La paciencia es la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. De ella se dice que, aunque es amarga, sus frutos son dulces. La paciencia consiste, en definitiva, en saberse adaptar a los ritmos naturales de las cosas.
En esta entrada se cuenta una historia que nos recuerda la importancia de la persistencia y la paciencia a la hora de hacer realidad nuestros sueños. La he recogido del libro “La respuesta” del Dr. Mario Alonso Puig. Su protagonista es el científico español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), cuyos trabajos sobre la estructura del sistema nervioso, cambiaron las teorías existentes abriendo un inmenso campo de conocimientos.
“Santiago Ramón y Cajal, nuestro insigne científico, fue un ejemplo insuperable de paciencia. A pesar de una vida dedicada al estudio anatómico e histológico, era un absoluto desconocido fuera de España. Trabajador incansable, había ganado por oposición la cátedra de Anatomía General y Descriptiva de la Universidad de Valencia en 1883, la de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Barcelona en 1887 y la de Madrid en 1892.
Harto de ver que, en revistas extranjeras, a las que él no tenía ningún acceso, se publicaban estudios sobre el sistema nervioso que eran incorrectos y molesto al comprobar que ciertos científicos manifestaban haber hecho descubrimientos que Cajal había hecho mucho antes, tomó una firme resolución. Cajal decidió asistir en 1889 al Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana que se celebraba en Berlín. Por entonces, Alemania era la cuna de la ciencia en el mundo.
Este congreso era el más relevante de todos y entre los asistentes estaría el famoso profesor Kölliker. Cajal pidió ayuda a la universidad española para que le pagaran el billete de tren. La universidad le contestó que no, que para qué iba a ir un español como él a Alemania.
Cajal no se dio por vencido y habló con doña Silveria, su mujer. Utilizando sus mínimos ahorros, Cajal se pagó su viaje a Berlín. Allí, en una mesa colocó su microscopio, regalo de las autoridades españolas por la labor tan extraordinaria que hizo durante la epidemia de cólera que hubo en Valencia.
Nadie se acercaba a la mesa de este absoluto desconocido. Los científicos se agolpaban alrededor de figuras como Kölliker. Cajal decidió entrar en acción. Él no había llegado hasta allí para irse de vacío. Cajal se acercó a la mesa del profesor Kölliker y, agarrándole literalmente de la manga de su levita, se lo llevó hasta la mesa donde tenía el microscopio con las preparaciones del sistema nervioso. El sabio alemán, que no entendía nada, posiblemente se dejó llevar por una mezcla de temor y curiosidad.
En un pobre francés, Cajal le pidió a Kölliker que mirara por el microscopio. El científico miró y no pudo dar crédito a lo que veía. Ante sus ojos aparecía un universo que hasta entonces solo Cajal había contemplado. Jamás nadie había sido capaz de hacer unas preparaciones histológicas donde se vieran con tanta claridad y nitidez las neuronas y sus intrincadas conexiones. Kölliker levantó su mirada y le preguntó Cajal:
—¿Quién es usted?
—Santiago Ramón y Cajal, de España.
Entonces, Kölliker se alzó y, dirigiéndose a la multitud de personas que le habían seguido, les dijo con voz solemne:
—Quiero que sepan todos que yo, el profesor Kölliker, soy quien ha descubierto a Cajal y que seré yo también quien se encargue de que el mundo entero le descubra.
A partir de aquel momento sublime, Cajal pudo publicar en las mejores revistas del mundo y empezó a ser invitado por las más selectas universidades. En 1900 recibió en París el célebre premio Moscú. En 1905 recibió la Medalla de Oro de Helmholz, la máxima distinción en su campo. En 1906 recibió en Estocolmo el Premio Nobel de Medicina”.
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