no se encuentra al otro lado de una dimensión en la que su polo opuesto es la tristeza. Podemos ser felices y sentir tristeza. De la misma manera, podemos estar tristes por la muerte de una persona amada y tener momentos de felicidad.

No tienes que expiar nada, no tienes que pagar ninguna deuda, no tienes que hacer nada más que vivir y aprovechar la oportunidad que te ha brindado la vida. Mírate al espejo; que la muerte no te sorprenda con algo por hacer.


viernes, 18 de agosto de 2017

Kintsukuroi

Fuentes: Wikipedia y “Kintsukuroi. El arte de curar heridas emocionales” de Tomás Navarro.

Kintsugi o Kintsukuroi es una técnica de origen japonés para arreglar la cerámica que se ha roto con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oro, plata o platino. Este arte japonés de recomponer la cerámica, forma parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y, en lugar de ocultarse, deben mostrarse, embellecer el objeto y poner de manifiesto su transformación e historia.

Los maestros kintsukuroi no recomponen una pieza de cerámica rota disimulando los pedazos que se han unido, sino que resaltan el principal valor de una pieza reconstruida: su cicatriz. Por eso, la reparan rellenando las grietas con oro o plata.

En la vida, a veces, las cicatrices son inevitables. No tenemos que avergonzarnos de nuestras cicatrices. No tenemos que taparlas, porque en ellas tenemos la mejor muestra de nuestra fortaleza. Depende de nosotros que las tratemos con respeto y que las embellezcamos.

Cuando nos sintamos perdidos, desilusionados, faltos de coraje o simplemente cansados, nuestras cicatrices embellecidas pueden darnos el impulso, la fuerza y el valor necesarios para seguir viviendo.


viernes, 11 de agosto de 2017

Defender la propia identidad

Fuente: “Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz” de Walter Riso.

Todos tenemos una naturaleza que compartimos con nuestra especie, pero también tenemos unas características que nos son propias, una esencia que nos define. Esos atributos y ese carácter son nuestra identidad.

Es verdad que no es inmutable y que podemos moldearnos a nosotros mismos, pero existe un núcleo duro formado por dos capacidades, que nos acompañarán siempre: nuestra capacidad de amar y nuestra capacidad de pensar en lo que pensamos. Ambas son un regalo y hemos de hacerlas nuestras: desarrollándolas, explotándolas, estrujándolas hasta sacarle el mayor aprendizaje posible y, sobre todo, disfrutando la dicha de tenerlas.

La identidad no se negocia, sino que se defiende, se cuida y se potencia. Cuando se descubre, se entra en un estado de tranquilidad y equilibrio interior.


La naturaleza del alacrán

Había una vez un maestro oriental que, viendo cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacar al animalito del agua. Pero cuando lo hizo, el alacrán le picó.

Ante el dolor lo soltó, por lo que el animal de nuevo se estaba ahogando. Entonces intentó sacarlo y otra vez le volvió a picar.

Alguien que le observaba le dijo:

—¿Cómo es tan terco? ¿No comprende que cada vez que lo saque del agua le va a picar?

Entonces el maestro oriental le respondió:

—La naturaleza del alacrán, que es picar, no va a cambiar mi naturaleza, que es ayudar.

Entonces sacó al animalito del agua con la ayuda de una hoja.


viernes, 4 de agosto de 2017

La última cena

Fuente: “La culpa es de la vaca. 2ª parte” de Jaime Lopera Gutiérrez y Marta Inés Bernal Trujillo.

Leonardo Da Vinci tardó en pintar “La última cena” siete años. Las imágenes que representan a Jesús y a los doce apóstoles, al parecer, fueron retratos de personas reales. Cuando se supo que Da Vinci pintaría esta obra, cientos de jóvenes se presentaron ante él para ser modelos. Leonardo seleccionó en primer lugar a la persona que representaría a la figura de Cristo. Buscaba un rostro bien parecido, libre de rasgos duros, que reflejara una personalidad inocente y pacífica. Finalmente, seleccionó a un joven de diecinueve años.

Leonardo trabajó durante casi seis meses para pintar al personaje principal de esta formidable obra. Durante los siguientes años, continuó su obra buscando a las personas que representarían a los doce apóstoles, dejando para el final a la que hiciera de modelo para Judas.

Durante muchas semanas buscó a un hombre con un rostro marcado por la decepción, con una expresión dura y fría, que identificara a una persona capaz de traicionar a su mejor amigo.

Después de muchos intentos fallidos en la búsqueda de este modelo, llegó a los oídos de Leonardo que existía un hombre con estas características en el calabozo de Roma. Este hombre estaba sentenciado a muerte por diversos robos y asesinatos. Da Vinci fue a visitarlo y vio ante él a un hombre de largos cabellos, que ocultaban su rostro y unos ojos llenos de rencor y odio: al fin había encontrado a la persona que hiciera de modelo para Judas.

El prisionero fue trasladado a Milán. Durante varios meses este hombre se sentó silenciosamente frente a Leonardo, que plasmaba en su obra al personaje que había traicionado a Jesús. Cuando le dio la última pincelada a su obra, se dirigió a los guardias del prisionero y les dijo que se lo llevaran. Cuando salían del recinto, el prisionero se soltó de los guardias y corrió hacia Leonardo Da Vinci gritándole:

—¡Da Vinci! ¡Obsérvame! ¿No reconoces quién soy?

Leonardo Da Vinci lo estudió cuidadosamente y le respondió:

—Nunca te había visto en mi vida hasta aquella tarde en el calabozo de Roma.

El prisionero levantó los ojos al cielo, cayó de rodillas y gritó desesperadamente:

—¡Leonardo Da Vinci, mírame: soy el joven cuyo rostro escogiste hace siete años para representar a Cristo!