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domingo, 30 de junio de 2019

Diógenes (II)

“El Cínico” (detalle Diógenes) de J. W. Waterhouse (1905)

Este cuento está incluido en el libro “Déjame que te cuente...” de Jorge Bucay.

Dicen que Diógenes iba por las calles de Atenas vestido con harapos y durmiendo en los zaguanes.

Cuentan que, una mañana, cuando Diógenes estaba amodorrado todavía en el zaguán de la casa donde había pasado la noche, pasó por aquel lugar un acaudalado terrateniente.

—Buenos días —dijo el caballero.

—Buenos días —contestó Diógenes.

—He tenido una semana muy buena, así que he venido a darte esta bolsa de monedas.

Diógenes lo miró en silencio, sin hacer un movimiento.

—Tómalas. No hay trampa. Son mías y te las doy a ti, que sé que las necesitas más que yo.

—¿Tú tienes más? —preguntó Diógenes.

—Claro que sí —contestó el rico—, muchas más.

—¿Y no te gustaría tener más de las que tienes?

—Sí, por supuesto que me gustaría.

—Entonces guárdate estas monedas, porque tú las necesitas más que yo.

—Pero tú también tienes que comer, y eso requiere dinero.

—Ya tengo una moneda —y la mostró—, y me bastará para un tazón de trigo hoy por la mañana y, quizás, algunas naranjas.

—Estoy de acuerdo. Pero también tendrás que comer mañana, y pasado mañana, y al día siguiente. ¿De dónde sacarás el dinero mañana?

—Si tú me aseguras, sin temor a equivocarte, que viviré hasta mañana, entonces quizá tome tus monedas…


miércoles, 26 de junio de 2019

Aprender a decir “no”


Fuente: “Soluciones prácticas” de Bernardo Stamateas.

En todos los ambientes se establecen límites, normas, que debemos obedecer y respetar. Los límites son una frontera, una línea invisible que nos permite marcar la diferencia entre quiénes somos nosotros y quién es el otro. Fijar límites es una de las características de las personas emocionalmente sanas y son un signo de salud emocional y espiritual.

La gente cada vez se entromete más, se inmiscuye en la vida de los otros porque, como no tiene límites, tampoco respeta los de los demás.

La ausencia de límites es la razón por la que existe tanto abuso hacia el otro: intolerancia, falta de respeto, atropello, ira, arrebatos, maltratos… Nuestra sociedad no respeta los límites, ya sean físicos, emocionales, de jerarquía o impuestos de manera externa. La gente no tolera ningún límite y esta es la razón por la que cada vez se van formando más personas con características psicopáticas.

Necesitamos aprender a poner límites, pero, para poder poner límites al otro, primero debo establecerlos a mí mismo. Saber qué voy a permitir y qué no voy a aceptar.

Una de las tareas más importantes que necesitamos llevar a cabo para que el otro no invada nuestros límites es desarrollar la capacidad de decir “no”. Existen personas que no están habituadas a hacerlo. Consideran que, si dicen que no a algo, a una petición, a un reclamo o a un favor, perderán el afecto y el reconocimiento del otro. El hecho es que, al no poder expresar que no queremos o no podemos involucrarnos en esa demanda, podemos ser presa fáciles de los manipuladores. Alguien que no puede decir que no, es candidato a las actitudes abusivas del otro.

Es imposible quedar bien con todo el mundo siempre y en toda situación. Un “no” que le decimos a alguien (“no sé”, “no puedo”, “no tengo”) nos permite ponerle un límite a la omnipotencia. Todos somos capaces de hacer ciertas cosas y otras, no. Nadie lo puede todo. Poner límites a través de un “no” no solo va dirigido al otro, sino además a uno mismo. Quienes no se animan a decirles que no a los demás suelen esconder temor al enfado o el rechazo ajeno. Decir siempre que sí y estar disponibles las veinticuatro horas nos convierte en posibles objetos de atropello o despotismo.

Para lograr un equilibrio emocional, necesitamos combinar nuestros “sí” con algunos “no”. Tenemos derecho a decir “sí” y a decir “no”. Lo primero que tienes que recordar es que el otro tiene derecho a pedir, claro que sí, pero tú tienes derecho a decir “no”.


jueves, 20 de junio de 2019

Deberes de vida

Hace un año, Manuel Gordillo, “el profe Manolo”, un maestro andaluz (de Córdoba) causó sensación con la peculiar lista de deberes para el verano que mandó a sus alumnos/as de 3º de Primaria del colegio público “Beatriz Galindo” de Bollullos de la Mitación (Sevilla). La lista de deberes se hizo viral al subirla una madre (María Carmona) a Facebook.

Se trata de una lista de cuarenta y cinco tareas de las que deben cumplirse, al menos, la mitad. Muchas son, sin que los niños/as se den cuenta, una oportunidad maravillosa para continuar aprendiendo. “El profe” no olvida la diversión, la cultura, los amigos/as, la familia, las tareas domésticas ni los objetivos más importantes: que los niños y niñas construyan unos cimientos emocionales fuertes, que se quieran, se acepten y cuiden, tengan empatía y aprendan de sus errores.

DEBERES PARA EL VERANO

Hay que cumplir, al menos, la mitad de la lista.

1. Ver amanecer.
2. Aprender a jugar a un juego de mesa o de carta que desconocías.
3. Llamar o mandarles un mensaje a tres compañeros/as de clase.
4. Ver una película en familia.
5. Hacer limonada casera y tomarla bien fresquita.
6. Mirar las estrellas un buen rato.
7. Hacer helados o polos caseros.
8. Cuidar una planta.
9. Comer una fruta o verdura recién cogida.
10. Acostarse una noche muy tarde.
11. Tirarte a la piscina y salpicar todo lo que puedas.
12. Hacer un picnic en la playa o en el campo.
13. Hacer un collar o una pulsera para ti.
14. Ver fuegos artificiales.
15. Visitar un museo o una exposición.
16. Diviértete con globos de agua.
17. Visitar una ciudad o un pueblo que no conozcas.
18. Mirar las nubes y ponerles forma.
19. Disfruta de tus amigos/as y familiares.
20. Haz deporte, canta, baila y juega.
21. Quiérete, cree en ti y cuídate.
22. Disfrázate.
23. Caminar un buen rato sin zapatos.
24. Construir un castillo de arena legendario.
25. Hacer una ruta en bici o patinando.
26. Escribir y mandar una postal.
27. Recoger conchas en la playa.
28. No tirar nunca nada de basura al suelo, en la playa o en el campo.
29. Leer dos libros y algunos comics.
30. Aprender a cocinar algún plato, con algún adulto.
31. Lanzarte por un tobogán en el que nunca habías estado.
32. Aprender a hacer algo nuevo.
33. Comer brochetas de fruta.
34. Reírte hasta que te duelan las mejillas.
35. Dar todos los días al menos tres abrazos.
36. Pintar y decorar piedras.
37. Visitar una biblioteca.
38. Escribir una historia o un cuento.
39. Aprender tres chistes nuevos.
40. Ver una puesta de sol.
41. Construye una cabaña o un fuerte.
42. Decir te quiero mirando a los ojos.
43. Vuela una cometa.
44. Ocuparse de al menos dos tareas del hogar.
45. Hacer al menos dos amigos/as nuevos.

Este año, Manolo ha querido recoger su larga lista de tareas en un libro titulado “Deberes de vida”.

Yo me comprometo este verano a cumplir, al menos, la mitad de esta lista de deberes.


domingo, 16 de junio de 2019

Buen viaje y hasta luego

 "Intermezzo from cavalleria rusticana". Pietro Mascagni.

Los días en los que la luna acaricia mi ventana, súbitamente me despertáis. Su luz es vuestro abrazo. Emocionada, la contemplo por unos instantes y una paz infinita me devuelve al sueño.


Fuente: “El libro de los quizás” de Fran Russo.

Una de las cosas que más condicionan nuestra vida son las pérdidas de los seres queridos. No es cuestión de olvidar porque siempre formarán parte de nuestra vida. Lo importante es que no se conviertan en un recuerdo corrosivo que nos destruya y nos aleje de nuestro propósito, de nuestro camino. Debemos aprender a aceptar todo lo que nos sucede y ser responsables de nuestra vida.

La muerte no es más que un paso. Aunque ese paso fuera doloroso, lleno de injusticia y falto de sentido, no podemos juzgar ni tratar de entender todo. Sí podemos intuir que hay motivos detrás de todo lo que sucede. Que no podamos entender los motivos, ni asimilarlos, no significa que tengamos que negar esta realidad.

Nuestro dolor nos impide comprenderlo y aceptarlo. El dolor, al igual que el alcohol, es un velo que nos impide pensar y sentir con normalidad, ser quienes en verdad somos y actuar como deberíamos actuar.

Por supuesto, el duelo es comprensible y necesario. Somos seres emocionales y necesitamos encauzar el dolor, pero un duelo demasiado prolongado es un autocastigo que jamás desea la persona que se marcha. Si pudiéramos escuchar a esos seres que se van, oiríamos sus ruegos de que dejemos de llorar por ellos, que están bien, mucho mejor que nosotros.

Es momento de ir aprendiendo esta lección y no ser nosotros parte del problema para alguien que se marcha, atándolo a esta realidad en vez de dejarle ir. Nada ayuda nuestro llanto a esa persona una vez que se ha ido. A nivel espiritual, nuestro llanto ata a esa persona a este mundo en vez de dejarle libre y eso no es bueno. Debemos librarles de nuestras ataduras emocionales. Si aceptamos que ya no están y que por alguna razón su camino estaba fuera de este plano físico, le estamos enviando mucha luz, le enviamos un “buen viaje”, un “hasta luego” con todo nuestro corazón.

Esos seres que perdemos, nos alientan desde el otro lado a que sigamos adelante y nos aman con un amor tan puro que nosotros no podemos comprender. Si dejásemos atrás los velos del dolor llegaríamos a sentir ese amor, ese impulso que nos dan y su abrazo.

Recuerda que tú elegiste vivir esa experiencia y lo que crees una desgracia fue un pacto de amor que trasciende la vida y la muerte porque los lazos de amor verdadero jamás se romperán ni se desvirtuarán. Lo creas o no, lo comprendas o no, es así. Tarde o temprano, todos, absolutamente todos, lo comprobaremos. Reflexiónalo. No es fácil, pero reflexiónalo.


miércoles, 12 de junio de 2019

La voz de las emociones

Fuente: “Soluciones prácticas” de Bernardo Stamateas.

Las emociones son voces que nos indican algo. El miedo es una voz que nos dice que existe un peligro. La tristeza es una voz que nos muestra una pérdida que tenemos que soltar. El enfado es una voz que nos anuncia que hay una piedra en el camino y necesitamos apartarla. La culpa es una voz que expresa que hay algo que reparar en nuestra vida.

Es importante reconocer nuestras emociones. No debemos negarlas ni taparlas. Aceptar lo que sentimos, que no es ni bueno ni malo, simplemente es. Una vez que podemos identificar una emoción, somos capaces de expresarla, de ponerla en palabras, de decirla.

Nos curamos hablando. Y, como contrapartida, lo que la boca calla el cuerpo lo expresa. Cuando desarrollamos el hábito de acumular emociones negativas, nuestro cuerpo, que es muy sabio, procurará siempre encontrar la manera de liberarlas. Nuestro organismo tiene sus propias “válvulas de escape” para hacer salir las emociones. Por lo general, lo hace por medio de la explosión. Aquel que grita, golpea o rompe, no está liberando la tensión de modo saludable. Otra válvula no saludable a la que nuestro cuerpo puede recurrir es una enfermedad. Así es como se genera el estrés que los expertos consideran “la plataforma emocional de diversas enfermedades”. El síntoma (gastritis, dolores articulares, excesivo cansancio) es la señal que el cuerpo envía para advertir que es preciso liberar la tensión acumulada.

A veces, no resulta fácil poner en palabras nuestras emociones ya que, por ejemplo, en una situación de violencia, muchas veces lo más prudente es huir, es decir, permanecer callado.

Necesitamos manifestar las emociones no expresadas porque, si no lo hacemos, se quedarán encapsuladas en nuestro cuerpo. Tragarnos las emociones, en lugar de ponerlas en palabras nos enferma, pero solamente hablar no es suficiente. Moverse (caminar o correr), bailar, nadar o cualquier otra actividad física de nuestra preferencia es altamente terapéutico, pues nos brinda la posibilidad de gastar energía física, activar nuestra masa muscular y eliminar el estrés acumulado.

Hay ejercicios que, a través de la expresión, nos permiten sacar lo que está guardado. Son, por tanto, actos sanadores.

El llamado “La silla vacía” consiste en poner una silla vacía delante de nosotros, imaginándonos que tenemos enfrente a esa persona o esa situación que nos produjeron emociones negativas. Expresaremos todo lo que no fuimos capaz de decir. Puede ser hablando, gritando o fluyendo en lo que surja. Lo importante es que verbalicemos todo. La silla, en realidad, no está vacía, pues en ella proyectamos nuestras fantasías y nuestras situaciones difíciles.

Escribir es también un proceso que ayuda a que la persona pueda descargar emociones, sentimientos e ideas. Además, la mano va más lenta que la mente y eso nos permite ordenar mientras escribimos todo aquello que sentimos. El ejercicio denominado “Escribir, leer, romper” consiste en escribir en un cuaderno pensando en esa vivencia guardada en nuestro corazón que no pudimos expresar en su momento. Podemos escribir todo lo que sentimos. Si tenemos una persona de confianza a la que nos gustaría contarle lo que hemos escrito, podemos leérselo. Esa persona solo debe escuchar sin emitir juicio, ni opinión, ni comentario. Si no queremos leérselo a nadie, en un lugar donde estemos solos, lo leemos en voz alta. En cualquier caso, luego debemos romperlo. Con este ejercicio escribimos lo que nos atormenta, lo verbalizamos y romperlo es un símbolo, no de que ya superamos el suceso, sino de que pudimos liberarnos de aquello que nos tenía aprisionados, sacarlo hacia fuera y quitarle su poder.

En muchas ocasiones he comentado que este blog me ayuda a gestionar mi equilibrio emocional porque cuando describo mi experiencia emocional por medio del lenguaje, se elimina mucha de la negatividad que pudiera contener. Por otro lado, llevo toda la vida practicando el ejercicio de la silla vacía, pero sin silla. Sola, cuando nadie me ve, segura en mi ambiente, “echo” fuera todas mis emociones negativas. Y cuando termino… ¡me quedo como nueva!


viernes, 7 de junio de 2019

Tú decides

Esta historia está incluida en el libro “Soluciones prácticas” de Bernardo Stamateas.

Hace un tiempo fui a comprar un libro. Era una obra costosa que necesitaba para la universidad.

—Necesito este libro —le dije al vendedor.

—Uy, ¡ese libro es carísimo! —me respondió el muchacho.

—Sí, lo sé, pero lo necesito para un trabajo de investigación de la facultad.

—Mire, le he traído este —dijo, al tiempo que me mostraba un libro pequeño, un resumen de la obra original—. ¡Es mucho más económico!

—No, quiero el grande aunque sea caro —contesté.

—Este le va a servir. Le conviene porque va a ahorrar mucho dinero —insistió.

—No, no quiero este. Por favor, tráeme el libro grande —repetí una vez más.

El vendedor intentaba decidir por mí. Esto, lamentablemente, es algo cotidiano.

Cuando alguien decide por nosotros nos está invadiendo porque nadie debe tomar decisiones en nuestro lugar. Nos equivoquemos o no, las decisiones deben ser nuestras. El límite los marcamos nosotros.


domingo, 2 de junio de 2019

El verdadero éxito

Fuente: “Tus tres superpoderes” de Mario Alonso Puig.

Cuando buscamos el éxito movidos por las pulsiones del ego, hacemos y hacemos para tener poder, fama y fortuna, y así ser alguien importante. Lo que deseamos es brillar y nos servimos de los demás para conseguir nuestros fines.

Cuando lo que buscamos es crecer y evolucionar para mejorar el mundo en el que vivimos, aunque sea un poco, se produce una transformación fundamental en nuestra forma de ser y de estar en el mundo. Es desde esta transformación interior desde donde empezamos a iluminar, a irradiar algo diferente con nuestros nuevos pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. En lugar de servirnos de los demás, buscamos ayudarles a salir adelante y a alcanzar su plenitud. Lo que sale de nosotros, por salir no ahora del ego, sino del Ser, tiene un impacto radicalmente diferente en los demás, los cuales se sienten afectados a un nivel profundo sin entender de qué manera esto está sucediendo. Muchas personas comienzan a sentirse atraídas hacia nosotros como los beduinos se sienten atraídos por los oasis en los desiertos.