Aproximándose el año 2050, el Señor bajó a la Tierra y así le habló a Noé:
—Dentro de seis meses haré llover cuarenta días y cuarenta noches hasta que todo tu país sea cubierto por las aguas y los malvados sean destruidos. Solo voy a salvarte a ti, a tu familia y a una pareja de cada especie animal viviente en tu patria. Te ordeno que construyas un arca y reúnas a los animales para que en seis meses estén todos aquí, listos para embarcar.
—Pero, Señor... —intentó argumentar Noé, un humilde carpintero de provincia.
—¡Por favor, Noé, haz lo que te digo! —ordenó el Señor—. ¡En este país la perversión, la corrupción y la injusticia han alcanzado un grado intolerable! Las ansias de poder y de riqueza han hecho olvidar a sus habitantes mis enseñanzas. Han dejado de lado el amor al prójimo y el respeto a sus semejantes. ¡Les voy a dar un castigo ejemplar!
—Haré lo que tú ordenas, Señor —dijo Noé, que era un hombre extraordinariamente recto, bueno y piadoso.
Pasaron seis meses, el cielo se oscureció y el diluvio comenzó. El Señor bajó de nuevo y pudo ver a Noé llorando amargamente en la puerta de su casa. No había construido el arca y solo unos pocos animales vagaban alrededor de su humilde vivienda.
—¿Dónde está el arca, Noé? —preguntó Dios.
—Perdóname, Señor —suplicó el pobre hombre—, hice lo que pude, pero encontré grandes dificultades:
Para construir el arca tuve que gestionar un permiso, conseguir que me aprobaran los planos del proyecto y pagar impuestos altísimos. Después me exigieron que el arca tuviera un sistema de seguridad contra incendios y diferentes vías de evacuación, lo que solo pude arreglar sobornando a un funcionario.
Algunos vecinos se quejaron de que estaba trabajando en una zona residencial y perdí mucho tiempo para conseguir la autorización, pues en el Ayuntamiento pretendían una contribución para la campaña de reelección del alcalde. Pero el principal problema lo tuve para conseguir la madera, pues en la Delegación de Medio Ambiente no entendían que se trataba de una emergencia y me dijeron que, según un decreto en el que no se contempla la construcción de arcas, solo había madera disponible para las embarcaciones de mar.
Luego apareció el sindicato que, apoyado por el Ministerio del Trabajo, me exigía dar empleo a sus carpinteros afiliados. Mientras tanto, comencé a buscar a los animales de cada especie y, como no eran para el zoológico, el Ministerio de Agricultura me obliga a rellenar infinidad de formularios y pagar unos impuestos imposibles de afrontar. El Ministerio de Obras públicas, por su parte, me exigió un plano de la zona que se inundaría y cuando les envié un mapa del país, me iniciaron un proceso por desacato.
Por último, El Ministerio de Hacienda consiguió una orden judicial para que la policía entrara en mi casa en busca de facturas para una inspección tributaria y me desbarataron lo poco que había logrado avanzar en la construcción del arca.
Noé acabó su relato y el Señor no dijo nada. Puso su brazo afectuosamente sobre el hombro de Noé y al cabo de unos instantes la lluvia cesó. El cielo comenzó a despejarse. Apareció un sol brillante y un bello arco iris se desplegó sobre el firmamento.
—Señor, ¿significa esto que no vas a destruir a mi país? —preguntó Noé con los ojos esperanzados, aunque todavía llorosos.
—No, Noé —respondió Dios con una mirada comprensiva—, no es necesario: alguien ya se está ocupando de hacerlo...
- Andando se manifiesta el camino
- El temor a lo desconocido
- La carreta vacía
- La gente que me gusta
- La última cena
Dioooosss que cierto es este relato!!!
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