En cierta ocasión se acercó un hombre rico a un monasterio de la India y pidió permiso para pasar un tiempo allí. Sin embargo, el abad, viendo que era alguien muy poderoso, le advirtió: “Mira, aquí somos hombres libres y nada nos esclaviza. Si quieres estar con nosotros, deberás ser como nosotros. De lo contrario, tendrás que marcharte para seguir sirviendo a tu señor”.
El hombre, visiblemente desconcertado, se atrevió a decir: “Maestro, yo pertenezco a la casta más alta. No soy esclavo de nadie, ni soy un paria. ¡Le puedo asegurar que soy un hombre libre!”.
El abad, encogiéndose de hombros, le dio permiso para quedarse. Sin embargo, cuando el hombre vio los dormitorios donde vivían los monjes, comenzó a refunfuñar. Más tarde, cuando vio lo que comían, se echó las manos a la cabeza. Y finalmente, cuando descubrió que había que madrugar todos los días para realizar largas sesiones de meditación, no pudo más y se fue a ver al Maestro para quejarse.
“Ya te advertí que aquí solo aceptamos hombres y mujeres libres”, le contestó el abad. “La libertad no es haber nacido en una casta alta, sino estar emancipados del deseo de tener siempre sensaciones agradables, de rodearnos de cosas agradables y de ansiar comodidades. Todo lo que tú posees, en realidad te posee a ti porque ya no sabes vivir sin eso. Por tanto, aunque no te hayas dado cuenta, te has convertido en un esclavo de tu forma de vida”.
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