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miércoles, 5 de noviembre de 2025

El verdadero rostro de Dios (II)


*Ver entrada “El verdadero rostro de Dios (I)”.

La “chispa” divina

Fuente: “Hermón. Caballo de Troya 6” de Juan José Benítez.

El siguiente diálogo tiene lugar el 21 de agosto del año 25 entre Jesús de Nazaret y los dos pilotos de la USAF (Fuerza Aérea Norteamericana), Jasón y Eliseo, que llevaron a cabo la operación “Caballo de Troya”. Los dos militares fueron al encuentro de Jesús, que estaba solo en el Monte Hermón, y permanecieron con Él cuatro semanas. Todos los días, Jesús se marchaba al amanecer para orar con el Padre y solía volver sobre las tres o las cuatro de la tarde y, tras la cena, tenían largas conversaciones al amor de un buen fuego.

«—No he venido a imponer. Solo a revelar. A recordar cuál es el verdadero rostro de Dios y cuál es la auténtica condición humana. Mi mensaje es claro y fácil de entender. Ab-bā es un Padre entrañable, amoroso, que no precisa de leyes escritas, ni tampoco de prohibiciones. El que lo descubre sabe qué hacer… Sabe que todo consiste en amar y servir, empezando por el prójimo. ¿Sabéis por qué? ¿sabéis por qué se debe auxiliar y querer a vuestros semejantes?

—¿Por ética? —replicó Eliseo.

—No.

—¿Por solidaridad? —me aventuré.

—No.

—¿Por lógica? —apuntó el ingeniero sin demasiada seguridad.

—¡Caliente, caliente!

Nos rendimos. A decir verdad, nunca me había planteado la, aparentemente, tonta cuestión.

—Por sentido común —manifestó el Galileo con naturalidad. ¿Recordáis la “chispa” divina? Pensad… Si Ab-bā es el Padre de todos los humanos, si Él reside en cada hombre, si él os imagina y aparecéis, ¿qué sois en realidad?

—Hermanos… en la fe —replicó el ingeniero.

—No. No sois hermanos en la fe. ¡Sois hermanos… físicamente! ¡Sois iguales! Si Ab-bā es vuestro Padre, el mundo es una familia. Por eso debéis amaros y ayudaros. Por sentido común. Todos tenéis el mismo destino: llegar a Él.

—Lo dicho, Señor —intervine con desaliento—, eso no va a gustar. Ricos y pobres… ¿iguales? ¿Esclavos y dueños? ¿Necios y sabios? ¿Judíos y gentiles?

Mi hermano se unió a quien esto escribe, añadiendo:

—¿Y qué dices, Señor, de ese nuevo rostro del Padre? ¿Un dios amoroso? A las castas sacerdotales no les gustará…

—El Hijo del Hombre no viene a imponer. Solo a inspirar. Mi trabajo no consiste en demoler, sino en insinuar. Yo soy la verdad y todo aquel que escuche mi palabra será tocado y removido. Dejad que la “chispa” interior haga el resto…

—Pero Yavé no es Ab-bā. Yavé castiga, persigue…

—Dejad que se cumplan los planes del Padre. Tienes razón. Yavé no es Ab-bā, pero ha cumplido con lo dispuesto: el hombre respeta la Ley. Yavé está bien donde está. Y ahí quedará para los que no comprendan la nueva revelación. Porque de eso se trata: de entregar al hombre un concepto más exacto de Dios… Sí, un Dios nuevo y viejo al mismo tiempo. Un Dios Padre. Un Dios que no precisa de nombre. Un Dios sin leyes escritas. Un Dios que no castiga, que no lleva la cuenta de tus obras. Un Dios que no necesita perdonar…, porque no hay nada que perdonar. Un Dios al que puedes y debes hablar de tú a tú. Un Dios que te ha creado inmortal. Que te llevará de la mano cuando mueras. Que te invita a conocerlo, a poseerlo y, sobre todo, a amarlo.

Desde esos instantes supe el porqué del trágico final de aquel extraordinario Hombre. Su filosofía, su mensaje, eran revolucionarios. Peligrosamente revolucionarios.

Eliseo, una vez más, rebajó la tensión. Se aferró a una de las últimas frases de Jesús:

—¿Dejad que la “chispa” interior haga el resto?

—¿Creías que esa presencia divina era un adorno?

—¿Y qué hace?

—Te lo dije: “tira” de ti… Esa misteriosa criatura se ocupa, entre otras cosas, de preparar tu alma para la vida futura, para la verdadera vida. En cierto modo, te entrena…

—Pues yo no me entero.

—Dios es muy silencioso. Tampoco le gustan los gritos. Se limita a pulir y rectificar tus pensamientos. Pero lo hace en la sombra de tu mente. Escondido. Casi prisionero.

—¿Y cómo puedo ayudarle?

—Ahora lo haces. Basta con tu buena voluntad. Basta con el deseo que querer, de prosperar en conocimientos, de aceptar que Ab-bā es tu Padre. Él, poco a poco, estrechará esa comunicación.

—Pero, Señor, ¿por qué Dios no habla un poco más alto?

—No quiere y no debe. Además, tú mandas… Eso es lo establecido. Te pondré un ejemplo: tu mente es un navío, Ab-bā, la “chispa” interior, el piloto y tu voluntad, el capitán. Tú mandas… ¡Lástima que no os dejéis guiar por Él! Con frecuencia, su rumbo es alterado por vuestra torpe naturaleza humana y, sobre todo, por los miedos, ideas preconcebidas y el qué dirán…

—¡Los miedos! ¿Por qué el hombre siente tanto miedo?

—Muy simple. Porque no sabe, no es consciente de cuanto os estoy revelando. El día que despierte, y no os quepa duda de que lo hará, y comprenda que es hijo de un Dios, que es inmortal y que está condenado a ser feliz, ese día, el mundo será diferente. El ser humano solo tendrá un temor: a no parecerse a Él, pero ese miedo también desaparecerá. La “chispa” lo sofocará.

—Veamos —intervine sin demasiada seguridad—, si no he comprendido mal, el buen gobierno de esa “chispa” interior no depende de lo que uno crea o deje de creer, sino de la voluntad, del deseo de hallar al Padre. ¿Me equivoco?

—No, Jasón. Has hablado acertadamente. El éxito de mi Padre está íntimamente asociado a tu poder de decisión. Si tú confías, Él gana. Poco importa lo que creas. Si lo buscas, si lo persigues, la “chispa” controla el rumbo. Y tú, poco a poco, te vas haciendo uno con ella.

Guardó silencio. Creo que entendió. Sus palabras eran hermosas, esperanzadoras, pero, a veces, de difícil comprensión.

—Os diré un secreto…

Agitó de nuevo las llamas y, en tono reposado, con una elocuencia estremecedora, afirmó:

—Observar la madera. Se hace uno con el fuego y ambos, sin remedio, ascienden. Al fin son verdaderamente libres… ¡Mirad!

Y señaló la temblorosa espiral de humo, escapando hacia la noche.

—Ahora, fuego y madera son uno… Pues bien, este es el secreto. El hombre, la madera, que consigue identificarse, hacerse uno con Ab-bā, el fuego… ¡no morirá! Su envoltura mortal será consumida por la “chispa”, por el Amor, y no necesitará ser resucitado…

Quise intervenir, pero Eliseo me atropelló con una cuestión que, en efecto, había quedado rezagada.

—¿Por qué al mencionar la “chispa”, las has llamado “misteriosa criatura”?

—Porque lo es…

Es Maestro suspiró. Evidentemente, como a nosotros, las palabras también lo limitaban.

—Recordad la mariposa… Por mucho empeño que pongáis no os entenderá. Si le dices quién eres, ni siquiera te escuchará. Tu pregunta, querido Eliseo, me coloca en la misma situación. Aunque te revelara la verdadera naturaleza de esa “chispa”… no comprenderías. Admite, pues, mi palabra. La presencia divina que te habita es una luz, un destello del Padre… con su propia personalidad. Es, por tanto, una criatura, aunque desgajada del Creador. Y no preguntes más… También Ab-bā tiene sus secretos…

—¿Y cuándo se instala en el ser humano?

—Eso depende de Él… Pero, generalmente, cuando el niño es capaz de tomar su primera decisión moral.

—¿Y le acompaña hasta la muerte?

—Y más allá de la muerte. Recuerda: sois inmortales. El Padre, cuando da, no lo hace a medias…

Eliseo quedó pensativo. Jesús le observó y, sorprendido, exclamó:

—Dilo… Esa es una buena pregunta…

—Pero, ¿cómo lo haces? ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?

El Maestro señaló el blanco y dormido rostro del Hermón.

—Ha llegado mi hora. Tú lo sabes. Aquí y ahora he recuperado lo que es mío…

—¿Qué sucede con la “chispa” cuando alguien mata a su hermano o se suicida?

—Lo más triste y lamentable, no es únicamente que atentes contra la vida, patrimonio exclusivo de la divinidad, sino que, súbitamente, suspendes la labor de la “chispa”. Literalmente: la dejas huérfana…. Con una acción así se demora, no se suspende, la escalada hacia el Padre. Dejadme que insista: sois inmortales. Nadie puede privaros de esa herencia. Ab-bā os la ha entregado por adelantado.

—Está bien, Señor. Te hemos entendido. Todo consiste en descubrir, en buscar a Dios. Pero, ¿qué más? ¿cómo lo materializo?

—Abandónate en sus manos.

—¿Nada más?

—Nada más. Eso es todo. Él se ha sometido a tu voluntad. Él está en tu interior, humilde, silencioso y pendiente de tus deseos de prosperar mental y espiritualmente. Haz tú lo mismo. Entrégate a Él. No seas tonto y aprovecha: abandónate en sus manos. Deja que se haga su voluntad».


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