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domingo, 26 de febrero de 2017

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Fuente: “¡Puedo superarme!” de Bernardo Stamateas.

Muchas personas guardan en su interior antiguas heridas, dolores, rencores, resentimientos que les generan emociones altamente negativas. Viven dando vueltas sobre el mismo tema, hasta que un día se sienten agotadas. Con el tiempo, el cuerpo y el espíritu comienzan a enfermar. Antes de que eso suceda, es necesario que dejemos en el pasado los viejos enfados, el resentimiento, el dolor que hayamos vivido.

La historia es más o menos así: hubo una vez una ofensa, la ofensa inyectó odio y el odio generó ira. Como creemos que odiando nos defendemos y castigamos a nuestros ofensores, entonces repasamos la ofensa y ponemos más ira al odio y más odio a la ira. Estamos tan ocupados alimentando el odio y la ira que no vemos la realidad: tal ocupación no nos deja ser felices. Es normal sentir que nunca perdonaremos. A todos nos pasa lo mismo. No somos malas personas por el hecho de sentir de esa manera.

Hemos de mirar en nuestro interior y preguntarnos qué recuerdos, qué personas necesitamos sacar de nuestro corazón. Perdonar significa que no voy a dejar que mi pasado de dolor marque y determine mi presente y mi futuro porque yo decido disfrutar de toda la vida que tengo por delante.

Perdonar no es amnesia. No es olvidar. No es restar importancia a lo sucedido. No es reconciliación. Al perdonar, no debemos esperar nada de la otra persona.

Cuando nos llenamos de rencor, permitimos al que nos hace algo malo que alquile nuestra mente y la acapare. Si no perdonamos, llevamos a todas partes al que nos hirió y de esa manera le permitimos ser “nuestro amo”. Por eso, cuando sientas que alguien te ofende, te insulta, te lastima, no reacciones, ignóralo. Levanta un escudo invisible. Imagina que las palabras rebotan. No te involucres. Piensa que el que te agrede tiene un tema sin resolver consigo mismo.

Tampoco asumas la posición de víctima, no busques la compasión de los demás. La persona que se siente víctima de las circunstancias llora todo el tiempo, cuenta a todo el mundo lo que le hicieron y se queja continuamente.

No analices cada frase que te dicen buscando una ofensa. Cada persona oye lo que quiere oír. No escuches desde tus emociones heridas. Entrena tu oído, aprende a escuchar a quienes te rodean con sabiduría y con objetividad.

Deja de repetir en tu cabeza la historia que te duele. ¡Cambia de canal! Bájate de ese tiovivo que nos hace dar vueltas en el mismo lugar. Muchas veces hay que hacerlo como un acto de fe, aunque sigamos teniendo rabia. La rabia es una emoción que acabará desapareciendo. Lo importante es soltar al otro de nuestra vida.

Frente a una persona que haya sufrido un dolor, una traición, una pérdida, dejemos que hable, que exprese todo lo que ha vivido, que pueda decir cómo se ha sentido, que pueda liberar todo ese dolor. Una vez que pueda ser libre y hablar de todo lo que ha sentido, podrá perdonar.

Perdonar es recordar que nosotros también lastimamos. Nadie puede tirar la primera piedra. Lo cierto es que todos, lo queramos o no, alguna vez ofendemos a los demás.

Si te equivocas, perdónate. Las equivocaciones son parte de la vida, del aprendizaje, del camino. Cada vez que cometas un error, aprende de él todo lo que puedas y así estarás mejor preparado para la próxima vez.

Si en determinada situación sabes que no hiciste daño a nadie, no pidas perdón para satisfacer al otro, no te conviertas en una persona suplicante.

El perdón es un acto terapéutico y sanador. No es algo que hacemos por el otro, sino un acto de la voluntad que hacemos por nosotros mismos. Perdonar no cambia el pasado, pero sí el futuro. Cuando perdonas, liberas a un prisionero. Tú mismo. Eres el principal beneficiado. Cuando estamos en paz, nuestra disposición hacia nosotros mismos y hacia los demás, es diferente. Nuestras relaciones personales se afianzan y nuestra salud mejora.

Piensa, además, que si alguien es capaz de ofenderte es porque tocó tu talón de Aquiles y, probablemente, puedas descubrir una herida que no esté curada. Tal vez en la niñez te lastimaron de esa misma manera… Concéntrate en lo que te dolió y tómate tiempo para sanar en tu interior lo que no te permite seguir creciendo.

Llegará un momento en que nadie podrá herirte. Perdonarás y seguirás adelante.


martes, 21 de febrero de 2017

La sabiduría de Dios

El mulá Nasrudín estaba en su jardín sentado a la sombra de un nogal cercano al huerto. Fijó su mirada en una hermosa calabaza que sobresalía de su planta y observándola, musitó:

—Dios mío, no lo comprendo. Si tan sabio eres, ¿por qué no nacen pequeñas nueces en una planta y frutos grandes como las calabazas en árboles tan espléndidos como el nogal?

Y así estaba el mulá, perdido en sus reflexiones, cuando cayó una nuez golpeándole la cabeza. Entonces Nasrudín rectificó y dirigiéndose a Dios le dijo:

—Bueno, Señor, tal vez seas más sabio de lo que yo había creído. Si hubiera habido calabazas en el árbol y me cae una de ellas, me hubiera herido gravemente...


jueves, 9 de febrero de 2017

Yo confieso...

Cuando alguien me pregunta los años que tengo, le contesto que no lo sé. Puedo decirle los años que he vivido, pero desconozco los años que tengo porque esos son, en realidad, los que me quedan por vivir.

Hoy cumplo 55 años. Cuando comience el nuevo curso escolar, el 1 de septiembre, si Dios lo quiere, podré reducir dos horas mi jornada lectiva semanal. Cuando la Administración empieza a tener consideraciones con sus funcionarios por razón de edad... ¡Ojo, avizor!


Fuentes: “Al sur de la razón” de Juan José Benítez, “Déjame que te cuente” de Jorge Bucay y “Los secretos que jamás te contaron” de Albert Espinosa.

Una de las acepciones o significados de la palabra “confesar” es expresar voluntariamente los actos, ideas o sentimientos verdaderos.

Pues bien, ante Dios y ante los hombres...

 “Let it go” (Déjalo ir). Banda sonora de “Frozen”. Arreglo orquestal de Mike Anderson.

Yo confieso...

Que, aunque sé que el lenguaje distorsiona y arruina la realidad y que un silencio vale más que mil palabras, hablo demasiado y no sé guardar silencio.

Que uno de mis peores errores es proclamar mi verdad.

Que no sé o no quiero olvidar. Me cuesta mucho olvidar a los canallas, a los hipócritas, a los mentirosos y a los ingratos.

Que un día me planté y dije “basta”:

Basta de correr, de ir con prisa.

Basta de aspirar a ser la mejor.

Basta de sufrir por lo que piensan otros.

Basta de justificarme con palabras.

Basta de la tiranía de los débiles.

Basta de miedos que obstruyan mi vida, me paralicen, me debiliten y me hagan sufrir desgarrada e inútilmente.

Que mi mundo es “real”, normal y corriente, pero he creado una forma de vivir con la que puedo disfrutar de la vida. Para conseguirlo, cambio lo que haya que cambiar, consigo que no se desmorone lo que deba preservar y recorro los caminos que tenga que explorar. El coste en tiempo, energía, dedicación, dolor y pérdidas no es pequeño.

Que creo intensa y profundamente en Dios y lo busco; que un día, hace algún tiempo, elegí confiar en su voluntad e inicié un viaje sin retorno... Sin dogmas. Para ese viaje no necesito las alforjas de la religión.

Que, desde ese día, disfruto de muchos días de “cielos despejados”; que la luz en mi corazón es casi permanente; que, a veces, mi alma se oscurece y lo veo todo rojo (ira) o negro (tristeza) y me cuesta aceptar los hechos; que cuando recupero la visión me pregunto por qué y no lo sé. Supongo que porque soy un ser humano y aún estoy en el camino.

Que, desde entonces, no me compadezco de mí misma, los problemas han descendido al lugar que se merecen, he aprendido a aceptar la muerte como algo inevitable y, lejos de sentirme derrotada, he encontrado la forma de reconducir mis energías para superar las situaciones que la vida me pone día a día.

Que, aunque el cielo me ha dado y me da muchas personas que me ayudan a vivir, sé que mi existencia es una aventura solitaria.

Que nunca he perdido a las personas a las que amé y ya se marcharon. Al contrario, ahora las llevo dentro de mí y sus pérdidas fueron y son ganancias.

Que cuando creo que mi vida ha cobrado sentido, cuando logro conocer las respuestas, llega el universo y me cambia las preguntas porque, ahora lo sé, en eso consiste vivir.

Que ya he vivido suficiente...

Ahora me toca disfrutar.


domingo, 5 de febrero de 2017

Uno para cada mes

Para esta entrada he seleccionado tres relatos muy cortos incluidos en la obra “Cuentos escritos a máquina” de Gianni Rodari.

El italiano Rodari (1920-1980) fue maestro, divulgador de la nueva pedagogía en Italia, periodista y escritor especializado en literatura infantil y juvenil. En 1970 obtuvo el premio internacional Hans Christian Andersen, el más importante en literatura infantil, por el conjunto de su obra.

“Cuentos escritos a máquina” es una recopilación de veintiséis cuentos que Rodari publicó semanalmente en el diario “Paese Sera” desde agosto de 1972. Son historias sencillas, para todas las edades, que describen situaciones llenas de ironía, fantasía y un fino humor. Tienen como común denominador lo inesperado, el disparate, el absurdo… y, aunque no tienen moraleja, están repletas de valores y profundas ideas.

Uno de estos veintiséis relatos lleva por título “Uno para cada mes” y, como su nombre indica, consta de doce narraciones cortas. Como señalé al principio de la entrada, he seleccionado tres: la del mes de enero titulada “Los peces”, la de junio titulada “Las aves” y “Dialoguito”, la del mes de mayo, que, aunque muy, muy breve…encierra una gran verdad.

Los peces

—Ten cuidado —le dice el pez grande al pez chico—, eso es un anzuelo. No lo muerdas.

—¿Por qué? —pregunta el pez chico.

—Por dos razones —responde el pez gordo—. La primera es que, si lo muerdes, te pescan, te rebozan en harina y te fríen en la sartén. Después te comen, con dos hojitas de lechuga de guarnición.

—¡Arrea! Muchas gracias. Me has salvado la vida. ¿Y la segunda razón?

—La segunda razón —dice el pez grande— es que te quiero comer yo.

Las aves

Conozco a un señor al que le gustan las aves. Todas: las de bosque, las de marisma, las de campo. Los cuervos, las aguzanieves, los colibríes. Las ánades, las fochas, los verderones, los faisanes. Las aves europeas, las aves africanas. Tiene una biblioteca entera sobre aves: tres mil volúmenes, muchos de ellos encuadernados en piel.

Adora instruirse sobre los usos y costumbres de las aves. Aprende que las cigüeñas, cuando bajan de norte a sur, recorren la línea España-Marruecos o la otra de Turquía-Siria-Egipto, para esquivar el Mediterráneo: les da mucho miedo. No siempre el camino más corto es el más seguro.

Hace años, lustros, decenios que mi conocido estudia las aves. Así sabe con exactitud cuándo pasan, se pone allí con su escopeta automática y ¡bang! ¡bang!, no falla una.

Dialoguito

—¿Qué espera de mí la gente?

—Que tú no esperes nada de ella.

Como podéis comprobar, Rodari es un gran maestro del relato corto.