En una sociedad donde reina la prisa, la interacción digital y la falta de tiempo, muchos creen que ser amable está en desuso. Así, por ejemplo, nos cuesta trabajo pararnos para saludar a alguien con calma y preguntarle por la salud.
Una persona amable, según la RAE, es “digna de ser amada, afable, complaciente y afectuosa”. (¡Ahí es “ná”!).
Ser amable significa ser capaz de transmitir cordialidad y simpatía, dignificando a los demás. Las personas amables facilitan la convivencia y la hacen más agradable.
La amabilidad, aparte de mejorar nuestras relaciones, genera endorfinas que, a su vez, reducen los niveles de cortisol —hormona del estrés y de la ansiedad—, y aumentan las oxitocina —hormona del amor y de la confianza—.
La oxitocina, además de ser la hormona encargada del parto y la lactancia, se encuentra en la base de dos fenómenos primordiales de la vida emocional: la confianza y la empatía. Por tanto, es una herramienta clave en las relaciones sociales y en la manera que tenemos de interactuar con otros.
Ser amable, activa la oxitocina y mejoran la hipertensión y los problemas cardiovasculares, bajan los niveles de colesterol y disminuye la sensación de dolor.
Cuando la oxitocina está elevada, la amígdala del cerebro, zona encargada del miedo, se desactiva; por lo tanto, la ansiedad, la angustia, las obsesiones y los pensamientos negativos disminuyen en intensidad.
Todos estos efectos nos conducen a una sensación de equilibrio y bienestar interior.
Existen personas cuya amabilidad parece ir insertada en sus genes, casi no precisan esfuerzo porque es algo que les sale de forma natural. Sin embargo, hay personas que tienen dificultad para ser amables, afectuosas o cercanas. Estas últimas, deben practicar poco a poco porque hay que evitar resultar falsos; pocas cosas generan más rechazo que la sensación de hipocresía o simulación.
Tampoco conviene confundir amabilidad con ingenuidad o buenismo. Ante un ataque, un rechazo, una agresión, hay que saber separarse, distanciarse y ser conscientes del daño recibido. Si una persona no sabe medir el grado de amabilidad que desprende, puede acabar convirtiéndose en víctima de alguien que la use o manipule. Hay gente que se aprovecha de manera escandalosa de las personas amables.
Pon más atención a tus relaciones con la familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos... Intenta generar un vínculo más agradable y que tu relación sea más cercana. Invierte en las personas. Ofrece tu presencia y ayuda reales. (No vale un “para cualquier cosa que necesites…” vacío de contenido).
Prueba a ser amable. Hay mucho en juego. Si te lo propones de verdad, eres capaz de alterar tu cerebro, tus emociones y tu bioquímica.
En una sociedad que tiende a la soledad y al aislamiento, busca salir de ti mismo. Tu vida se mide no por lo que recibes, sino por lo que das.
- El poder de las palabras
- La buena educación
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- Medidas para mejorar la convivencia
- ¡Oxitocina, por favor!
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