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domingo, 2 de octubre de 2011

Mi Ángel guardián


  “Ángel”. Sarah McLachlan.

Ayer, al mirar el calendario, llamó mi atención que hoy, día dos de octubre, se celebra el día de los Santos Ángeles Custodios.

Desde niña, he presentido a mi Ángel guardián al que hablaba en algunas ocasiones. De alguna manera, siempre me sentía escuchada, pero él permanecía en silencio.

Ahora que ya no presiento, sino que me siento acompañada y tutelada por él, sigo hablándole y, lo más importante, estoy aprendiendo a escucharlo. Voy de sorpresa en sorpresa.

De momento, ni siquiera puedo imaginar al bello ser de luz que está junto a mí por voluntad de Dios y del que ahora sé que, a pesar de su perfección, me admira porque Dios está en mí.

Él es el responsable de que yo ya no crea en la casualidad.

Sé que estará conmigo hasta que muera y custodiará mi alma y mi memoria hasta que “despierte”. Algún día lo conoceré, o mejor, lo reconoceré y en su momento, tal vez, iniciemos juntos otro largo camino.

En este día, quiero dedicar esta entrada a mi Ángel guardián y a todos los Ángeles guardianes de todos los universos, con toda la admiración que, como ser humano, me es posible.

LA VISIÓN DEL GUARDIÁN

El periodista, investigador y escritor español Juan José Benítez, en su libro “El testamento de San Juan” (1989), dedica un interesante y bello capítulo al Ángel guardián.

Juan José Benítez

La ciudad de los cielos

«… Antes debes conocer al que vela por ti. Abre tus ojos a la visión de Dios y escribe».

Y esto fue lo que vi: de la ciudad de los cielos vi partir un águila. Y su cabeza era de hombre. Y sus cabellos blancos como las nieves del Hermón y su faz como esculpida en piedra. Y arrebatándome me condujo a la Montaña de Dios. Y allí vi al Gigante. Era como dos hombres y vestía también de blanco. Y su rostro parecía como el granito y su ceñidor no era de piel, sino de estrellas. Y conté seis estrellas en torno a su cintura. Y en mi visión escuché la voz del Gigante que decía:

«Yo soy el que vela por ti. Yo soy tu guardián. Ahora me ves para que creas. Siempre estuve a tu derecha y a tu izquierda, aunque sólo me presentías. No te acompaño por mi voluntad, sino por la voluntad del que te ha creado. Y así es con cada uno de los hombres. Él, en su infinita sabiduría, no os ha dejado huérfanos. Llegamos a vuestra vida en silencio y así partimos de ella. Pero somos tan ciertos y reales como la tierra que pisas».

Y de su cinto partió una primera estrella y al verla frente a mis ojos quedé como muerto. Entonces vi un sexto de mi vida. Y esto fue lo que vi y escuché. Vi un sexto de mi niñez y un sexto de mi juventud y un sexto de mi madurez y un sexto de mi ancianidad. Y en todos me vi acompañado del Gigante que me hablaba. Y esto fue lo que dijo:

«Yo preservo tu vida material. Yo he velado tu enfermedad y tu dolor. Yo he viajado y viajo a tu lado, apartando al enemigo y suavizando tus errores. Es el amor del Padre, a través de mi mano, a quien debes el alimento que recibes y el descanso que precisas. ¡Dichosos los que saben de este sencillo principio! ¡Dichoso aquel que se siente acompañado por su ángel guardián! Nada podrá temer. Nada le faltará. Nadie ni nada truncará su existencia antes de lo previsto. Yo sé de tus necesidades materiales antes de que tú mismo las descubras. Y yo las concedo por mediación del Padre. Yo estoy junto a ti, en lo bueno y en lo malo. Mi tutela es permanente. Yo te conduzco a través de los acontecimientos de la vida. Mi nombre es “custodio” pero los hombres, en su ignorancia, me llaman “casualidad”».

Yo preservo tu pensamiento

Vi después como la segunda estrella volaba hacia mí. Y caí como muerto. Entonces vi otro sexto de mi vida. Y el Gigante que me guarda dijo:

«Yo preservo tu pensamiento. En la niñez, yo guío los pasos de tu inteligencia. Yo soy el conocimiento y la ciencia que te salen al paso en tu juventud. Yo dispongo el orden de tus ideas en la madurez y yo preparo tu mente en la ancianidad. Yo recibo el nombre de “inspiración”, aunque sólo soy un guardián de la sabiduría divina. Es el amor del Padre, a través de mi mano, a quien debes tu ciencia y tu saber. Yo me limito a conducir y a satisfacer tu curiosidad. Yo me limito a responder a tu insatisfacción intelectual. Pero los hombres, en su ignorancia, me llaman “inteligencia”».


Yo preservo tu voluntad

Y en mi visión vi llegar hasta mi rostro la tercera de las estrellas del ceñidor del Gigante. Y caí como muerto. Y ante mí apareció un sexto de mi niñez y un sexto de mi juventud y un sexto de mi madurez y un sexto de mi ancianidad. Y en todos me vi acompañado del Gigante que me guarda. Y el Gigante dijo:

«Yo preservo tu voluntad. Yo la defiendo de la voluntad de los demás y la hago fuerte. Yo aliento tu tenacidad. Yo estoy a tu derecha y a tu izquierda en la flaqueza y en el triunfo. Yo soy el espíritu que anima tus proyectos y esperanzas. Yo dispongo los obstáculos y los retiro. Yo soy quien siembra de espinas tu camino. Yo, como mediador del Padre, quien te desafía en la soledad y quien te sostiene en el fragor de la batalla de la tentación. Mi nombre es “coraje” pero los hombres, en su ignorancia, me llaman “suerte”».

Yo preservo tu bondad

Y la cuarta estrella cayó sobre mí y mis ojos se nublaron. Y vi un cuarto sexto de mi vida. Y en ellos, como en los anteriores, yo no estaba solo. Y el guardián dijo:

«Yo preservo tu bondad. Yo la corrijo en tu niñez y la preparo para la juventud. Yo salgo a tu paso con el ropaje del despojo y de la ruina humanos. Yo mido tu bondad. Yo la templo y la contengo. Yo soy el guardián que, por mediación del Padre, aliento la generosidad del joven, la tolerancia del anciano y la resignación del agonizante. Yo dispongo la riqueza para el que más entrega y la carencia para el que sólo guarda. Yo estoy a tu derecha y a tu izquierda en la aflicción de los demás y mido tu aflicción. Yo soy la ira que mide tu ira. Yo soy el beso que espera y la ternura que mide tu ternura. Recibo entonces el nombre de “desinterés”, pero los hombres, en su ignorancia, me llaman “altruismo”».

Yo preservo tu amor

Vi después al Gigante y lanzó sobre mí su quinta estrella. Y quedé como muerto. Y en mi visión vi el quinto sexto de mi vida. Y el guardián de mí mismo dijo:

«Yo preservo tu amor: la moneda divina que te ha sido encomendada. Yo me encargué de que no lo perdieras en tu niñez. Yo lo desvelé en lo más íntimo de tu corazón de joven. Yo te salí al encuentro en los hombres y en las mujeres. Yo lo he recibido de ti y sólo al final te lo devolveré. Yo soy la brasa que lo enciende. Y esa brasa sigue viva, a pesar del desamor que yo también provoqué. Yo, tu guardián, he dorado tu amor en la vejez y asisto complacido a su sublimación. Yo, por expreso deseo del Padre, he trazado los múltiples senderos que tú, después, has elegido para amar. Yo he soportado tu infidelidad y te he visto renunciar por amor. Yo te he abierto los ojos al universo y sé de tu amor por todo lo creado. Yo llevo las cuentas de tu entrega y de los talentos que el Padre te ha ofrecido. Mi nombre es Dios, pero los hombres, en su ignorancia, me confunden con la “pasión”».

Yo preservo tu inmortalidad

Y la sexta y última estrella me deslumbró. Y caí como muerto a los pies del Gigante. Y el guardián dijo:

«Yo preservo tu inmortalidad. Yo custodio tu más preciado bien. Y se halla ante tus ojos desde el principio. Yo, por expreso deseo del Padre, he recurrido a tu inteligencia, a tu voluntad, a tu bondad y a tu capacidad de amar para que lo descubras. Y he esperado pacientemente este momento. Ahora ya lo sabes. Ahora es tuyo. Ahora ya sabes de tu patrimonio: eres hijo de un Dios. Eres eterno. Eres mi hermano. Eres Dios».


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