Llegó la edad de casarse del joven emperador, y los emisarios reales esparcieron la voz por todo el imperio para que acudieran todas las jóvenes casaderas, para elegir entre ellas a la más bella y más honesta.
Cuando Deisy, la pastora, escuchó el pregón de los emisarios, decidió ir. Estaba segura de que no sería seleccionada, pero al menos tendría la oportunidad de ver al joven emperador y estar junto a él unos minutos.
El día elegido, la plaza se llenó de jóvenes bellísimas, cuyos corazones latían ansiosos con la esperanza de ser la elegida.
Seguido de su séquito, se presentó el joven emperador y le entregó a cada joven una semilla.
–A cada una se le ha entregado la semilla de una flor. Son semillas de flores muy variadas. Siembren y cultiven la semilla y vuelvan aquí dentro de un año. La que consiga las flores más bellas, será la elegida.
Deisy apretó la semilla en su mano y sintió que latía como un pequeño corazón.
La sembró en su maceta predilecta en la que colocó la tierra más fértil, la abonó con el mejor estiércol de sus rebaños, la regó con el agua más pura de las cascadas de la montaña, pidió el consejo de los campesinos más sabios, pero nada. La semilla nunca germinó. Aun así, el día indicado, decidió presentarse con su maceta vacía frente al joven emperador.
La plaza parecía un inmenso jardín con todas las flores maravillosas que llevaban las demás jóvenes. El joven emperador las fue observando una por una con admiración y asombro. Cuando vio la maceta vacía de Deisy, sus ojos se iluminaron y le dijo con cariño:
–Tú eres la elegida para ser mi esposa. Eres bella, pero además tienes una virtud que les falta a las demás: Eres honesta y sincera. A todas les entregué una semilla estéril de la que era imposible cosechar nada.
Hijo de la tribu
Llegó el muchacho a la pubertad y, para ser aceptado como miembro de la tribu, tenía que pasar una serie de pruebas. Humildemente, se presentó ante el Consejo de Ancianos.
–Ve a la selva, solo y sin armas –le dijeron–. No regreses hasta que veas y seas visto por un león, una serpiente y un elefante. Mientras estés en la selva, no podrás comer ni beber nada. Si regresas sin pasar la prueba, te seguiremos todos tratando como a un niño y no podrás ser guerrero ni tener una familia.
No le costó mucho encontrar al león y la serpiente. Se acercó a ellos con sigilo y no tuvo la menor duda de que ellos también le habían visto. Pero por ningún sitio aparecía un elefante. Por varios días y noches anduvo y desanduvo todos los caminos de la selva y la sabana buscando en vano a un elefante. Su estómago crujía de hambre y sus labios resecos eran una herida de sed. Pero desechó las invitaciones de las torrenteras y de los jugosos frutos que le invitaban a quebrar la prueba.
Cuando ya no podía más y estaba a punto de desfallecer, decidió regresar al poblado. Volvía derrotado, con un dolor inmenso que le pesaba en el pecho más que el hambre y la fatiga.
–Lo intenté con todas mis fuerzas, les juro que lo hice, pero no conseguí ver ningún elefante –les dijo a los ancianos con voz entrecortada.
Entonces, ellos le abrazaron emocionados.
–Desde este momento, eres uno más de nosotros, un verdadero miembro de la tribu. Era imposible que pudieras ver un elefante porque previamente los habíamos espantado muy lejos de nuestra comarca. Para nosotros, más importante que ser valiente, es decir siempre la verdad.
Hoy no es importante decir la verdad, sino llamar la atención. La persona honesta, de principios sólidos, se percibe como alguien peligroso e intolerante.
Vivimos tiempos de un total relativismo ético, en los que se impone la moral acomodaticia del TODO VALE y del SOLO VALE (si me produce ganancia, bienestar, beneficio, poder…).
Si mintiendo y engañando logro mis objetivos, está bien. El fin justifica los medios. Se valoran las apariencias, los envoltorios, las riquezas, sin importar el modo en que han sido obtenidas. La corrupción se ha transformado en una forma aceptada de vida. La virtud ya no consiste en no robar, sino en saber robar sin dejar huellas.
Nada mejor para encubrir las irresponsabilidades y las mentiras que culpar a otro. El ladrón, el corrupto y el mentiroso rasgan sus vestiduras y se presentan como víctimas acusadas injustamente y utilizan todo su poder para castigar al que se atreve a acusarles. El cinismo se presenta como una virtud fundamental.
Escasean las personas capaces de responsabilizarse, es decir, de responder por sus actos sin importar las consecuencias.
En este contexto, se hace más necesaria que nunca una profunda educación ética, de modo que las personas puedan asumir sus responsabilidades, afianzar sus vidas sobre los valores esenciales y contribuir con su conducta a la gestación de un mundo mejor.
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