En cualquier tipo de relación, es frecuente que supongamos que no es necesario decir lo que queremos porque los demás saben lo que pensamos. Y entonces, porque nos conocen, harán exactamente lo que nosotros esperamos que hagan. Si eso no ocurre, nos sentimos defraudados. Nos preguntamos: “¿Cómo es posible que haya hecho algo así? ¿Por qué dijo eso? Habla como si no me conociera”. Y así, las suposiciones, los juicios y las emociones que derivan de ellos van creando una situación tensa.
También ocurre que cuando oímos algo y no lo entendemos, elaboramos una teoría para asignarle un significado y después la damos por cierta. Todo esto sucede porque no tenemos el valor de preguntar. Si las preguntas nos las hacemos a nosotros mismos y nos las contestamos desde nuestras propias opiniones y emociones, es probable que nos equivoquemos.
No demos nada por sentado. No hagamos interpretaciones. Preguntemos y escuchemos la respuesta.
Si no entiendes algo, no supongas. Lo mejor es preguntar y ser claro al hacerlo.
Si te comunicas con habilidad tus relaciones serán más satisfactorias.
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