Este cuento está incluido con el título de “El encanto de Violeta” en el libro “Cuentos para reparar alas rotas” de Nekane González y Virginia Gonzalo.
«Cada tarde, junto a su titiritero, Violeta se preparaba para el gran espectáculo. Cientos de niños acudían a diario a su teatrillo ambulante para disfrutar de una obra que cobraba especial belleza cuando ella salía al escenario.
Violeta era una marioneta diferente al resto. Gracias a sus sofisticadas articulaciones, lograba hacer espectaculares rotaciones, difíciles de conseguir por el resto de títeres, logrando con ello embelesar al público.
No obstante, su vida era monótona. Desde hacía años, representaba la misma función allá donde iban. Además, se pasaba buena parte del día recibiendo los cuidados del titiritero, que procuraba mantener su maleable cuerpo en perfecto estado para poder seguir haciendo sus complejos números con Violeta. Su aburrida rutina no le permitía dedicarse a aquello con lo que siempre había soñado: ser acróbata. Desde siempre, Violeta había destacado por su equilibrio, agilidad y coordinación. Sin embargo, cuando el titiritero se cruzó en su vida, quedó prendado de su elasticidad y la destinó a vivir siendo una marioneta para siempre.
Si bien durante largo tiempo el titiritero le ofrecía todas las atenciones necesarias, con el paso del tiempo empezó poco a poco a descuidarla.
Un día, en medio del escenario, cuando comenzaba a dar los primeros pasos del baile de la obra que representaba, el hilo que se unía a una de sus extremidades se enredó con el que daba movimiento al brazo del mismo lado de su cuerpo. Al tiempo que ella intentaba desenredarse, su titiritero trataba de mover la caña desde donde la manejaba, creando un nuevo nudo entre los hilos restantes.
Finalmente, abatida, dejó que el artista hiciera su trabajo. Sin embargo, con varios nudos cerca de sus pies, estaba condenada a caerse. Al mismo tiempo, el resto de finos hilos habían dado varias vueltas alrededor de su cuerpo, aprisionándola y privándola de cualquier movimiento. Violeta cayó al suelo, para desconcierto del público.
En ese momento, un gran silencio se impuso en los alrededores del escenario. En sus intentos por iniciar cualquier maniobra que la sacara de semejante situación, Violeta comenzó a escuchar de fondo las risas de la gente. Avergonzada y sin saber qué hacer, forzó uno de los hilos que había anudado su brazo a la cintura con tanta fuerza que, de repente, las hebras se empezaron a rasgar hasta romperse por completo.
De pronto, el brazo de Violeta se desplomó contra el suelo del escenario. Sintió una extraña sensación de dolor, pues estaba acostumbrada a que la movilidad de sus extremidades dependiera de las manos de su titiritero.
Aquel fue el final de Violeta. Con la rotura de uno de sus hilos, la función se dio por terminada, y con ella, su carrera como marioneta. El coste de la reparación era más caro que remplazarla por otra, y su dueño, sabedor de ello, no dudó ni un segundo en guardarla en una caja y hacerse con una marioneta nueva.
—¡Lo siento, querida! Hasta aquí nuestro espectáculo juntos… ¡Fue bonito mientras duró!
Y así fue cómo pasó de ser la estrella del espectáculo a formar parte de una caja vieja llena de trapos, cinchas y otras herramientas que el titiritero guardaba. A través de un hueco podía divisar, a lo lejos, cómo su nueva sustituta hacía su papel y, a pesar de no tener su flexibilidad, cumplía la misma función. Fueron unos días muy tristes para Violeta, quien, durante todo este tiempo, se había sentido irremplazable. Jamás pensó que podría llegar a ser sustituida por otra marioneta, que, además, en lugar de elegantes hilos, tenía simples cuerdas de yute en sus articulaciones y no gozaba de su agilidad.
Con el paso de los días, Violeta fue deteriorándose, y la ausencia de cuidados hizo que el brillo de sus hebras fuera perdiendo luz. Se sentía frustrada y atrapada en aquel lugar oscuro donde llegaban los aplausos de la función que ella solía representar y ahora protagonizaba otra marioneta. En uno de sus habituales enfados por estar privada de libertad, forzó uno de los hilos que, al no recibir el mimo y la atención de antes, se resquebrajó rápidamente y dejó libre el otro brazo de Violeta. Como la primera vez en el escenario, al principio sintió dolor. Sin embargo, tras unos segundos, una sensación de alivio recorrió todo su cuerpo y sus delicados dedos comenzaron a moverse.
Tras ellos, empezó a girar las muñecas por sí misma, doblar sus codos y, finalmente, levantó ambos brazos. ¡No podía creer que estuviera moviendo gran parte de su cuerpo por sí misma!
Invadida por una extraña y nueva sensación de libertad, se armó de coraje y, con todas sus fuerzas, arrancó los dos hilos que aún la mantenían atada a la caña desde donde había sido manejada de por vida. Primero, la pierna derecha; después, la izquierda y, casi sin darse cuenta, Violeta rompió todos los hilos que durante tanto tiempo creyó que le ofrecían la felicidad que necesitaba.
Tras adaptarse a sus nuevos movimientos, con cuidado de no perder el equilibrio, se puso en pie. Fueron los segundos más felices de su vida: ¡consiguió dar el primer paso por sí misma! Logró agarrarse a las paredes de la caja donde estaba guardada y, cuidadosamente y muy poco a poco, pudo salir de ella. Una vez fuera, se aseguró de dar los siguientes pasos sin caerse y, al sentir que era libre de moverse a su antojo, dio un pequeño salto. Y luego otro, y luego otro… demostrándose a sí misma que, a pesar del paso del tiempo, conservaba la agilidad de antaño. Sus movimientos volvían a ser tan armónicos y coordinados como hacía años y sintió que podía cumplir su sueño de ser acróbata.
Y fue entonces cuando consiguió aquello que en lo más profundo de su pequeño corazón de marioneta anhelaba: ser, por fin, libre».