Mañana, 19 de marzo, se celebra el bicentenario de la promulgación en Cádiz de la Constitución de 1812 que es conocida popularmente como “La Pepa” por celebrarse ese día la festividad de San José. Considerada como un baluarte de libertad, es uno de los textos jurídicos más importantes de España por cuanto sentó las bases de constituciones posteriores.
Desde 1808 a 1814 van a ocurrir en España dos importantísimos acontecimientos que abren el camino de su Historia Contemporánea.
De un lado se produce el alzamiento popular contra la invasión francesa, que dará origen a la Guerra de la Independencia. La invasión se había producido con el pretexto del paso de tropas francesas por España, en virtud del tratado hispano-francés de Fontainebleau, para la conquista de Portugal, cuya ocupación necesitaba Napoleón para llevar a cabo el bloqueo de Inglaterra. Las tropas francesas, al tiempo que se dirigían a Portugal, se situaban en los puntos más estratégicos de España. Napoleón había matado dos pájaros con el mismo tiro: Portugal y España estaban bajo control de sus tropas.
De otro, tras las vergonzosas renuncias de Carlos IV y Fernando VII al trono de España, conocidas como las abdicaciones de Bayona, en favor de Napoleón Bonaparte, éste nombra rey de España a su hermano José que reinó con el nombre de José I y al que los españoles consideraron un rey intruso. Ante la ausencia de un poder auténtico, se formaron Juntas Provinciales que sirvieron de base, sucesivamente, a una Junta Central, a un Consejo de Regencia y a unas Cortes encargadas, primero, de soslayar los problemas que el país tenía planteados y de protagonizar, después, la revolución española que culminaría en la Constitución liberal de 1812.
Así pues, se superponen dos planos en la vida española: el militar, con la Guerra de la Independencia, y el político repartido entre la Corte de José I y el naciente liberalismo de Cádiz. Dos planos que coexisten: la masa popular lucha contra el invasor, defiende la independencia, desea el regreso de su rey y apenas se preocupa de más. En cambio, la minoría de ilustrados reformistas, o bien admiten al intruso, viendo en él la posibilidad de introducir en España las conquistas de La Revolución Francesa, o bien hacen nacer en las Cortes de Cádiz el liberalismo español.
Parece ser que José I quiso reinar de buena fe e incluso apartarse en lo posible de su hermano, pero la oposición del pueblo español y los acontecimientos bélicos se lo impidieron. Sus puntos de apoyo para gobernar fueron la Constitución de Bayona (hecha sobre la base de un proyecto de Napoleón y aprobada por unas Cortes celebradas en aquella ciudad) y la colaboración de los llamados “afrancesados” que veían en la monarquía instaurada el mejor instrumento para llevar a cabo en España las mejoras de la revolución. Junto a estos afrancesados de buena fe, odiados por los patriotas en los campos de batalla y por los liberales de Cádiz, hubo hombres que se afrancesaron por puro oportunismo. La obra de estos hombres de la Corte de Bonaparte apenas trascendió.
Tras la derrota de Ocaña, la Junta Central huyó al sur, refugiándose en la isla de León y más tarde en la inexpugnable Cádiz. Allí la Junta de disolvió dando paso a un Consejo de Regencia y a una convocatoria de Cortes.
El primer problema para las nuevas Cortes fue el poder contar con diputados de todo el país que estaba dominado por los franceses. Los que no pudieron llegar fueron sustituidos por suplentes que residían en Cádiz, ciudad en la que predominaba un espíritu liberal y progresista.
El segundo problema fue la variedad ideológica de los diputados en los que se pueden distinguir tres grupos: los conservadores, partidarios del Antiguo Régimen; los renovadores, deseosos de reformas acordes con la tradición y los innovadores, que pretendían construir un nuevo país gobernado por un régimen liberal tal como el de Francia tras la Revolución.
La presencia de los diputados suplentes y el descrédito de la política tradicional hicieron que predominasen los dos últimos grupos y, sobre todo, el de los innovadores. Por ello no puede extrañarnos que las Cortes de Cádiz dieran como resultado la Revolución liberal española.
El 24 de septiembre de 1810 se inauguraban las Cortes en la isla de León. Su obra puede dividirse en dos apartados: el legislativo y el constituyente.
La obra legislativa supuso el desmantelamiento del Antiguo Régimen. Fueron abolidos los privilegios señoriales, la Inquisición, las prebendas de la Iglesia, los gremios, se proclamó la libertad de imprenta y de industria, etc.
En el aspecto constituyente, el resultado fue la Constitución proclamada solemnemente el 19 de marzo de 1812. Es, si prescindimos de la de Bayona, la primera de las constituciones liberales españolas y también la más extensa, con sus 384 artículos. Junto con su extremado detallismo, es idealista y en ocasiones ingenua. De aquí que a pesar de su gran belleza formal y de su fama, extendida en su tiempo por Europa y América, haya sido históricamente poco aplicable y haya tenido, las tres veces que se ensayó (1812/1814, 1820/1823 y 1836/1837), una corta vida.
La Constitución de 1812 consagra el principio de soberanía nacional y la división de poderes con un cierto predominio del legislativo –las Cortes– sobre los otros dos. El régimen parlamentario se concreta en una sola cámara elegida por sufragio indirecto. En ella se reconoce a la Monarquía como sistema de gobierno, aunque se reducen las funciones del rey, y se acepta el catolicismo. Se establece una administración única y una sola contribución que han de pagar todos los españoles en la medida de su capacidad y al lado del Ejército, defensor de la patria frente al exterior, se funda la Milicia Nacional, defensora del régimen –el liberalismo- en el interior.
Las clases populares que habían llevado a cabo el levantamiento, se mantenían completamente al margen de esta elaboración doctrinal. La palabra “constitución” no tenía, todavía, sentido alguno para una inmensa mayoría (94% de analfabetos en 1803) que encuentra natural que el rey mande y los demás obedezcan. Estas clases populares confían mucho más en “el Rey” que en una minoría intelectual que no va a sentir la necesidad de integrar a un pueblo de analfabetos en la comunidad política que pretende edificar. Para el pueblo español el levantamiento tenía un sentido claro: echar a los franceses y reponer en su trono a Fernando VII para que volviera a mandar.
La revolución hundía sus cimientos en la arena por la escasa consistencia de nuestra burguesía y por el mutuo desconocimiento entre clases intelectuales y clases populares.
Salvando las distancias, hoy igual que ayer...
El 14 de septiembre de 1813 se cerraban las Cortes de Cádiz. Poco después terminaba la Guerra de la Independencia y, liberado por Napoleón, regresaba a España Fernando VII en marzo de 1814. El 4 de mayo de 1814 apoyado por la adhesión popular, el deseo de algunos políticos y la lealtad del ejército, Fernando VII protagonizó un auténtico golpe de estado derogando la obra de las Cortes gaditanas.
Estupendo resumen del interesante momento histórico en torno a la promulgación de la Constitución de 18012. Un análisis sencillo y claro de las tendencias políticas de aquel momento.
ResponderEliminarEl carácter claramente progresista de "la Pepa" tuvo también sus puntos oscuros. Frente a la esclavitud se mostraba ambigua y la autorizaba en las colonias de Cuba y Filipinas, en un momento en que los movimientos abolicionistas comenzaban imponerse a nivel internacional. Claro que los norteamericanos, tan liberales y tan demócratas, la mantuvieron hasta casi final del siglo.
Un artículo muy acertado.
Saludos.
Gracias por tu comentario.
ResponderEliminar… Y para qué vamos a hablar del papel de la mujer.
Cuando la Constitución de 1812 establecía el derecho al sufragio universal se refería solamente al voto masculino.
En España la mujer no alcanzó sus derechos electorales hasta 1931.
Saludos.