A pesar de la pandemia de la Covid-19, creo que una gran mayoría de personas consideramos que es necesario, no sé si conveniente, que la escuela sea presencial. Evidentemente, no de cualquier manera. Para ello, la escuela debe convertirse en un lugar lo más seguro posible frente al SARS-CoV-2. Se habló, entre otras muchas medidas de higiene, de aumentar las plantillas, de bajar la ratio para respetar la distancia de seguridad y de la creación de grupos-burbuja. Todos los gobernantes, a nivel estatal y autonómico, insisten, una y otra vez, en que la escuela es un lugar seguro. Yo creo que no es así.
En esta entrada, voy a hablar de la realidad que yo conozco. Soy tutora de un grupo de cuarto curso de primaria con veinticinco alumnos/as. En el aula, después de muchos ensayos infructuosos, he dispuesto las veinticinco mesas individuales en tres filas de cuatro mesas, dos filas de cinco y, tras cambiar un armario de sitio, he podido colocar tres mesas sueltas delante y detrás de una columna. La distancia entre mesa y mesa es una baldosa de cuarenta centímetros.
En mi grupo entramos, de momento, siete profesores/as. Digo de momento, porque todavía no están asignados, hasta ver las necesidades educativas tras los resultados de la evaluación inicial, los refuerzos educativos. Calculo que, como mínimo, intervendrán en el grupo dos personas más de las que he mencionado. Por lo que a mí se refiere, aparte de las asignaturas de mi curso, tendré que reforzar en otros grupos de mi ciclo y hacer las sustituciones necesarias cuando falte algún compañero/a. Como podéis comprobar, la ratio, la distancia de seguridad en el aula y la creación de un grupo-burbuja son las adecuadas para hacer frente a la pandemia.
No quiero que entendáis que no se ha intentado. Me consta el esfuerzo, casi sobrehumano, del equipo directivo (al borde de un ataque de nervios) y que han visto rechazadas muchas de sus propuestas.
¿Qué ha cambiado, entonces, en mi colegio?
- Antes, la entrada y la salida del colegio se hacían por dos puertas y ahora se hacen por tres y con un orden más riguroso. Los niños y niñas de primaria se movían en el recreo, libremente, por los tres espacios disponibles y ahora cada ciclo tiene asignado un espacio.
- Se ha incrementado la plantilla con dos profesores/as y, como, por falta de espacios, no se pueden realizar desdobles de grupos, si no se producen bajas médicas, se verá incrementado, supongo, el refuerzo pedagógico para los niños y niñas. Hablando de la falta de espacios: hace unos días, pregunté a la dirección del centro por el lugar donde podía dar la clase de Valores que, en mi colegio, es la alternativa a la Religión. Estaba todo ocupado, me dijo, pero en la SUM (Sala de usos múltiples), en la que ya había otro grupo, estaba libre el escenario y podíamos ponernos encima. No estoy bromeando. Tal y como os lo estoy contando y pensé que, en el fondo, era el sitio más adecuado para representar lo que está empezando a parecerse a una tragicomedia.
- Las paredes que antes estaban decoradas, principalmente, con los trabajos realizados para las distintas celebraciones (Día contra la violencia de género, de los derechos del niño, de los derechos humano, de la Constitución, de la paz…), ahora están decoradas con carteles que invitan a guardar la distancia de seguridad (por los pasillos, claro) y los que instruyen sobre cómo lavarse las manos, cómo saludar, cómo toser, etc., etc.
¿Qué ha cambiado en mi aula?
- Todas las ventanas y sus dos puertas están permanentemente abiertas. No sé qué va a ocurrir cuando haga frío. A lo peor terminamos agarrando una pulmonía.
- En la entrada hay un cartelito que indica que el uso de mascarilla es obligatorio. Por cierto, cada niño/a trae de casa su mascarilla y una de repuesto. Lo mismo que el profesorado. En el colegio hay mascarillas, pero son por si hay un olvido, se rompen, se mojan…
Con el uso de las mascarillas, los niños no me oyen a mí y yo a ellos ni los oigo ni los entiendo y no es cuestión de utilizar un micrófono, pues, recordad, las puertas y las ventanas están abiertas. Otro tanto ocurre con el sonido de la pizarra digital si no quieres molestar a los compañeros/as de las aulas vecinas.
- Finalmente, lo más importante: ¡tenemos un bote de gel hidroalcohólico, un bote de desinfectante de superficies (creo que agua con lejía) y un rollo de papel grande!
Este es el panorama.
No puedo entender que, en esta segunda oleada de la pandemia, se estén cerrando parques, se estén limitando de nuevo los aforos y el número de personas que pueden reunirse; que en los bancos, por ejemplo, solo se atiendan a dos o tres personas y se formen largas colas en la calle; que en las distintas administraciones todo haya que resolverlo telemáticamente y solo se pueda acudir a las oficinas, tras días de espera, con cita previa; que un médico te atienda por teléfono… ¡Señores, organícense, utilicen varias entradas, un bote de gel hidroalcohólico, un desinfectante de superficies, un rollo de papel y conseguirán un espacio seguro! Así de fácil. Y encima, con menos aforo que en mi clase y pudiendo guardar la distancia de seguridad.
Que conste que no soy yo de quejarme… A lo largo de mi trayectoria como docente, he trabajado en varios puestos de muy difícil desempeño en los que he pasado mucho miedo y fatigas (Una de estas experiencias la he recogido en la entrada “El Palomar” de este blog). Pero ¿sabéis qué pasa? Que son cincuenta y nueve los próximos años que cumpla y, en mi vida personal, llevo a rajatabla las medidas de seguridad no solo por mí, sino porque en mi casa y en mi familia hay personas de alto riesgo y no me perdonaría que, por mi causa, se contagiaran.
Pero no tengo que preocuparme, ¿verdad? ¡La escuela es un lugar seguro! Tal vez por eso, no se han dignado ni a darse una vuelta por el colegio ningún inspector: ni de educación, ni de sanidad, ni de seguridad en el trabajo.
El asunto es, además, muy triste. Recientemente, algunos sindicatos convocaron una huelga para exigir medidas de seguridad y, supongo, que habréis leído los comentarios que, sobre los docentes, se han hecho en algunos medios de comunicación y en las redes sociales. Nunca esperé que nos aplaudieran, pero una sociedad que desprecia, así, a los maestros de sus hijos, está abocada, como poco, al fracaso.
Y siento impotencia… y siento rabia… y siento pena. Y como a Esmeralda, la protagonista de la película de la factoría Disney “El jorobado de Notre Dame”, solo me queda acogerme a sagrado y elevar a Dios mi oración:
“Que Dios ayude, con su piedad, a los docentes, en su soledad... Toda mi gente, ¿en quién confiará...? Dios nos ayude... o nadie lo hará”.
- El capitán y el grumete
- Los expertos (III)
- Los maestros también lloramos
- Réquiem por una generación
- Volverá la primavera
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