Eran dos renunciantes espirituales. Uno de ellos había sido muy rico y lo dejó todo para convertirse en eremita, pero se hacía ayudar por un criado y utilizaba una escudilla y una taza de oro como utensilios. El otro eremita era muy pobre y siempre lo había sido y solo tenía por posesión una escudilla de hojalata. El eremita pobre siempre estaba criticando al eremita rico y le reprochaba:
—¡Tú no sirves para ermitaño! ¡Vaya ermitaño que tiene un criado y utiliza una escudilla de oro!
Una y otra vez trataba de ridiculizar al eremita rico, que un día, de súbito, le dijo:
—Ahora mismo partimos de peregrinación. ¡Pongámonos en marcha!
La peregrinación no le apetecía nada al eremita pobre, pero para estar a la altura de las circunstancias, accedió. Llevaban caminando quince minutos, cuando el eremita pobre, muy angustiado, exclamó:
—¡He olvidado mi escudilla! ¡Tengo enseguida que volver a recogerla!
Y el eremita rico le dijo:
—No sabía que tuvieras tanto apego a una escudilla. Te has estado metiendo conmigo incansablemente y resulta que tú estás mucho más aferrado a tu escudilla de hojalata que yo a la mía de oro.
- Abandona tu nada
- Diógenes
- Diógenes (II)
- El esclavo
- La corneja
No hay comentarios
Publicar un comentario en la entrada