Fuente: “Cuentos para quererte mejor” de Álex Rovira y Francesc Miralles.
Un naturalista europeo llegó a un lejano territorio de Oriente para estudiar las plantas y animales de aquellos rincones. Después de cruzar un precioso bosque de pinos, llegó a un claro donde un anciano miraba plácidamente la tierra plana y sin vida.
El viajero dominaba varios idiomas de la zona, así que tras saludar al viejo empezaron a charlar en japonés:
—Es curioso que, en una tierra tan fértil, en este terreno no crezca nada —comentó el naturalista, tras sentarse a su lado.
—Eso no es cierto… —dijo el viejo—. Yo mismo planté las semillas de lo que será un bosquecillo de bambú. Desde entonces me ocupo de abonar y regar la tierra.
—Pues aún no ha brotado nada… ¿Cuánto hace que plantó las semillas?
—Siete años.
El naturalista miró al anciano con lástima. Convencido de que estaba mal de la cabeza, se despidió con una suave reverencia y prosiguió su camino.
Tras mes y medio de exploración, llegó el momento de emprender el viaje de regreso a casa. Y lo hizo por los mismos caminos que le habían llevado de forma segura a lo largo de su aventura.
Al pasar junto al claro en el bosque antes de los pinares, se sorprendió doblemente. En primer lugar, porque el viejo seguía allí. Pero aún más porque en el terreno había crecido un bosque de altos y esbeltos bambús que escalaban en dirección al cielo.
—Pero… —dijo el naturalista—. ¡Esto es magia! ¿Cómo ha sucedido?
—Cuando plantas bambú japonés —explicó el anciano, contento de volver a verle—, en los primeros meses no notas nada. De hecho, no brota nada de la semilla durante los primeros siete años. Por eso, el cultivador ignorante puede llegar a pensar que ha comprado semillas muertas. Pero entonces…, al llegar al séptimo año, en solo seis semanas el bambú sale de la tierra y crece hasta una altura de treinta metros o más.
—¿Y solo tarda seis semanas en crecer? —preguntó el viajero.
—¡No! El bambú dedica siete años a crear secretamente bajo tierra las raíces que luego le permitirán sostenerse. Cuando ya está preparado, entonces se desarrolla como lo ves ahora.
Al igual que el anciano del cuento no lograría que el bambú creciera antes gritándole que lo haga, en la vida no solo hay que sembrar para cosechar. También hay que saber esperar a que las cosas maduren.
Las prisas no solo «son malas consejeras», como dice el proverbio, sino que además nos crean muchos problemas:
• Nos hacen estar nerviosos y enfadarnos más fácilmente con los demás.
• Buscando soluciones rápidas, podemos hacer una chapuza y estropearlo todo.
• El impaciente abandona a menudo cuando las cosas están a punto de suceder.
• Querer forzar el ritmo de los acontecimientos nos hace vivir con ansiedad. Es imposible hacer crecer al rosal tirando de sus hojas. Es mucho mejor detenerse a contemplar cómo día a día va surgiendo y va expresándose la belleza que lleva en sí.
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