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lunes, 28 de marzo de 2022

Hora de decir adiós (II)


Enlazando con la entrada “Hora de decir adiós” (I):

«Yo nací el nueve de febrero de 1962. Desde entonces, han pasado sesenta años. ¡Dios mío, me he hecho mayor sin darme cuenta! Esos son los años que he vivido. Desconozco los que tengo, porque esos son, en realidad, los que me quedan por vivir.

…El mismo día de mi cumpleaños me jubilé.

…Es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. En la vida, todos estamos encaminados a ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja y seguir adelante».


  “Time To Say Goodbye” (“Hora de decir adiós”). André Rieu.

No creáis que emprendo esta nueva etapa de mi vida de cualquier manera. A lo largo de sesenta años algo he aprendido… y creo que algunas cosas me ayudarán:

- Que no necesito demostrar nada a nadie.

- A vivir sin esperar nada de nadie. Todo lo bueno que la gente me da, lo recibo, lo acepto, lo disfruto, pero no espero nada.

- A no tratar de cambiar a nadie; solo cambia aquel que desea cambiar y solo puedo cambiarme a mí misma.

- A aceptar lo inevitable y a sanar los recuerdos tristes. Cada vez que la vida me cierra una puerta, hay otras preparadas que me están esperando para ser abiertas. Pero para traspasar esas puertas, tengo que cerrar las viejas: los rencores, las situaciones del pasado no resueltas, los recuerdos negativos, las personas tóxicas que siguen dando vueltas en mi mente, las cargas emocionales que me generan rabia...

- A perdonar. El perdón reduce e incluso anula, liberándome, el peso negativo de las malas experiencias de mi vida.

- A ser honesta, pero no transparente. Ya no digo todo lo que pienso a todo el mundo. Eso no quiere decir que mienta o engañe. Digo mi verdad cuando es necesario y sirve para construir algo mejor.

- A disfrutar de todo lo que tengo. Todo lo que necesito está dentro de mí. También lo está el don de disfrutar que, como solo depende de mí, lo llevo conmigo a donde vaya.

- Que no soy la inquilina de mi vida, sino la dueña. Soy un ser libre para decidir y elegir qué pensar y qué hacer.

- Que debo caminar ligera, con una mochila rebosante de relaciones y experiencias.

- Que cuanto más entrego a los demás, más abundante soy.

- Que para poder recibir tengo que liberar espacio y dejar ir.

- A creer en mí y a dar lo mejor de mí en todo lo que hago. A gastar mis fuerzas en lo que mi corazón desea.

- Que hoy es mi tiempo. Ni lo fue ayer, ni lo será mañana.

Voy a sembrar en la buena tierra que Dios designó para mi vida, las mejores semillas y no voy a permitir que nadie eche basura en mi terreno. Él ha dispuesto que todo lo que necesite llegue a mis manos.

Quiero vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar. Mi meta es llegar al final satisfecha y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.

Algún día llegaré a mi destino, pero, de momento, pues sigo viva, mi misión no ha terminado.


lunes, 21 de marzo de 2022

Hora de decir adiós (I)


  “Time To Say Goodbye” (“Hora de decir adiós”). André Rieu.

Yo nací el nueve de febrero de 1962. Desde entonces, han pasado sesenta años. ¡Dios mío, me he hecho mayor sin darme cuenta! Esos son los años que he vivido… Desconozco los que tengo, porque esos son, en realidad, los que me quedan por vivir.

Soy consciente de que, por mucho tiempo que viva, tengo los días contados, que hay una perspectiva superior y que Dios decide si despertaré a un nuevo día. Quizás parezca que pensar en la muerte es algo deprimente, pero yo creo que es justo lo contrario: recordar que la vida es un regalo con fecha de caducidad, insufla más vitalidad a mi existencia, me da energía y ganas de dar lo mejor de mí misma, de aprovechar todas las oportunidades.

No suelo perder mucho tiempo haciendo cuentas de mis males o de las cosas que me hacen sufrir. Hago inventario de mis bienes, mi lista de motivos de agradecimiento es interminable, y agradezco lo mucho bueno que poseo. Cuando me miro en el espejo, me devuelve la imagen de una mujer con sesenta años, estupendos si no entro en muchos detalles, y en mi recuerdo aparecen las personas que amo, que llevo dentro de mí y ya se marcharon … Y, mientras pueda, quiero salir… y conquistar el mundo.

El mismo día de mi cumpleaños me jubilé. He sido maestra de escuela durante 37 años, 4 meses y 14 días (no es que haya llevado exhaustivamente la cuenta: es lo que se especifica en la resolución de jubilación) y aunque la palabra maestra me queda, sin duda, grande, he procurado serlo. Siempre he trabajado con el pensamiento ilusionante de que lo que hacía no era en vano. Ese ha sido el principal motor para conseguir, cada día, colgar la mochila del desaliento junto a las carteras de mis alumnos/as y ya, liberada de peso, iniciar mi tarea. Hoy me siento satisfecha, pues creo que me he dedicado y entregado a la enseñanza pública con honestidad y responsabilidad. He enseñado todo lo que sé. Me he vaciado para poder seguir llenándome… y aprendiendo. Siempre aprendiendo.

Aunque sé que “las cosas” más importantes se aprenden en casa, me he esforzado en enseñar, sobre todo con el ejemplo, a pensar, a tener capacidad crítica y unos principios morales sólidos y, salvo algunas excepciones, pocas, me he sentido apreciada y apoyada por unas familias que desde el principio entendieron que la educación de sus hijos e hijas era una tarea compartida y depositaron en mí su confianza y la autoridad necesaria.

He tratado de ser buena compañera y nunca he aparentado ser lo que no soy para intentar agradar. Evidentemente, no he podido gustarle a todo el mundo y asumo con naturalidad tanto el reconocimiento, como la desaprobación o la indiferencia. He aprendido de todos mis compañeros/as que, de muy diversas e insospechadas formas, siempre me han proporcionado oportunidades de crecimiento.

Aunque he perdido ya la cuenta de las reformas educativas que he vivido, he pretendido no perder el norte y tener claro lo que debía enseñar. Nunca me he escandalizado ante lo nuevo, pero tampoco he cometido la estupidez de defender cualquier cosa por el solo hecho de ser novedosa.

Reconozco que últimamente, aun siendo muy metódica y minuciosa con mis programaciones y registros, he llevado muy mal perder un tiempo valioso en papeles absurdos con los que nunca se logra nada; tener que hacer fotos y vídeos de cualquier actividad para subirlas a la web y redes sociales del colegio porque si no, es como si no hubieras hecho nada; tener que hacer multitud de actividades, que no daba abasto ya que los horarios no son de plastilina, para cubrir el expediente de celebraciones de Días de vaya usted a saber qué cosa y, sobre todo, me ha costado un gran esfuerzo soportar a tantos y tantos egos inflados que, creyéndose en posesión de la verdad, tienen la solución a los problemas de la educación.

Sé que echaré de menos la escuela y, muy especialmente, a “mis” niños y niñas. Sus ganas de aprender, su fuerza arrolladora, su alegría, sus dificultades, sus temores… han motivado siempre mi trabajo y he disfrutado, hasta el final, de mi profesión.

Pero… es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. En la vida, todos estamos encaminados a ir cerrando capítulos, ir dando vuelta a la hoja y seguir adelante.

Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado la despedida que mis compañeros/as y todos los alumnos/as del colegio, que conocen muy bien mi amor por las mariposas, me prepararon en secreto. Media hora antes de finalizar la jornada escolar, formaron un largo pasillo agitando mariposas de colores con bellos mensajes, que luego me entregaron. A través de la megafonía, “Dos oruguitas” y “La vida es bella” pusieron la banda sonora. Los que conocéis el blog “Si yo cambio, todo cambia”, sabéis del simbolismo que para mí tienen las mariposas.

Tal vez, os podáis hacer una idea viendo el siguiente vídeo al que he aplicado un efecto especial para proteger la imagen de las personas que en él aparecen.

Y así, entre cientos de mariposas, lágrimas, sonrisas y abrazos, el día de mi jubilación toqué el cielo con las manos y sentí que el siempre abundante y benévolo “universo” (mi buen Dios), me sonreía...

✱ Ver entrada “Hora de decir adiós (II)”.


lunes, 14 de marzo de 2022

El diente de león

No se me ocurre una entrada mejor para volver a empezar. Siempre a mi lado.


 “I will always love you” (“Siempre te querré”). Dolly Parton.

Autora: Estefanía Esteban López (Fanny Tales).

Laura soñaba desde muy pequeña con ser pintora y poder atrapar el cielo. Antes de echar a andar, aprendió a pintar. Era su manera de correr sin moverse. Porque pintando, podía viajar y si cerraba los ojos, podía ver colores que solo existían en su mente.

Laura lo pintaba todo: pintaba en las hojas, en el suelo, en la pizarra que le compró su madre, en las servilletas de papel y hasta en la pared, porque para ella era un lienzo enorme que la llamaba por su nombre.

También pintaba en las baldosas de la calle, con tizas de colores que se llevaba el agua de la lluvia. Y en la arena, solo necesitaba un palo para crear un castillo rodeado de estrellas.

Así que a nadie le sorprendió que con tres años cogiera los pinceles y jugara a ser Velázquez. Ni que con cuatro quisiera apuntarse a clases de dibujo.

A Laura le encantaba pintar arcoíris. Los pintaba en todos sus dibujos, porque adoraba los colores. También le gustaba pintar flores, escuchar al viento y contemplar las nubes. Y cada año esperaba impaciente la llegada de la primavera, porque con ella llegaba su flor favorita: el diente de león.

Laura soplaba con todas sus fuerzas para pedir un deseo. Y luego observaba cómo se lo llevaba el viento al país de los deseos, un lugar muy lejano en donde imaginaba que alguien los iba archivando para que no se perdieran.

Soplaba un diente de león, y otro y otro más. Un año y otro año. Y siempre pedía el mismo deseo.

Cuando aprendió a escribir, con cinco años, apuntó el deseo que pedía a los dientes de león en una hoja y lo guardó en una cajita.

–Seguro que pide ser una gran pintora de mayor –pensaba su madre.

Pasaron los años y Laura siguió pintando arcoíris, flores y montañas. Y pidiendo deseos. Hasta que se hizo mayor y empezó a pintar cuadros y más cuadros.

Sin saber muy bien cómo, de pronto se vio organizando su primera exposición. Su madre estaba orgullosa de ella y Laura, muy nerviosa.

Todo salió perfecto y vendió tres cuadros. Uno de ellos, de un diente de león al atardecer, en primavera.

Su madre recordó la pasión de su hija por esa flor y los deseos que cada año le pedía.

–¡Se ha cumplido tu deseo! –le dijo.

–Sí –contestó ella.

Y tras la inauguración de la exposición, cada una se fue a su casa.

La madre de Laura se acordó de la cajita de los deseos y la buscó en el trastero. Allí estaba: era una caja pequeña, con forma de corazón y el nombre de su hija escrito por ella, con las letras en minúscula menos una A en mayúscula. Así: “lAura”. Y sacó el papel donde había apuntado su deseo.

A la madre de Laura se le escapó una lágrima de emoción. Se había cumplido su deseo, pero no era el que ella pensaba. Guardó la nota y en ese momento se sintió la persona más feliz del mundo.

La nota decía, con letra infantil: “Deseo que cuando sea una pintora famosa mi madre esté a mi lado”.


lunes, 7 de marzo de 2022

Volver a empezar


 “Beguin the beguine” (“Cuando comenzó el beguine”). Cole Porter.

El 19 de marzo de 2021 finalicé este blog con un “hasta siempre” que, como sabéis, es una frase que se utiliza para despedirse por tiempo indefinido de alguien de quien se guardará un buen recuerdo. Se trata de una cordial despedida que incluye el deseo de volver a encontrarse.

Ya veis, aquí estoy de nuevo. Sigo andando, buscando, avanzando, intentando honrar la vida. Para mí, el blog “Si yo cambio, todo cambia” es abrir una ventana al intelecto, a la sabiduría y al corazón. Es pensar y sentir. Es vida. Mucha vida. En él tejo mis sueños, ilusiones, preocupaciones y luchas internas. Son las alas que me ayudan a volar, un amigo, un cómplice... y un maestro. Algunos pensarán, tal vez, que son tonterías, pero ¿quién es nadie para juzgar como tonto algo que es importante para mí?

Hoy escribo con la secreta ilusión de que no se cumpla la frase proverbial “nunca segundas partes fueron buenas” y de que, tal vez, se produzca el reencuentro o, por “causalidad”, lo encontréis en vuestro camino.

Con esta entrada, para volver a empezar, quiero daros de nuevo la bienvenida con un bello saludo recogido del libro “La brújula interior” de Álex Rovira.

«Saludo a la dirección que hay en ti.

Saludo a tus deseos, a tus anhelos, a tus pasiones.

Saludo a aquel que es capaz de enfrentarse a sí mismo, cara a cara, buscando aquella verdad que lleva a la libertad.

Saludo a tu niño interior.

Saludo a tu anhelo de realización.

Saludo a tu talento singular.

Saludo a tu capacidad de ver la oportunidad dentro de la amenaza.

Saludo a tu espontaneidad, a tu intimidad y a tu conciencia.

Saludo a tu deseo profundo e impulsor.

Saludo a tus sueños, ilusiones y esperanzas.

Saludo a tu capacidad de extraer lo mejor de tu pasado.

Saludo a tu deseo de compartir tu camino con otros.

Saludo a tu deseo de hacer un mundo mejor.

Saludo a tu gratitud.

Saludo a tu inteligencia.

Saludo a tu corazón.

Que el grito de la vida en tu interior sea amor para los que te rodean».

Afectuosamente: