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miércoles, 1 de octubre de 2025

Miríadas de ángeles


Fuente: “Hermón. Caballo de Troya 6” de Juan José Benítez.

En un proyecto secreto, dos pilotos de la USAF (Fuerza Aérea Norteamericana) viajan en el tiempo al año 30 de nuestra era, a Judea, para seguir los pasos de Jesús de Nazaret y comprobar cómo fueron sus últimos días.

Fascinados por la figura y el pensamiento de Jesús de Nazaret, deciden acompañar al Maestro durante su vida pública. Para ello deben actuar al margen de lo establecido oficialmente en la operación denominada “Caballo de Troya”. Jasón y Eliseo, así son conocidos los dos pilotos, retroceden al mes de agosto del año 25 de nuestra era. Buscan a Jesús y lo encuentran en el monte Hermón, permaneciendo con Él durante cuatro semanas.

Todos los días, Jesús se marchaba al amanecer hacia los ventisqueros y solía volver al “campamento” sobre las tres o las cuatro de la tarde. Solo en tres ocasiones Jesús los invitó a que subieran con Él y lo acompañaran. La segunda ocasión fue el día 7 de septiembre del año 25. Llegaron al ventisquero hacia las nueve de la mañana. Jesús se alejó un poco, entregándose a la comunicación con Ab-bā. A mediodía compartieron un frugal almuerzo: miel, queso y fruta.

Sobre las tres de la tarde, Jesús se encontraba orando, en pie, sobre una laja de piedra, cuando al lugar se acercaron una osa con su osezno. Los pilotos, muy preocupados ante la posibilidad de que alcanzaran a Jesús, ante la imprevisible reacción que pudiera tener la osa, decidieron no actuar. El Galileo siguió ajeno a todo. Al final, la osa olió las provisiones de los pilotos, dio buena cuenta de la comida y se alejó con su cría. Hacia las cuatro de la tarde, Jesús abandonó su aislamiento: no se había percatado de nada. Tal era su poder de concentración, su “hilo directo” con Ab-bā.

A raíz del suceso, Jasón se planteó una inquietante cuestión: ¿Jesús se hallaba sujeto, como el resto de los mortales, a los riesgos de la existencia? Jasón conocía su final y sabía que era un Hombre sometido al dolor y a la muerte, pero ¿qué sucedía con las etapas anteriores? “Algo” invisible parecía preservarlo y esa misma noche, tras la cena, se lo expuso abiertamente…

Con el fin de no hacer muy extensa la entrada, he suprimido algunas frases que no influyen en el contenido del texto original.

«Esa misma noche, tras la cena, no pude resistir la tentación y lo expuse abiertamente.

—No temas, Jasón —replicó el Galileo, ratificando mis sospechas—, nada sucede ni sucederá, sin el consentimiento de mi Padre.

Y añadió con aquella seguridad de hierro:

—¡Estoy en las mejores manos! […] La vida es para VIVIRLA. Con mayúsculas… Y yo he venido también para experimentar la existencia humana. Todo ha sido minuciosa y escrupulosamente medido.

Estaba claro.

Eliseo intervino, interpretando las afirmaciones del Maestro “a su manera”, como siempre…

—¿Quieres decir que un ángel te protegió?

—Es más complejo, pero vale…

—Entonces reconoces que los ángeles existen…

Jesús le contempló asombrado.

—¿Cuántas veces tendré que repetirlo? El reino de Ab-bā es un hervidero de vida.

—O sea…, ¡existen!

—Y en tal cantidad —replicó el Maestro— que no hay medida en la Tierra para sumarlos.

—¿Y cómo son?

—¿Por qué no esperas a comprobarlo por ti mismo?

—¡Ah!, entonces lo veré cuando pase al “otro lado”…

—¿Al “otro lado”?

—Ya me entiendes, Señor… Cuando muera.

—El “otro lado”…. Me gusta la definición… Claro, eso es lo establecido.

—¿Tienen alas?

—¿Alas como los pájaros? Si quieres imaginarlos con alas… muy bien. Cuando pases al “otro lado”, como tú dices, te llevarás una sorpresa. Los ángeles con criaturas de luz. Pertenecen a esas “otras realidades” de las que ya te hablé. No disponen de cuerpos físicos. Han sido creados en perfección y no saben de sexos. Son una “realidad” muy parecida a la que os aguarda en el “otro lado”.

—Y si no hay sexo, ¿cómo se divierten?

—¡No seas bruto! —le reproché

—No importa —terció Jesús—. Me gusta su naturalidad… Hijo mío, ahora no estás capacitado para entenderlo, pero hay otros placeres inmensamente más intensos y gratificantes que el sexo. Te garantizo que, en el “otro lado”, no te aburrirás.

Intenté reconstruir la conversación y pregunté:

—Y esos seres de luz, ¿cuidan de los humanos?

—Algunos sí. No todos.

—¡El famoso ángel guardián!

—Los famosos ángeles, Jasón, en plural…

La matización, lógicamente, nos dejó confusos. Y Eliseo lo abordó:

—¿En plural? ¿Cuántos tenemos?

—Esas deliciosas criaturas son creadas siempre por parejas. Son dos en uno. Cada mortal que lo merece, por tanto, recibe un custodio doble.

—¿Y por qué dos?

—Cosas de Ab-bā. Ya sabes que es muy imaginativo…

—¿Cada mortal que lo merece? ¿Qué has querido decir?

—Cuando el ser humano toma la suprema decisión de hacer la voluntad de Ab-bā, una pareja de serafines es destinada de inmediato a la custodia del pequeño Dios. Y lo acompañará hasta la presencia del Padre… y más allá.

—Un momento —clamó el ingeniero desconcertado—. ¿Y qué pasa con los que nunca han querido o, incluso, no han podido hacer suya esa gran decisión?

—Mi Padre, también te lo dije, tiene otros métodos y caminos. El Amor no distingue.

—Veamos —intervine—, ¿quiere eso decir que una mente subnormal, por ejemplo, se halla indefensa?

El Maestro, leyendo en mi corazón, se apresuró a negar con la cabeza. Adoptó un tono más grave y aclaró:

—No, hijo mío. Esas criaturas son especialmente cuidadas por los ángeles al servicio de Ab-bā.

Y subrayó con énfasis.

—¡Especialmente!

—En otras palabras —aventuré—: nadie queda sin protección.

—Querido Jasón, el día que descubras hasta dónde llega el Amor del Padre, esa reflexión te llenará de sonrojo.

—Pero, Señor, no entiendo. Si toda criatura humana es guardada y vigilada, ¿qué significado tiene esa pareja de ángeles que aparece cuando se toma la decisión de hacer la voluntad de Ab-bā?

—Muy sencillo. Te dije que el Amor es dinámico. Si tú prosperas, el Amor prospera…

—Entiendo —resumió Eliseo—. Esa pareja “extra” es un lujo…

—Dios es un lujo. Un continuo e inagotable lujo…

—Y tú, Señor, como ser humano, ¿cuántos ángeles tienes a tu lado?

El galileo, divertido, miró a su alrededor y, señalándonos, dijo:

—Solo veo dos…

No insistimos. Esta clase de “respuestas” marcaba casi siempre un punto final en el asunto que manejábamos. Algunos de los temas que salían a la luz no eran satisfechos por el Maestro como hubiéramos deseado. Recuerdo que una vez, en plena vida de predicación, me atreví a interrogarlo sobre el particular y Él, afectuoso, colocando las manos sobre mis hombros, sentenció.

—Mi querido ángel, la revelación es como la lluvia. En exceso solo trae problemas. Dejadme hacer…».


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