La primera mitad de las vacaciones de Semana Santa, unos cuatro días, suelo ir a la playa buscando, sobre todo, descansar y recargar energía con esa terapia sanadora que recibo con tan solo ver el mar y respirar su aire.
Por las tardes, a veces, me acerco a la ciudad de Almería. El pasado lunes, fui a ver la salida de la procesión de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Pasión, un Nazareno que, con la cruz a cuestas, cae por tercera vez.
Cada cual vive este tipo de manifestaciones a su manera y yo, a pesar de sus connotaciones religiosas, no las vivo desde el punto de vista espiritual. Sin embargo, disfruto de esta antigua tradición, que cada año acompaña al “estallido” de la primavera, de un pueblo al que siento que pertenezco porque en él están mis raíces.
Disfruto de la belleza, casi siempre barroca, de algunas de sus imágenes paseando por las calles, mecidas al compás de las marchas procesionales interpretadas por las bandas de música; del “quejío” de las saetas; de los relieves y esculturas de sus tronos dorados, plateados o tallados en nobles maderas; de los minuciosos trabajos de orfebrería de sus enseres; de las filigranas bordadas en sus terciopelos, sedas, rasos...; de los delicados encajes; de la explosión de aromas de sus adornos florales, de la cera ardiendo, del incienso... entremezclados con el olor a lilas y azahar; de las torrijas y de los dulces, herencia andalusí, hechos a base de almendras y miel… y, sobre todo, disfruto de la gente. Gente que se apasiona, que llora y que reza.
Pero vuelvo al lunes santo, a la puerta de la iglesia de Santa Teresa desde la que salen las imágenes de la Hermandad de Pasión de Almería. No me gustan las aglomeraciones, pero son inevitables. Son las seis y media de la tarde. Una joven, bien parecida, se abre paso a empellones entre la multitud llevando en una silleta de bebé a un niño de unos tres o cuatro años. No tardó en formarse un altercado: al parecer la joven, que estaba bebida, drogada, o ambas cosas, comienza a insultar a las personas que le impiden el paso. En un lamentable estado, coge a su hijo en brazos y algunas personas, temiendo por la seguridad del niño, la increpan para que lo suelte. Ya en el suelo, para nuestra sorpresa, el pequeño, que tiene un aspecto cuidado y saludable, empieza a “defender” a su madre, amenazándonos con su puño cerrado. Su gesto agresivo y desafiante acompaña a la expresión de odio de sus ojos.
Alguien ha avisado a la policía municipal. Acuden dos parejas y es entonces cuando el niño se abraza fuertemente a su madre y le dice, ¡sin una lágrima!, que está asustado…
En ese momento, Jesús, el Nazareno, atraviesa la puerta de la iglesia y sale a la calle. La emoción me embarga y sobrecoge. Ese niño y su madre han conmovido lo más profundo de mi alma desde donde aflora una ¿certeza? que Juan José Benítez expone en muchas de sus obras sobre Jesús de Nazaret:
Jesús no fue crucificado por nuestros pecados, no se encarnó en la Tierra para redimirnos. ¿Redimirnos o liberarnos por nuestros pecados contra Dios? Ofender al Padre desde los mundos del tiempo y del espacio es inviable. ¿De qué podría redimir el Hombre-Dios a un niño pequeño?
Se encarnó, entre otras razones, para borrar la oscuridad mental de un tiempo y de futuros tiempos y refrescarnos la memoria: Todos somos hijos de un mismo Dios, y por tanto, hermanos y hemos recibido el inviolable patrimonio de la inmortalidad, es decir, nacemos con la salvación. Dios es un Padre amoroso que no necesita leyes escritas, ni prohibiciones, ni castigos; que no lleva la cuenta de nuestras obras y al que podemos hablar de tú a tú. Nadie escapa al amor de Dios. Nadie puede ofender a Dios. Somos los humanos los que nos empeñamos en salvar y condenar.
…Y el Nazareno comienza su recorrido por las calles de Almería.
El Hijo del Hombre vivió su propia experiencia en el tiempo y el espacio, una experiencia única, irrepetible e intransferible (como todas). Fue Él quien seleccionó un territorio y una época concretos (como todos) y vivió conforme a esos parámetros terrenales. Como esa joven madre, como ese niño pequeño…
No debemos imitar a Jesús de Nazaret. Nosotros vivimos en otros tiempos y en otros escenarios. Debemos amarlo y aceptar la servidumbre de nuestro propio “contrato” , que no es poco…
Creo no haberlo mencionado. Como en muchas otras ocasiones, fui a Almería acompañando a mi marido que es un apasionado de las procesiones de Semana Santa. Él, dada su afición por los belenes y las procesiones, dice de sí mismo, con gran sentido del humor, ser tonto de “nacimiento” y tonto de “capirote”. Me gustaría mostraros las maquetas de tronos o pasos que ha hecho con diferentes escenas de la Pasión. La música del vídeo es la marcha procesional “La Madrugá” de Abel Moreno Gómez.
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