Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas. Por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía.
Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave.
Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta.
La nota decía: “Estoy ahí fuera”.
Se decía de un santo que, cada vez que salía de su casa para ir a cumplir sus deberes religiosos, solía decir: “...Y ahora te dejo, Señor. Me voy a la iglesia”.
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