La vida ni es justa ni lo será. Uno de los errores que muchos cometemos es que sentimos lástima de nosotros mismos, o por otros, al pensar que la vida debería ser justa, o que algún día llegará a serlo. La lástima es una emoción derrotista que no beneficia a nadie.
Reconocer que la vida no es justa puede resultar muy liberador, pues, cuando lo hacemos, lo que sentimos por nosotros mismos y por los demás es compasión, una emoción profunda que transmite afecto y bondad a todas las personas que la sienten y nos impulsa a hacer las cosas todo lo mejor que podamos con lo que tenemos.
Reconocer que la vida no es justa nos recuerda que a cada uno se le reparten cartas diferentes, y que la naturaleza y las circunstancias de cada cual son distintas. Nos ayuda a enfrentarnos a nuestros propios conflictos personales en los momentos en los que nos sentimos injustamente tratados o a las difíciles decisiones que hemos de tomar acerca de a quién podemos ayudar y a quién no. Casi siempre nos hace regresar a la realidad y nos devuelve el equilibrio
El hecho de que la vida no sea justa no significa que no debamos hacer todo lo que esté en nuestro poder para mejorar nuestras existencias. Muy por el contrario, eso es lo que deberíamos hacer. Cuando dejemos de sentir lástima, tal vez deseemos hacer algo provechoso.
Por sí misma, la vida no tiene por qué ser perfecta; que lo sea o no, depende únicamente de nosotros.
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