Muchas personas guardan en su interior antiguas heridas, dolores, rencores, resentimientos que les generan emociones altamente negativas. Viven dando vueltas sobre el mismo tema, hasta que un día se sienten agotadas. Con el tiempo, el cuerpo y el espíritu comienzan a enfermar. Antes de que eso suceda, es necesario que dejemos en el pasado los viejos enfados, el resentimiento, el dolor que hayamos vivido.
La historia es más o menos así: hubo una vez una ofensa, la ofensa inyectó odio y el odio generó ira. Como creemos que odiando nos defendemos y castigamos a nuestros ofensores, entonces repasamos la ofensa y ponemos más ira al odio y más odio a la ira. Estamos tan ocupados alimentando el odio y la ira que no vemos la realidad: tal ocupación no nos deja ser felices. Es normal sentir que nunca perdonaremos. A todos nos pasa lo mismo. No somos malas personas por el hecho de sentir de esa manera.
Hemos de mirar en nuestro interior y preguntarnos qué recuerdos, qué personas necesitamos sacar de nuestro corazón. Perdonar significa que no voy a dejar que mi pasado de dolor marque y determine mi presente y mi futuro porque yo decido disfrutar de toda la vida que tengo por delante.
Perdonar no es amnesia. No es olvidar. No es restar importancia a lo sucedido. No es reconciliación. Al perdonar, no debemos esperar nada de la otra persona.
Cuando nos llenamos de rencor, permitimos al que nos hace algo malo que alquile nuestra mente y la acapare. Si no perdonamos, llevamos a todas partes al que nos hirió y de esa manera le permitimos ser “nuestro amo”. Por eso, cuando sientas que alguien te ofende, te insulta, te lastima, no reacciones, ignóralo. Levanta un escudo invisible. Imagina que las palabras rebotan. No te involucres. Piensa que el que te agrede tiene un tema sin resolver consigo mismo.
Tampoco asumas la posición de víctima, no busques la compasión de los demás. La persona que se siente víctima de las circunstancias llora todo el tiempo, cuenta a todo el mundo lo que le hicieron y se queja continuamente.
No analices cada frase que te dicen buscando una ofensa. Cada persona oye lo que quiere oír. No escuches desde tus emociones heridas. Entrena tu oído, aprende a escuchar a quienes te rodean con sabiduría y con objetividad.
Deja de repetir en tu cabeza la historia que te duele. ¡Cambia de canal! Bájate de ese tiovivo que nos hace dar vueltas en el mismo lugar. Muchas veces hay que hacerlo como un acto de fe, aunque sigamos teniendo rabia. La rabia es una emoción que acabará desapareciendo. Lo importante es soltar al otro de nuestra vida.
Frente a una persona que haya sufrido un dolor, una traición, una pérdida, dejemos que hable, que exprese todo lo que ha vivido, que pueda decir cómo se ha sentido, que pueda liberar todo ese dolor. Una vez que pueda ser libre y hablar de todo lo que ha sentido, podrá perdonar.
Perdonar es recordar que nosotros también lastimamos. Nadie puede tirar la primera piedra. Lo cierto es que todos, lo queramos o no, alguna vez ofendemos a los demás.
Si te equivocas, perdónate. Las equivocaciones son parte de la vida, del aprendizaje, del camino. Cada vez que cometas un error, aprende de él todo lo que puedas y así estarás mejor preparado para la próxima vez.
Si en determinada situación sabes que no hiciste daño a nadie, no pidas perdón para satisfacer al otro, no te conviertas en una persona suplicante.
El perdón es un acto terapéutico y sanador. No es algo que hacemos por el otro, sino un acto de la voluntad que hacemos por nosotros mismos. Perdonar no cambia el pasado, pero sí el futuro. Cuando perdonas, liberas a un prisionero. Tú mismo. Eres el principal beneficiado. Cuando estamos en paz, nuestra disposición hacia nosotros mismos y hacia los demás, es diferente. Nuestras relaciones personales se afianzan y nuestra salud mejora.
Piensa, además, que si alguien es capaz de ofenderte es porque tocó tu talón de Aquiles y, probablemente, puedas descubrir una herida que no esté curada. Tal vez en la niñez te lastimaron de esa misma manera… Concéntrate en lo que te dolió y tómate tiempo para sanar en tu interior lo que no te permite seguir creciendo.
Llegará un momento en que nadie podrá herirte. Perdonarás y seguirás adelante.
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