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lunes, 14 de marzo de 2022

El diente de león

No se me ocurre una entrada mejor para volver a empezar. Siempre a mi lado.


 “I will always love you” (“Siempre te querré”). Dolly Parton.

Autora: Estefanía Esteban López (Fanny Tales).

Laura soñaba desde muy pequeña con ser pintora y poder atrapar el cielo. Antes de echar a andar, aprendió a pintar. Era su manera de correr sin moverse. Porque pintando, podía viajar y si cerraba los ojos, podía ver colores que solo existían en su mente.

Laura lo pintaba todo: pintaba en las hojas, en el suelo, en la pizarra que le compró su madre, en las servilletas de papel y hasta en la pared, porque para ella era un lienzo enorme que la llamaba por su nombre.

También pintaba en las baldosas de la calle, con tizas de colores que se llevaba el agua de la lluvia. Y en la arena, solo necesitaba un palo para crear un castillo rodeado de estrellas.

Así que a nadie le sorprendió que con tres años cogiera los pinceles y jugara a ser Velázquez. Ni que con cuatro quisiera apuntarse a clases de dibujo.

A Laura le encantaba pintar arcoíris. Los pintaba en todos sus dibujos, porque adoraba los colores. También le gustaba pintar flores, escuchar al viento y contemplar las nubes. Y cada año esperaba impaciente la llegada de la primavera, porque con ella llegaba su flor favorita: el diente de león.

Laura soplaba con todas sus fuerzas para pedir un deseo. Y luego observaba cómo se lo llevaba el viento al país de los deseos, un lugar muy lejano en donde imaginaba que alguien los iba archivando para que no se perdieran.

Soplaba un diente de león, y otro y otro más. Un año y otro año. Y siempre pedía el mismo deseo.

Cuando aprendió a escribir, con cinco años, apuntó el deseo que pedía a los dientes de león en una hoja y lo guardó en una cajita.

–Seguro que pide ser una gran pintora de mayor –pensaba su madre.

Pasaron los años y Laura siguió pintando arcoíris, flores y montañas. Y pidiendo deseos. Hasta que se hizo mayor y empezó a pintar cuadros y más cuadros.

Sin saber muy bien cómo, de pronto se vio organizando su primera exposición. Su madre estaba orgullosa de ella y Laura, muy nerviosa.

Todo salió perfecto y vendió tres cuadros. Uno de ellos, de un diente de león al atardecer, en primavera.

Su madre recordó la pasión de su hija por esa flor y los deseos que cada año le pedía.

–¡Se ha cumplido tu deseo! –le dijo.

–Sí –contestó ella.

Y tras la inauguración de la exposición, cada una se fue a su casa.

La madre de Laura se acordó de la cajita de los deseos y la buscó en el trastero. Allí estaba: era una caja pequeña, con forma de corazón y el nombre de su hija escrito por ella, con las letras en minúscula menos una A en mayúscula. Así: “lAura”. Y sacó el papel donde había apuntado su deseo.

A la madre de Laura se le escapó una lágrima de emoción. Se había cumplido su deseo, pero no era el que ella pensaba. Guardó la nota y en ese momento se sintió la persona más feliz del mundo.

La nota decía, con letra infantil: “Deseo que cuando sea una pintora famosa mi madre esté a mi lado”.


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