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martes, 30 de octubre de 2018

Por siempre “Todos los Santos”

Como le ocurriera a Eduardo Galeano, “en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra”. Es lo que siento cuando compruebo hasta qué punto, en los últimos años, se ha puesto de moda en España celebrar Halloween.

La “industria cultural” del gigante norteamericano se ha encargado de difundir por todos los puntos del Planeta, un Halloween que ha perdido su trasfondo espiritual (la palabra Halloween procede de la contracción inglesa All Hallows'Eve que en español significa “víspera de Todos los Santos”) y se ha convertido en una fiesta en la que imperan los disfraces, calabazas, telarañas, brujas, fantasmas, esqueletos, vampiros, zombis…, los sustos y el terror. Se trata de un día que empuja al consumo. Por eso, apoyándose en la necesidad de vender, los centros comerciales y las televisiones le prestan una gran atención y… hemos sucumbido. ¡Qué fácilmente nos convencen!

La tarde del día 31 de octubre los más pequeños de la casa saldrán disfrazados a buscar caramelos y sustos entre sus vecinos y familiares. Además, esta fiesta, “gracias” a los “profes” de inglés, se ha hecho muy popular en la mayoría de los colegios donde muchos niños acuden ese día a clase disfrazados. Digo yo que conocer y estudiar las costumbres de un pueblo, no significa tener que imitarlas y, en modo alguno, adoptarlas. Muchos norteamericanos conocen y estudian, por ejemplo, la Semana Santa andaluza y, sin embargo, no organizan en sus Estados cofradías y hermandades para sacar procesiones a la calle acompañadas, por decir algo, de bandas de cornetas... En cualquier caso, me cuesta entender, con lo que hemos denostado al lobo feroz, que los niños vayan a la escuela con disfraces que inciden en aspectos de horror, miedo, sangre y monstruos. Ahí lo dejo.

Ya por la noche, veremos a nuestros jóvenes y no tan jóvenes asistir a las, cada vez más habituales, fiestas temáticas de Halloween que organizan los locales de ocio aprovechando, por cierto, que el día siguiente es festivo y no se trabaja.

Yo seguiré celebrando el Día de Todos los Santos para honrar y recordar a mis seres queridos que ya no están (“Nadie más muerto que el olvidado”, decía Gregorio Marañón) e iré, mientras pueda, al cementerio para limpiar, adornar con flores y visitar sus sepulturas.

Hoy, desde aquí, reivindico su memoria, que es también la mía, y el recuerdo de un hogar en el que la noche de Todos los Santos se reunía toda la familia en torno a la cena. Y el de una madre, mi madre, que se esmeraba con un menú especial y hacía de postre arroz con leche, gachas dulces y batatas cocidas con miel y canela... Y de un padre, mi padre, que, tras finalizar su trabajo, era maestro confitero, llegaba a casa con dos enooooormes bandejas de buñuelos de viento y huesos de santo. (Si, como cuenta la leyenda, cuando comes uno de estos buñuelos se salva un alma del purgatorio... ¡cuántas almas no habré salvado yo a lo largo de mi vida...!). Y el recuerdo de la ardiente declaración de amor de Don Juan Tenorio a Doña Inés... Y el del suave crepitar de las mariposas de aceite que iluminaban el camino de las almas de los difuntos. ¡Mariposas! Siempre mariposas...

Este año, la tarde del Día de Todos los Santos, volveré a ver la película “Coco”. Siempre ha llamado mi atención la tradición mexicana de El Día de Muertos porque es una celebración no “para” los muertos, sino que invita a celebrar “con” los muertos. Ellos están presentes y no son meramente recordados o conmemorados.

“Para encontrar tu destino debes saber de dónde vienes. Nada es más importante que la gente que amas”.

Como dije al principio, “en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra” y, lo que es peor, no sé si quiero entrar.


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