Hoy en día sobrevaloramos la independencia, a la que atribuimos un valor de fortaleza emocional. Ser capaces de hacer cosas por nosotros mismos es maravilloso, pero esto no puede llevarnos a dejar de contar con los demás y pedir ayuda.
Pedir ayuda, no nos confundamos, no es ser dependiente y ha sido siempre una forma de cooperar y sobrevivir. Somos seres sociales y nos necesitamos. La humanidad ha sobrevivido gracia a las ayudas mutuas.
Vivimos en una cultura con tintes individualistas en la que relacionamos responsabilidad y madurez con hacerlo todo solos, pero podemos ser personas maduras e independientes a pesar de que necesitemos ayuda o nos dejemos ayudar. La autosuficiencia no nos hace más válidos y no debemos sentir vergüenza ni pensar que dejarse ayudar es aprovecharse de los demás.
Pedir ayuda —delegar, que alguien te eche una mano, pedir trabajo, pedir dinero, pedir tiempo, pedir una oportunidad...— no es una debilidad. Nos da vergüenza, nos sentimos acomplejados al vernos dependientes de la ayuda de otros y nos sentimos fracasados, porque entendemos que una persona adulta tendría que poder resolver sola su situación. Nadie va a pensar que eres tonto o no sabes desenvolverte porque pidas ayuda. El que peor suele juzgarte eres tú. En cualquier caso, tenemos que tener en cuenta que los que no rodean no son adivinos y, si necesitamos ayuda, hemos de pedirla porque nuestro entorno no siempre sabe qué necesitamos. Quien pueda te ayudará, y quien no pueda, te lo dirá.
Aceptar ayuda es un rasgo de humildad. Hay personas altivas, excesivamente seguras, que creen saberlo todo y consideran que los demás pueden aportar poco a su vida. Durante una crisis, se debilitan, pero tratan de enmascarar su inseguridad con conductas de autosuficiencia e incluso con soberbia. Asocian dejarse ayudar con debilidad, vulnerabilidad y pérdida de control. Tal vez sea así. Cuando necesitamos ayuda es porque en ese momento de nuestra vida no podemos con todo, o no tenemos la solución, o necesitamos que nos presten un dinero del que no disponemos. Todos, en algún momento de nuestra vida, necesitamos que alguien nos ayude. En ocasiones, cuesta pedir ayuda, más que por orgullo, para no enfrentarnos a ese “te lo dije” que hace que nos sintamos aún más inseguros y equivocados.
En ocasiones, puede que la ayuda que te estén ofreciendo no te resuelva nada o incluso te incomode, pero la intención de quien la ofrece, aunque no esté acertado, es aliviar tu situación. Piensa desde la benevolencia. La mayoría de las veces, quien trata de ayudarte lo hace desde el aprecio o el amor a tu persona. No busca segundas intenciones. Agradece la ayuda, pero no te sientas obligado a aceptarla. Es mejor ser sincero, aunque pienses que le estás haciendo un feo a quien se ha ofrecido. Mentir, esquivar, evitar, solo incrementará tu malestar. Las personas que te ofrecen ayuda pueden entender que tengas un ritmo distinto. Diles que cuando te veas preparado contarás con ellas.
Pedir ayuda forma parte de la capacidad de adaptación, ese tesoro interno que forma parte de la inteligencia, que tenemos los seres humanos y nos permite evolucionar y ser lo que somos.
- Compartir nuestros problemas
- Comunicación
- Cuenta tus penas y miedos
- Hablemos claro
- Por qué nos cuesta tanto pedir ayuda
No hay comentarios
Publicar un comentario en la entrada