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domingo, 27 de septiembre de 2015

Las esperas

Fuente: “Los 88 peldaños del éxito” de Anxo Pérez.

Cuando era niña, y no tan niña, me pasaba los días “esperando a que”: esperando a que llegasen las Navidades, esperando a que llegasen las vacaciones de Semana Santa, esperando a que llegasen las vacaciones de verano, esperando a que acabara la escuela primaria, para luego esperar a que terminara la secundaria y luego la universidad...

Maduré el día en que me di cuenta del error tan grave que estaba cometiendo. Vivir así era quedarme sin vida.

He aprendido a no esperar a lo que sea que venga después. He aprendido a disfrutar de lo que es en lugar de anhelar lo que podría ser. Sigo teniendo deseos que hacen que me supere, pero no vivo de ellos.

Vivir en el futuro es vivir en una hipótesis y vivir en el pasado, por mucho que el recordar endulce mi mente, es vivir en la nostalgia.

Ahora vivo disfrutando del presente, no esperando a que trascurra. Intento hacer aquello que para mí tiene significado y encontrar significado en aquello que hago.

Aprecio la vida y agradezco haber nacido. Doy gracias a la vida.

Quiero “ilustrar” esta entrada con el cortometraje “Las esperas” dirigido por Ismael Curbelo Betancort, que obtuvo, en el año 2003, una mención especial en el I Concurso de Creación Audiovisual “Canarias Rueda”. Grabado en Lanzarote, este sencillo vídeo está protagonizado por una abuela y su nieta, interpretadas por las actrices, no profesionales, Nieves Betancort y Marga Torres.

“La vida pasa ante tus ojos esperando el tren de la felicidad que nunca llega...”.

“La felicidad no llega cuando conseguimos lo que deseamos, sino cuando sabemos disfrutar de lo que tenemos”.


martes, 22 de septiembre de 2015

Vive y deja vivir

Fuente: “La voz interior” de Eileen Caddy.

A medida que vayas conociendo el sentido de la paz y armonía internas, tu comprensión crecerá y te volverás más abierto y tolerante, aprenderás a vivir y dejar vivir y ya no tendrás la impresión de que el tuyo es el único camino.

No volverás a ser dogmático respecto a nada, sino que de una forma callada y confiada seguirás tu camino sabiendo que es el apropiado para ti.

No volverás a intentar cambiar a otros, sino que vivirás de tal modo, que esas personas querrán saber qué es lo que tú tienes y ellas no. No lo olvides nunca; puedes enseñar mucho más mediante el ejemplo.

Nunca compares tus preferencias con las de nadie; lo que a ti te gusta quizá no le atraiga a nadie más. Haz lo que de verdad te guste hacer, aquello con lo que encuentres auténtica alegría. Sea lo que sea. No importa que sea sencillo o extravagante. Cuando haces algo que te gusta, aunque conlleve esfuerzo, no te sientes agotado sino vigorizado y animado.

Haz aquello con lo que disfrutes y deja que los demás hagan lo que les resulte atractivo.

Vive y deja vivir.


jueves, 17 de septiembre de 2015

Corazón de cebolla

Este cuento está incluido en el libro “El pescador de mentes” de Christian de Selys.

Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, era fresco y agradable. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros.

Un buen día, empezaron a crecer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, azul, verde…

El caso es que los colores eran tan deslumbrantes que a todos llamaban la atención y quisieron saber la causa de tan misterioso resplandor.

Después de grandes investigaciones lograron descubrir que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, una piedra preciosa.

Una tenía una esmeralda, la otra un rubí, la otra un topacio, y así sucesivamente.

¡Una verdadera maravilla!

Pero, por alguna razón incomprensible, aquello se vio como algo peligroso e intolerable. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su íntima piedra preciosa. Pusieron capas y más capas, para cubrirla, para disimular cómo eran por dentro.

Algunas cebollas llegaron a tener tantas capas que ya no se acordaban de lo hermoso que ocultaban debajo.

Algunas tampoco recordaban por qué se habían puesto las primeras capas.

Poco a poco fueron convirtiéndose en unas cebollas comunes, sin ese encanto especial que tenían.

Un día pasó por allí una niña que gustaba sentarse a la sombra del huerto. Su inocencia le permitía descubrir lo que había en lo profundo de las cebollas y entender su lenguaje. Comenzó a preguntarle a cada una:

—¿Por qué no eres por fuera como eres por dentro?

Y ellas iban diciendo:

—Me obligaron a ser así.

—Me fueron poniendo capas.

—Yo misma me puse algunas capas para ocultar mi piedra preciosa.

Ante esas respuestas, la niña entristeció y comenzó a llorar.

Desde entonces todo el mundo llora cuando una cebolla nos abre el corazón…

En el camino del descubrimiento personal podemos ir retirando las capas que cubren nuestro auténtico ser.


sábado, 12 de septiembre de 2015

Cuestión de fe

Este cuento, de autor desconocido, está incluido en el libro “Cuentos con alma” de Rosario Gómez.

«Cuentan que un andinista, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación; pero cometió el error de subir solo, sin compañeros, pues quería toda la gloria para él.

Empezó a subir de buena mañana sin detenerse en ningún momento, se fue haciendo tarde y más tarde, pero no se detuvo para acampar, sino que continuó subiendo decidido a llegar a la cima; pero la noche cayó…

Noche cerrada, cielo cubierto; no se podía ver absolutamente nada, todo era negro: visibilidad cero.

Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, el osado andinista resbala y cae a velocidad vertiginosa… Solo podía ver veloces manchas más oscuras y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.

Seguía cayendo y en esos angustiosos momentos le pasaron por su mente todos los gratos y los no tan gratos momentos de su vida, pues él pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos…

¡Sí!, como todo andinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.

En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar.

—¡Ayúdame, Dios mío! ¡Ayúdame, Dios mío!

Y una voz grave y profunda de los cielos, le contestó:

—¿Qué quieres que haga?

—¡Sálvame, Dios mío!

—¿Realmente crees que te pueda salvar?

—¡Por supuesto, Dios mío!

—Entonces, ¡corta la cuerda que te sostiene!

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda, y reflexionó…

Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontró colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado con fuerza, con las manos y los pies, a una cuerda… ¡A dos metros del suelo!

La fe mueve montañas… pero tenemos que, en verdad, vivir la vida con fe.


lunes, 7 de septiembre de 2015

El engaño de las palabras

Fuente: “Antología de cuentos de la India y Tíbet”. Recopilación de Ramiro Calle.

«Se habían reunido para debatir metafísicamente un monje tibetano y un eremita hindú. Durante horas se enredaron en opiniones, puntos de vista y concepciones filosóficas. El monje tibetano aseguraba:

—Todo es inestable, insustancial, vacuo.

El renunciante hindú replicaba:

—No es cierto. Hay una sustancia perenne, un ser trascendente.

Con irrenunciable actitud cada uno defendía sus opiniones.

—Nada es fijo —aseguraba el monje tibetano—. Todo son procesos que no cesan. No hay otra ley que la de lo insustancial y vacuo.

—Todo es permanente —categorizaba el eremita hindú—. Hay una identidad fija, sustancial y trascendente.

La disputa no cesaba. Ningún entendimiento era posible. Los disputadores se habían acalorado y sus gritos atrajeron la presencia de un anciano lama. Pidió una explicación y los disputadores se la ofrecieron. El anciano soltó una sonora carcajada.

—Os propongo un ejercicio —dijo—. Quiero que cada uno de vosotros defienda ahora la postura opuesta a aquella en la que creéis. Luego pasaré a veros.

Comenzó otro tipo de disputa más ardiente y enconada que la anterior. El monje tibetano aseguraba:

—Hay un principio fijo y trascendente. Aseguro que hay un alma que pasa de vida en vida.

El eremita hindú, indignado, protestaba:

—Nada puede reencarnar, puesto que todo es vacuo, impermanente y transitorio. Está en la naturaleza de las cosas su inestabilidad.

Cada uno de ellos, ahora convencidos de sus nuevas opiniones, asertaban implacablemente. Pasó por allí de nuevo el venerable y viejo lama. Les contempló enardecidos en sus opiniones y estalló en otra sonora y descarada carcajada. Los disputadores suspendieron su discusión, se quedaron por un momento pensativos y luego, medio avergonzados, también comenzaron a reír.

Las palabras van y vienen como la moneda falsa que unos tratan de pasarse a los otros; en ellas mismas residen la limitación y el engaño».


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Enseñar con el ejemplo

Este cuento, de autor desconocido, lo leí en el libro “Cuentos con alma” de Rosario Gómez.

Estando mis hijos de vacaciones, decidí llevarlos al circo que se presentaba en nuestra ciudad por esos días.

Cuando llegamos a la taquilla, le pregunté al hombre que vendía las entradas:

—¿Cuánto cuesta la entrada?

A lo que él me respondió:

—Tres euros a los menores de doce años y cinco euros para los mayores.

—Entonces, deme tres entradas para mayores de doce años y una para menores —le dije.

El hombre me miró sorprendido, y me dijo:

—Señora, podría haberse ahorrado cuatro euros. Yo no me hubiera dado cuenta de que esos dos niños tenían más de doce años.

Miré a mis hijos, que seguían atentamente nuestra conversación, y le dije:

—Sí. Lo sé. Seguro que usted no lo habría notado, pero mis hijos sí.