El enfado es una emoción normal que todos los seres humanos poseemos. Esta emoción suele enviar sangre a las manos, porque el primer impulso que genera es el de pelear, pero también puede llevar sangre a los pies, en el caso de querer huir. No es malo sentir el enfado, pero si no lo utilizamos en el lugar y momento correctos, terminaremos desperdiciando nuestra vida. El enfado se torna patológico o tóxico cuando es muy frecuente, muy intenso, dura mucho tiempo o conduce a la violencia.
¿Conoces alguna persona que está constantemente peleando, que hace de la pelea una forma de vida? Cuando tenemos que entablar trato o una conversación con una persona de este tipo, solemos preguntarnos: “¿Cómo se habrá levantado hoy?” “¿De qué humor estará?” Porque de acuerdo a ello, responderá y se relacionará con los demás. Son personas amargadas que no solo se amargan la vida a sí mismas, sino que entorpecen las relaciones con los demás.
La mayoría de las veces, son personas que reconocen sus límites, pero los viven con impotencia. No tienen recursos para controlar las situaciones y con su enfado, pretenden impedir que el otro reaccione, es decir, silenciarlo. En definitiva, estallan con sus emociones para alejar a los demás. Con su comportamiento, estas personas transmiten el siguiente mensaje: “Aléjate de mí porque sé que tengo límites y, como no los soporto, lo que hago es estallar con mi enfado”. Gritan, discuten y se pelean con quien tengan a mano. Pasan más tiempo discutiendo y peleando que disfrutando de la vida.
Hay personas a las que nunca vemos enfadadas porque se guardan, se “tragan” el enfado. Guardar el enfado dentro de nosotros con el tiempo genera enfermedades. Llegará un momento en que el cuerpo segrega sustancias químicas que literalmente pueden llegar a provocar, por ejemplo, severas úlceras gástricas. Otras personas, al contrario, piensan que es bueno para la salud expresarlo todo y gritar. Esto es falso. La ira que se manifiesta “explotando” se retroalimenta y cuanto más explota uno, más puede enfermar.
Una de las capacidades que tiene el ser humano es la de elegir de qué hablar, cómo hacerlo y de qué manera. Las palabras deben de servir para construir puentes que sirvan para conectar, pero es imposible que se pueda construir un diálogo entre dos personas cuando una de ellas está enfadada. Lo aconsejable es evitar el conflicto sin huir porque si una persona grita y la otra se queda en silencio, la primera puede irritarse ante la pasividad de la segunda, elevará más el tono de voz, lo que hará que, a su vez, la otra responda de un modo más agresivo y así sucesivamente. Lo más aconsejable es pronunciar frases como: “Tal vez tengas razón, pero lo hablaremos después” o “En estos términos no nos vamos a poner de acuerdo”. Se deja así, de esta manera, en suspenso el conflicto para que, en otra ocasión, con más tranquilidad, se pueda resolver.
Cada vez que te enfadas y le gritas a alguien agotas los recursos y solo le dejas al otro, dos alternativas posibles: “obedecer con resentimiento” o “redoblar la apuesta”.
El enfado muchas veces nubla la razón y hace que uno quiera derribar al otro. Cuando dos personas discuten no tienen que buscar quién tiene la razón o quién es el más fuerte, sino sentarse a analizar de qué manera pueden resolver sus diferencias. Hemos de transformar el enfado en energía para resolver el conflicto.
Recuerda que no es recomendable que resuelvas tus diferencias con alguien ni por las redes sociales ni a distancia. Es importante que veas al otro cara a cara y puedas escuchar el tono en el que te transmite su mensaje.
Cuando accedes a la provocación de un peleón tóxico y respondes con agresividad, lo único que logras es pelear una batalla que no es la tuya. Algunas personas luchan por cosas absurdas. No dejes que los demás elijan tus batallas. Hay una sola batalla que debes pelear: la de tus logros, la de tus sueños, la de tu familia, la de tus afectos…
¡Qué bueno sería que pudiéramos construir puentes en lugar de desperdiciar nuestra vida en enfados y peleas tóxicas!
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