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jueves, 26 de marzo de 2015

Las campanas del templo

Este cuento está incluido en el libro “El canto del pájaro” de Anthony de Mello


  “Le Temple Intérieur”. Michel Pépé.

«El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.

Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado.

Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.

Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón... ¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría».

Si deseas escuchar las campanas del templo, escucha el sonido del mar.

Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces: no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.


domingo, 22 de marzo de 2015

Nuestro miedo más profundo

Hay un párrafo del libro “A Return to Love” (Regreso al Amor) de Marianne Williamson, autora de libros sobre crecimiento personal y espiritual, conocido como “Nuestro miedo más profundo...”, que se popularizó como una cita inspiradora a la que se hace referencia en películas como “Coach Carter” (2005) y “Akeelah and the Bee” (2006), y en la novela “Badulina: Regreso de la Reina” de Gabi Nitzan.

No es cierto, como se ha extendido por la red, que su autor fuera Nelson Mandela ni que éste lo citara en su toma de posesión el 10 de mayo de 1994.

«Lo que nos frena en nuestras vidas es nuestro temor. A veces, cuando los miras de cerca, descubres que tus temores no son exactamente lo que pensabas que eran.

Nuestro miedo más profundo no es que no seamos capaces. Nuestro miedo más profundo es que somos inmensamente poderosos.

Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta.

Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso y fabuloso?

En realidad, ¿quién eres para no serlo?

Eres hijo de Dios.

Empequeñecerte no le sirve al mundo.

No hay nada de sabiduría en encogerse para que otras personas no se sientan inseguros a tu alrededor.

Todos estamos destinados a brillar, como hacen los niños.

Nacimos para manifestar la gloria de Dios que está dentro de nosotros. No en algunos de nosotros; está en todos nosotros.

Cuando permitimos que nuestra luz brille, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.

Así que es trabajo sagrado, superar tus propios temores. No te ayuda solo a ti: ayuda al mundo».

Narrado en español por Yolanda Gómez.


martes, 17 de marzo de 2015

Una lección de amor

El pasado verano leí en el libro “Lecciones de vida” de Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler, la historia de una joven madre y su hija, Bonnie, que murió, atropellada por un coche, mientras jugaba en un jardín próximo a su casa. Nada ocurre por casualidad y supe que tenía que escribir esta entrada, pero, guardada como borrador, no llegué a publicarla.

Hace unas días, leí en el libro “Pactos y señales” de Juan José Benítez, en el capítulo 51 titulado “Moogli”, la historia de Jesús, un niño que murió un veintiocho de mayo, el mismo día que mi hermano mayor y casi en idénticas circunstancias —¿casualidad?—. Supe que tenía que publicar esta entrada.

  “My heart will go on” (“Mi corazón seguirá”). Banda sonora de la película “Titanic”.


A mi padre que, lo sé, sigue cuidándome.

Mi hermano mayor murió con trece años, atropellado por un camión cuando circulaba en bicicleta. Habían pasado treinta y cuatro años de su fallecimiento cuando escuché cómo mi padre, poco antes de morir, “confesaba” a una conocida que fue a visitarlo al hospital, que tenía en su corazón una gran pena: nunca pudo dar las gracias a la persona que recogió a mi hermano y en cuyos brazos murió. Mi padre agradecía profundamente que su hijo no hubiera muerto solo, tirado en la carretera, y que alguien, aunque fuera un desconocido, lo hubiera estrechado entre sus brazos.

No entendí por qué mi padre nunca nos lo había dicho ni por qué, unos días antes de morir, se lo contaba a una persona “casi extraña”. Escuché aquellas palabras en silencio y, en la certeza de que el cielo había recompensado con creces a la persona que recogió a mi hermano y lo abrazó antes de morir, las atesoré en lo más profundo de mi corazón. Hasta hoy.

Han pasado casi quince años desde que murió mi padre... y son muchas las lecciones que de él sigo recibiendo:

* El amor está siempre presente en la vida, incluso en nuestras tragedias.

* Un extraño tiene también el poder de consolar.

* Nuestras lecciones en el amor vienen de muchas formas, de todo tipo de personas y situaciones.

* No importa quiénes somos, ni qué hacemos: todos podemos amar y ser amados. Podemos abrir nuestro corazón al amor que nos rodea y devolver amor.

* Sea cual sea la forma en que lo llamemos —Dios, alma…—, el amor vive en el interior de todos nosotros, es lo que da a nuestros días un profundo significado, es aquello de lo que realmente estamos hechos.


«Todas las noches en mis sueños te veo, te siento… Así es como sé que estás vivo.
Más allá de la distancia y del espacio que hay entre nosotros, has venido para hacerme saber que estás vivo.
Cerca, lejos, dondequiera que estés, creo que tu corazón sigue latiendo.
Una vez más abres la puerta y estás aquí, en mi corazón, y mi corazón seguirá adelante...»
[“My heart will go on” (Mi corazón seguirá). Banda sonora de la película “Titanic”].

jueves, 12 de marzo de 2015

Es tiempo de un cambio

Jesús le dijo: “Todo es posible para el que cree”.
Marcos 9, 23



Fuente: “Quiero un cambio” de Bernardo Stamateas.

Cuando ya nada te asombre, cuando todo te de lo mismo, cuando ya no sonrías como antes, cuando dejes de sorprenderte, de amar, de soñar… tu vida necesita un cambio.

No te conformes ni te consueles con saber que otros están peor que tú. No aceptes más explicaciones ni justificaciones. Busca la solución a tus problemas, a la falta de sueños. Es tiempo de un cambio.

Ya no es el momento de preguntarte el porqué del fracaso, ni de hablar del problema. Es el momento de plantearte qué hacer de aquí en adelante para resolver el problema. Es el momento de llevar a cabo los cambios pertinentes, nuevas estrategias que te acerquen a las soluciones y que te permitan comprobar que los sueños no son solo sueños, sino esperanzas que puedes convertir en realidad.

Aprovecha todo lo que está al alcance de tus manos: fuerza, coraje, dominio de ti mismo, potencial, y, por encima de todo, ¡vida!

En 1963, Edward Lorenz descubrió el efecto mariposa: un gran efecto puede venir de un acto pequeño. Una sonrisa, un abrazo, una llamada, una palabra cariñosa, pueden ser el comienzo. Un pequeño cambio que hagas traerá otros, más grandes, porque al hacerlo estarás liberando todo el potencial que está oculto en tu interior. Cada uno de ellos influirá en todo tu sistema de vida y de creencias, y activará los demás cambios que necesitarás poner en marcha para progresar y crecer en todas las áreas de tu vida.

Encuentra una nueva manera de hacer las cosas y verás que durante este proceso madurarás y te conocerás a ti mismo.

No cambies pensando que el otro cambiará, tú serás quien se beneficie con el cambio.

Apuesta por el cambio, porque para el que cree todo es posible.


sábado, 7 de marzo de 2015

Memorias de una gallina

8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

La lectura, como vehículo de transmisión de valores, puede ser una herramienta excepcional para conseguir la igualdad de todas las personas, con independencia de su sexo. Por desgracia, sigue siendo una tarea educativa tratar de eliminar estereotipos, actitudes prejuiciosas y roles discriminatorios que todavía persisten en nuestra sociedad.

Esta semana hemos leído en clase “Memorias de una gallina” de Concha López Narváez (Sevilla, 1939), escritora de libros infantiles y juveniles. Cada vez que leo el libro, vuelvo a disfrutar como el primer día y de eso, han pasado ya veinticinco años…

Conocí a Concha López Narváez y a su marido, Carmelo Salmerón, también escritor, hace dos años cuando vinieron al colegio. Me parecieron encantadores, sencillos y cercanos. Ella respondió amablemente a todas las preguntas que los niños y niñas le hicieron sobre el libro y su vida. Al final, les firmó y dedicó los libros para que tuvieran un grato recuerdo.


Cuento para niños y no tan niños.

En “Memorias de una gallina”, Carolina, una gallina contestataria, nos va contando su vida, desde su nacimiento, junto a sus hermanos, hasta su vida de gallina adulta ponedora en el gallinero de la granja.

Su madre le enseña a ella, y a sus hermanos y hermanas, las reglas para ser una buena gallina, pero ella, desde el principio, se muestra como una gallina rebelde, empezando por no querer llamarse Picapón, sino Carolina. Además, decide ser tan voladora como un pájaro.

Carolina es una gallina independiente, capaz de defender sus derechos y los de sus compañeras, a las que siempre da buenos consejos. Es valiente, sincera, amable y se preocupa por la justicia. Tiene muy buenos sentimientos. Es generosa y no guarda ningún rencor al que hace daño, sino que intenta ayudarle para que cambie de actitud.

Su optimismo y su capacidad de disfrutar de las cosas buenas de la vida hacen que sea una gallina feliz.

En uno de capítulos del libro, Carolina desenmascara al gallo Marqués, que deslumbraba a todas las gallinas y las engañaba prometiéndoles que se iba a casar con ellas. Cuando esto se descubre, las gallinas despluman al gallo, pero, entonces, Carolina lo defiende y ayuda.

He seleccionado dos fragmentos. Con ellos quiero contribuir a celebrar mañana, 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer.

[…] «El Marqués ya tenía sus plumas. Por tanto, llegaba la hora de bajar del árbol. Pero antes me dijo:

—Carolina, yo preferiría quedarme aquí arriba.

—Marqués, el mundo está abajo. En él tenemos amigos. Hay que trabajar, volar, divertirse… También ayudar en lo que haga falta.

Bajó la cabeza con ojos de pena.

Para darle ánimos, alargué mi ala y cogí la suya. Y después volamos con un mismo vuelo, y juntos llegamos al suelo.

Todas las gallinas corrieron a vernos.

El Marqués estaba tan guapo y tan elegante, que ellas otra vez pusieron los ojos en blanco.

“Oh”, dijeron a coro.

—Marqués, siempre te he querido —exclamó enseguida la gallina alta y estirada que se creía guapa.

—Marqués, yo también te quiero —dijo la gallina que se creía lista.

—Te quise, te quiero y te querré siempre —añadió la gallina fina y educada

Y todas las otras tuvieron también algo que decir. Pero él respondió:

—Quiero a Carolina. Está decidido. Me caso con ella. Y luego añadió mirándome a mí:

—Carolina, tú serás marquesa. Mira, desde ahora te voy a cuidar. Te buscaré granos de trigo dorado, te daré las hojas más tiernas que tenga la col, y lechuga fresca, y maíz jugoso, aunque esté en el barro. Y cada mañana, cuando salga el sol, entonaré el canto de la despertada solo para ti. Te quiero. Mira, te lo juro. Si miento, que pierda mis plumas.

—Escucha, Marqués, cuida bien tus plumas que las necesitas. Y mira, no quiero casarme contigo —le dije.

Él se asombró un poco. Es que todavía era algo vanidoso.

—¿Entonces qué quieres? —me dijo.

—Quiero ser tu amiga. Y atiende, yo puedo cuidarme, y buscar maíz, y granos de trigo, y lechuga fresca, y cada mañana, cuando salga el sol, ¿sabes lo que quiero?

—¿Qué quieres?

—Que cierres el pico, porque también puedo despertarme sola». [...]

***

[...] «Pasaron los días. Y ahora yo vivo a mi gusto: vuelo por lo menos dos horas diarias. Me siento a tomar el sol, y entorno los ojos para ver luces de colores. Charlo, canto, río, o me vuelvo seria, según la ocasión. Pongo mis tres huevos en una semana, siempre con esmero, siempre muy bien hechos.

Durante las noches me subo a dormir al árbol, pues si me desvelo por la madrugada me gusta sentir los rayos de luna rozando mi cara. Y por las mañanas, cuando me despierto antes que los gallos, yo canto los cantos de las despertadas.

Me siento contenta porque tengo amigos. Son amigas mías algunas gallinas sencillas y amables. Yo las convencí para que pusieran los huevos con tranquilidad. Ahora, cantan, vuelan y viven contentas.

El Marqués también es mi amigo. Ya no es como antes: trabaja, busca su comida como todo el mundo, se mancha las patas, y aunque algunas veces todavía presume, no dice mentiras». [...]


lunes, 2 de marzo de 2015

El pequeño arquero y la luna

Este cuento está incluido en el libro “¿Qué se le puede pedir a la vida?” de Javier Urra.

«En las tierras de Nicaragua escuché la historia de un niño que soñaba con elegir la mejor flecha, tensar el arco y acertar de lleno en el corazón mismo de una luna llena.

Coincidiendo con el plenilunio, noche tras noche, el pequeño arquero, escalaba hasta la roca más alta y desde allí, sin descanso, lanzaba los dardos contra el blanco destello que ilumina la oscuridad del infinito. Aprendió a distinguir el vuelo de los zopilotes y el olor intenso del cafetal y las malinches, supo que los aguaceros entonan canciones antiguas que adormecen al jaguar y a las palomas.

Años más tarde, cuando al fin comprendió que sus flechas nunca llegarían tan lejos, miró alrededor sonriendo. Sin apenas darse cuenta y gracias a un viejo sueño se había convertido en un hombre sabio y en el mejor de los arqueros».