En un precioso jardín, una rosa y un sapo habían ido creciendo juntos. Durante mucho tiempo compartieron todo tipo de vivencias, secretos y, sobre todo, una amistad que parecía eterna.
La vida iba pasando y el sapo observaba cómo su amiga se volvía cada vez más y más hermosa. Para él era un placer ir a visitarla, saltar a su alrededor y contarle todo lo que sucedía fuera de aquel jardín.
Pero la rosa comenzó a darse cuenta de su hermosura y de la atracción que ejercía sobre la gente que la miraba. El único problema era que, de vez en cuando, aparecía un sapo dando saltos a su alrededor que espantaba a los que se acercaban.
Llegó el día en el que la rosa, ya cansada de la situación, habló con el sapo.
—Oye —le dijo—, ¿no podrías hacer lo mismo que haces aquí, eso de ir saltando de un lado a otro, en cualquier otra parte del jardín?
—Pero... —contestó confundido— hasta ahora nunca te había molestado mi presencia, siempre te había gustado tenerme alrededor...
—Sí, es cierto, pero me he dado cuenta de que espantas a todos los visitantes que vienen a verme. Les asustas y además... tu aspecto ya no armoniza con mi belleza.
—Vaya... —contestó triste el sapo— qué lejos han quedado aquellos tiempos...
Ambos se quedaron callados durante una eternidad. Él esperando una rectificación y ella, en cambio, esperando a que se fuera.
—Vale... —contestó finalmente el sapo— no te preocupes, el jardín es muy grande, puedo irme a cualquier otro sitio— y se alejó de allí.
Y la primavera pasó, y el verano, y también el otoño...
Y durante todo aquel tiempo, ambos hicieron su vida por separado. No volvieron a verse en meses, hasta que un día el sapo decidió acercarse a visitar a la rosa.
Pero al llegar se quedó totalmente sorprendido. Su amiga, aquella bonita flor, estaba ahora marchita, apenas quedaba rastro de la belleza que había tenido meses atrás. Sus pétalos estaban agujereados, su tallo caído...
—Hola, rosa.
—Hola, sapo —contestó ella con rocío en las mejillas.
—Pero, ¿qué te ha pasado? ¿qué te han hecho? ¿por qué tienes tan mal aspecto?
—No lo sé. Los primeros días todo fue bien, pero poco a poco comenzaron a comerme los bichos, sobre todo las hormigas. Un día un picotazo aquí, otro día otro picotazo allá y se han apoderado de mí...
—¡Ay, rosa! —le contestó el sapo— nunca te diste cuenta de que antes había alguien que se comía todos esos bichos que estaban cerca de ti. Estabas demasiado ocupada observando tu propia belleza.
Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos o porque consideramos que no nos sirven para nada, pero ocurre a menudo que ni siquiera somos conscientes del bien que nos hacen. Nadie debe despreciar a nadie. Todos tenemos algo que enseñar o algo que aprender de los demás.
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