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miércoles, 29 de marzo de 2017

No coger la pelota

Fuente: “No te ahogues en un vaso de agua” de Richard Carlson.

He aquí una magnífica lección: si alguien te pasa la pelota, no tienes por qué cogerla.

A menudo, nuestros conflictos interiores son debidos a nuestra tendencia a saltar a bordo de los problemas de otros. Alguien te pasa una preocupación y tú supones que debes cogerla y responder. Más tarde, te sientes estresado o resentido porque todo el mundo parece plantearte exigencias. Resulta fácil perder de vista que tú mismo fomentas los dramas de tu vida.

Recordar que no tienes por qué coger la pelota es una manera muy eficaz de reducir el estrés de tu existencia. Eso no significa que no debas coger nunca la pelota, sino que depende de ti el hacerlo. Tampoco significa que la persona que intenta pasártela te traiga sin cuidado, ni que seas poco servicial.

Desarrollar una actitud más tranquila con respecto a la vida requiere que conozcamos nuestros propios límites y que nos hagamos responsables de nuestra parte en el proceso.

La mayoría de nosotros cogemos pelotas que nos pasan muchas veces al día: en el trabajo, nuestros hijos, amigos, vecinos, vendedores e incluso desconocidos. La clave reside en saber cuándo estamos cogiendo otra pelota, con el fin de no sentirnos víctimas, resentidos ni abrumados.

El mismo principio es aplicable cuando te hacen objeto de un insulto o una crítica. Cuando alguien arroja una idea o comentario hacia ti puedes cogerlo y sentirte herido, o puedes dejarlo caer y continuar con tu vida.

La idea de “no coger la pelota” por el simple hecho de que sea arrojada hacia ti, es una poderosa herramienta que merece ser explorada... Tal vez descubras que coges la pelota con muchísima más frecuencia de lo que crees.


viernes, 24 de marzo de 2017

Sufrir voluntariamente

Fuente: “Déjame que te cuente…” de Jorge Bucay.


Dos números menos

Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca.

—¿En qué puedo servirle, señor?

—Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate.

—Cómo no, señor. Veamos: el número que busca debe ser... el cuarenta y uno. ¿Verdad?

—No. Quiero un treinta y nueve, por favor.

—Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve.

—Un treinta y nueve, por favor.

—Disculpe, ¿me permite que le mida el pie?

—Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve.

El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama «¿Lo ve? Lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!».

—Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo?

—Usted.

—Bien. Entonces ¿me trae un treinta y nueve?

El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre: los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo.

—Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros.

—¿Me da un calzador?

—¿Se los va a poner?

—Sí, claro.

—¿Son para usted?

—¡Sí! ¿Me trae un calzador?

El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato.

Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad.

—Está bien. Me los llevo.

Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve.

—¿Se los envuelvo?

—No, gracias. Me los llevo puestos.

El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco.

A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él.

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

—No. Son los zapatos.

—¿Qué les pasa a los zapatos?

—Me aprietan.

—¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado?

—No. Son dos números más pequeños que mi pie.

—¿De quién son?

—Míos.

—No te entiendo. ¿No te duelen los pies?

—Me están matando, los pies.

—¿Y entonces?

—Te explico —dice, tragando saliva. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables.

—¿Y?

—Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto... Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!

“No hay gloria sin dolor”, “todas las metas han de conseguirse con esfuerzo”, “solo se valora lo que se consigue con esfuerzo”... ¡Es preciso desactivar esta trampa que nos introdujeron cuando éramos muy pequeños!

Es estúpido sufrir voluntariamente para que cuando cese el sufrimiento, podamos sentir felicidad. El sufrimiento, a veces, puede hacernos más humanos, pero también puede amargarnos. La felicidad no está tanto en el éxito de haber alcanzado el objetivo que nos impusimos, como en el hecho de haber disfrutado del recorrido.

Disfrutemos de la vida que, por cierto, se nos ha dado gratis. Lo verdaderamente valioso, se obtiene sin esfuerzo.


sábado, 18 de marzo de 2017

Cómo recordar el pasado

Fuente: “Puedo superarme” de Bernardo Stamateas.

Hay personas que no están a gusto con su presente y entonces viven recordando, añorando el pasado. Lo idealizan. Se convencen de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

No es malo tener recuerdos; la cuestión es no agigantarlos tanto que nos impidan seguir construyendo en el presente.

Hay personas que eligen quedarse ancladas en el pasado porque consideran que ese tiempo fue el único momento bueno en sus vidas, le tienen miedo al paso del tiempo y quieren seguir viviendo en una adolescencia eterna. Sin embargo, todos los momentos son buenos porque todos son nuestros momentos. Cuando somos jóvenes nuestro don es la fuerza y durante la vejez la experiencia, pero el crecimiento es permanente.

Por otra parte, hay personas que prefieren olvidar el pasado, cerrarlo, cancelarlo, pero lo cierto es que en él está toda nuestra historia. Todo nuestro pasado nos sirve, los buenos momentos vividos y los recuerdos dolorosos, y, por eso, no hemos de olvidarlos.

Hay dos formas de recordar situaciones del pasado: afectivamente y racionalmente. Los buenos momentos hay que recordarlos con valor afectivo; tenemos que recordar afectivamente las caricias, las palabras de amor, el cuidado que recibimos, porque al hacerlo traemos esa emoción positiva al presente y la revivimos, volvemos a experimentarla.

Los malos momentos del pasado también deben recordarse, pero en este caso como una experiencia racional que nos deja un aprendizaje. Si recordamos un momento triste afectivamente, la tristeza volverá, mientras que si lo racionalizamos y pensamos qué enseñanza nos dejó, qué aprendimos de esa situación, lo transformamos en algo positivo y agradecemos haber pasado por esa situación, porque eso nos permitió aprender qué conviene hacer o evitar en una circunstancia similar.

Ese recuerdo triste, esa situación que tanto dolor nos causó, algo nos enseñó, y recordar ahora esa enseñanza es lo que nos va a permitir construir. El problema surge cuando rememoramos los recuerdos tristes afectivamente. Cuando hacemos esto quedamos estancados.

No se trata de tener amnesia, sino de pensar cómo tenemos que asimilar cada recuerdo según sea agradable o triste.


lunes, 13 de marzo de 2017

El resurgir de Marroquíes Bajos

Muralla calcolítica de Marroquíes Bajos en Jaén.

James Cameron, director de las películas “Terminator”, “Titanic” y “Avatar”, entre otras, ha producido para la cadena National Geographic el documental titulado “El resurgir de la Atlántida”, dirigido y presentado por el cineasta canadiense Simcha Jacobovici.

Cameron, que es un gran explorador marino, ha confesado sentirse atraído por el mito de la Atlántida desde que escuchó la historia por primera vez en el instituto. Por esta razón, ha coordinado una investigación que analiza manuscritos, fotografías y objetos arqueológicos, para intentar llegar hasta el fondo de la historia de la Atlántida que, según Platón, era una isla mágica situada más allá de las columnas de Hércules, habitada por una civilización muy avanzada, con abundantes recursos, pero que desapareció misteriosamente bajo el mar.

El documental, de dos horas de duración, se estrenó en España el cinco de marzo. En él se visitan algunas de las zonas donde, según algunos expertos, pudo estar situada la Atlántida si realmente existió. Entre esos lugares, está el yacimiento arqueológico denominado Marroquíes Bajos de la ciudad de Jaén, una de las ciudades más antiguas de Europa, al que, en octubre del 2010, dediqué la entrada “Excavaciones arqueológicas en la Ciudad de la Justicia de Jaén” en la que ya “denuncié” el lamentable estado de conservación de la zona.

Marroquís Bajos ya era una importante macro-aldea en el período Calcolítico (principios del III milenio hasta mediados del II milenio a. C.). Tras esta época, se aprecian otras tres fases de ocupación: ibérica, romana y medieval islámica. En el documental se reconstruye el poblado calcolítico y se hace hincapié en que su aspecto es similar a las descripciones que ofrece Platón de la ciudad principal de Atlantis: una ciudad circular, concéntrica, que alterna fosos circulares de agua con anillos de tierra sobre los que edificaban y que eran conectados mediante puentes, así como complejas canalizaciones que servían para traer las aguas de las montañas. Lo que se sugiere es que, posiblemente, pudieran ser ciudades hermanas.

La teoría por la que aboga la cadena National Geographic se apoya en los estudios del investigador cubano Georgeos Díaz-Montexano que, en 2003, planteó el parecido entre Marroquíes Bajos y la acrópolis de Atlantis descrita por Platón y la existencia de un patrón arquitectónico empleado habitualmente por aquellos iberos del calcolítico.

Simcha Jacobovici, director del documental, y el investigador Georgeos Díaz-Montexano.

En contra de esta teoría puede argumentarse que el mito griego es de finales del segundo milenio, comienzos del primero, antes de Cristo y el poblado prehistórico de Marroquíes Bajos data del tercer milenio antes de Cristo, es decir, la historia de la Atlántida es más reciente que los restos arqueológicos de Jaén.

Tal vez los postulados de “El resurgir de la Atlántida” no tengan gran rigor científico y haya que enfrentarse a él con espíritu crítico, pero lo que nadie puede discutir es que el documental ha logrado que se hable de nuevo de la protección, defensa y puesta en valor de este patrimonio histórico.

La importancia de los restos de Marroquíes Bajos es incuestionable. Para mí, lo más importante es que “El resurgir de la Atlántida” ha provocado el resurgir de Marroquíes Bajos, un legado arqueológico olvidado, que es digno de ser Patrimonio de la Humanidad.


miércoles, 8 de marzo de 2017

La inteligencia del corazón

“Quienes creen en las corazonadas, quizás no estén equivocados”.

Extensas investigaciones neurocardiológicas, como las llevadas a cabo por la universidad de Oxford, han encontrado algunos hallazgos muy interesantes que sugieren que el corazón humano no es una simple “bomba”, sino que es un sistema complejo que funciona de forma similar a un cerebro y que el corazón es un órgano capaz de recibir y procesar información y redirigir datos al cerebro.

El año 2012, se publicó en “La Contra” de la Vanguardia una entrevista muy interesante a Annie Marquier titulada “El corazón tiene cerebro”.

Annie Marquier (1940, Toulouse, Francia) es una de las autoras más importantes sobre crecimiento interior y espiritualidad. Licenciada en Matemáticas y Música, a principios de los años 70 se trasladó a la India donde estudió la espiritualidad oriental. A su regreso, se especializó en psicología holística y desarrollo personal, ámbito en el que es una autoridad desde que, en 1982, fundara el “Instituto para el Desarrollo de la Persona” en Québec (Canadá). Entre sus obras destacan “El poder de elegir” y “La libertad de ser” y “El maestro del corazón”.

En dicha entrevista se expone lo siguiente:

Se ha descubierto que el corazón contiene un sistema nervioso independiente y bien desarrollado con más de 40.000 neuronas y una compleja y tupida red de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo.

Gracias a esos circuitos tan elaborados, parece que el corazón puede tomar decisiones y pasar a la acción independientemente del cerebro; y que puede aprender, recordar e incluso percibir.

Existen cuatro tipos de conexiones que parten del corazón y van hacia el cerebro:

1. La comunicación neurológica mediante la transmisión de impulsos nerviosos.

El corazón envía más información al cerebro de la que recibe, es el único órgano del cuerpo con esa propiedad, y puede inhibir o activar determinadas partes del cerebro según las circunstancias. Por tanto, puede influir en nuestra percepción de la realidad y por tanto en nuestras reacciones.

2. La información bioquímica mediante neurotransmisores y hormonas.

Es el corazón el que produce la hormona ANF, la que asegura el equilibrio general del cuerpo: la homeostasis. Uno de sus efectos es inhibir la producción de la hormona del estrés y producir y liberar oxitocina, la que se conoce como hormona del amor.

3. La comunicación biofísica mediante ondas de presión.

Parece ser que a través del ritmo cardiaco y sus variaciones el corazón envía mensajes al cerebro y al resto del cuerpo.

4. La comunicación energética.

El campo electromagnético del corazón es el más potente de todos los órganos del cuerpo, 5.000 veces más intenso que el del cerebro. Y se ha observado que cambia en función del estado emocional.

Hay dos clases de variación de la frecuencia cardiaca: una es armoniosa, de ondas amplias y regulares, y toma esa forma cuando la persona tiene emociones y pensamientos positivos, elevados y generosos. La otra es desordenada, con ondas incoherentes que aparece con las emociones negativas: miedo, ira, desconfianza…

Pero hay más: las ondas cerebrales se sincronizan con estas variaciones del ritmo cardiaco; es decir, que el corazón arrastra a la cabeza.

Ese cambio magnético del corazón se extiende alrededor del cuerpo entre dos y cuatro metros, es decir, que todos los que nos rodean reciben la información energética contenida en nuestro corazón.

El circuito del “cerebro” del corazón es el primero en tratar la información que después pasa por el cerebro de la cabeza. Este nuevo circuito no pasa por las viejas memorias. Su conocimiento es inmediato, instantáneo, y, por ello, tiene una percepción exacta de la realidad. El “cerebro” del corazón activa en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad sin apoyarse en experiencias pasadas.

Está demostrado que cuando el ser humano utiliza el “cerebro” del corazón crea un estado de coherencia biológico, todo se armoniza y funciona correctamente. Podríamos decir que se trata de una inteligencia superior que se activa a través de las emociones positivas.

El ser humano lleva consigo un potencial extraordinario de conciencia no activado. Se activa con la práctica de pensamientos y emociones positivas. Para ello, debemos observar nuestros pensamientos y emociones sin juzgarlos y escoger las emociones que nos pueden hacer sentir bien.

Debemos aprender a confiar en la intuición y reconocer que el verdadero origen de nuestras reacciones emocionales no está en lo que ocurre en el exterior, sino en nuestro interior... Y preguntarle al corazón cuando no sepamos qué hacer.


viernes, 3 de marzo de 2017

El árbol de la Mentira

“Lo que sucedió al árbol de la Mentira” es el cuento XXVI de “El Conde Lucanor” del Infante Don Juan Manuel. Para esta entrada he seleccionado la edición y versión actualizada de Juan Vicedo publicada en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

El conde Lucanor es una obra narrativa de la literatura castellana medieval escrita por el infante Don Juan Manuel (1282–1348), nieto de Fernando III el Santo y sobrino de Alfonso X el Sabio.

El libro está compuesto por cinco partes. La más conocida es una serie de cincuenta y un cuentos con propósito didáctico y moral tomados de varias fuentes entre las que destacan las fábulas de Esopo y cuentos tradicionales árabes, japoneses e hindúes.

En cada cuento, el conde Lucanor plantea un problema a su consejero Patronio y le solicita un consejo. Patronio siempre responde contando una historia de la que el conde podrá extraer una enseñanza para resolver su problema.

Los cuentos se cierran con un pareado que condensa la moraleja de la historia.


Lo que sucedió al árbol de la Mentira

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:

—Patronio, sabed que estoy muy pesaroso y en continua pelea con unos hombres que no me estiman, y son tan farsantes y tan embusteros que siempre mienten, tanto a mí como a quienes tratan. Dicen unas mentiras tan parecidas a la verdad que, si a ellos les resultan muy beneficiosas, a mí me causan gran daño, pues gracias a ellas aumentan su poder y levantan a la gente contra mí. Pensad que, si yo quisiera obrar como ellos, sabría hacerlo igual de bien; pero como la mentira es mala, nunca me he valido de ella. Por vuestro buen entendimiento os ruego que me aconsejéis el modo de actuar frente a estos hombres.

—Señor Conde Lucanor —dijo Patronio—, para que hagáis lo mejor y más beneficioso, me gustaría mucho contaros lo que sucedió a la Verdad y la Mentira.

El conde le pidió que así lo hiciera.

—Señor Conde Lucanor —dijo Patronio—, la Verdad y la Mentira se pusieron a vivir juntas una vez y, pasado cierto tiempo, la Mentira, que es muy inquieta, propuso a la Verdad que plantaran un árbol, para que les diese fruta y poder disfrutar de su sombra en los días más calurosos. La Verdad, que no tiene doblez y se conforma con poco, aceptó aquella propuesta.

Cuando el árbol estuvo ya plantado y había empezado a crecer frondoso, la Mentira propuso a la Verdad que se lo repartieran entre las dos, cosa que agradó a la Verdad. La Mentira, dándole a entender con razonamientos muy bellos y bien construidos que la raíz mantiene al árbol, le da vida y, por ello, es la mejor parte y la de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que se quedara con las raíces, que viven bajo tierra, en tanto ella se contentaría con las ramitas que aún habían de salir y vivir por encima de la tierra, lo que sería un gran peligro, pues estarían a merced de los hombres, que las podrían cortar o pisar, cosa que también podrían hacer los animales y las aves. También le dijo que los grandes calores podrían secarlas, y quemarlas los grandes fríos; por el contrario, las raíces no estarían expuestas a estos peligros.

Al oír la Verdad todas estas razones, como es bastante crédula, muy confiada y no tiene malicia alguna, se dejó convencer por su compañera la Mentira, creyendo ser verdad lo que le decía. Como pensó que la Mentira le aconsejaba coger la mejor parte, la Verdad se quedó con la raíz y se puso muy contenta con su parte. Cuando la Mentira terminó su reparto, se alegró muchísimo por haber engañado a su amiga, gracias a su hábil manera de mentir.

La Verdad se metió bajo tierra para vivir, pues allí estaban las raíces, que ella había elegido, y la Mentira permaneció encima de la tierra, con los hombres y los demás seres vivos. Y como la Mentira es muy lisonjera, en poco tiempo se ganó la admiración de las gentes, pues su árbol comenzó a crecer y a echar grandes ramas y hojas que daban fresca sombra; también nacieron en el árbol flores muy hermosas, de muchos colores y gratas a la vista.

Al ver las gentes un árbol tan hermoso, empezaron a reunirse junto a él muy contentas, gozando de su sombra y de sus flores, que eran de colores muy bellos; la mayoría de la gente permanecía allí, e incluso quienes vivían lejos se recomendaban el árbol de la Mentira por su alegría, sosiego y fresca sombra.

Cuando todos estaban juntos bajo aquel árbol, como la Mentira es muy sabia y muy halagüeña, les otorgaba muchos placeres y les enseñaba su ciencia, que ellos aprendían con mucho gusto. De esta forma ganó la confianza de casi todos: a unos les enseñaba mentiras sencillas; a otros, más sutiles, mentiras dobles; y a los más sabios, mentiras triples.

Señor conde, debéis saber que es mentira sencilla cuando uno dice a otro: «Don Fulano, yo haré tal cosa por vos», sabiendo que es falso. Mentira doble es cuando una persona hace solemnes promesas y juramentos, otorga garantías, autoriza a otros para que negocien por él y, mientras va dando tales certezas, va pensando la manera de cometer su engaño. Mas la mentira triple, muy dañina, es la del que miente y engaña diciendo la verdad.

Tanto sabía de esto la Mentira y tan bien lo enseñaba a quienes querían acogerse a la sombra de su árbol, que los hombres siempre acababan sus asuntos engañando y mintiendo, y no encontraban a nadie que no supiera mentir que no acabara siendo iniciado en esa falsa ciencia. En parte por la hermosura del árbol y en parte también por la gran sabiduría que la Mentira les enseñaba, las gentes deseaban mucho vivir bajo aquella sombra y aprender lo que la Mentira podía enseñarles.

Así la Mentira se sentía muy honrada y era muy considerada por las gentes, que buscaban siempre su compañía: al que menos se acercaba a ella y menos sabía de sus artes, todos lo despreciaban, e incluso él mismo se tenía en poco.

Mientras esto le ocurría a la Mentira, que se sentía muy feliz, la triste y despreciada Verdad estaba escondida bajo la tierra, sin que nadie supiera de ella ni la quisiera ir a buscar. Viendo la Verdad que no tenía con qué alimentarse, sino con las raíces de aquel árbol que la Mentira le aconsejó tomar como suyas, y a falta de otro alimento, se puso a roer y a cortar para su sustento las raíces del árbol de la Mentira. Aunque el árbol tenía gruesas ramas, hojas muy anchas que daban mucha sombra y flores de colores muy alegres, antes de que llegase a dar su fruto fueron cortadas todas sus raíces pues se las tuvo que comer la Verdad.

Cuando las raíces desaparecieron, estando la Mentira a la sombra de su árbol con todas las gentes que aprendían sus artimañas, se levantó viento y movió el árbol, que, como no tenía raíces, muy fácilmente cayó derribado sobre la Mentira, a la que hirió y quebró muchos huesos, así como a sus acompañantes, que resultaron muertos o malheridos. Todos, pues, salieron muy mal librados.

Entonces, por el vacío que había dejado el tronco, salió la Verdad, que estaba escondida, y cuando llegó a la superficie vio que la Mentira y todos los que la acompañaban estaban muy maltrechos y habían recibido gran daño por haber seguido el camino de la Mentira.

Vos, señor Conde Lucanor, fijaos en que la Mentira tiene muy grandes ramas y sus flores, que son sus palabras, pensamientos o halagos, son muy agradables y gustan mucho a las gentes, aunque sean efímeros y nunca lleguen a dar buenos frutos. Por ello, aunque vuestros enemigos usen de los halagos y engaños de la mentira, evitadlos cuanto pudiereis, sin imitarlos nunca en sus malas artes y sin envidiar la fortuna que hayan conseguido mintiendo, pues ciertamente les durará poco y no llegarán a buen fin. Así, cuando se encuentren más confiados, les sucederá como al árbol de la Mentira y a quienes se cobijaron bajo él. Aunque muchas veces en nuestros tiempos la verdad sea menospreciada, abrazaos a ella y tenedla en gran estima, pues por ella seréis feliz, acabaréis bien y ganaréis el perdón y la gracia de Dios, que os dará prosperidad en este mundo, os hará muy honrado y os concederá la salvación para el otro.

Al conde le agradó mucho este consejo que Patronio le dio, siguió sus enseñanzas y le fue bien.

Y viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro y compuso unos versos que dicen así:

Evitad la mentira y abrazad la verdad,
que su daño consigue el que vive en el mal.