El ser humano se encuentra solo, perdido y lleno de temores en medio de este vasto universo. La buena religión le hace audaz. La mala religión aumenta sus temores.
Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño dejara de jugar y regresara a casa antes del anochecer.
De modo que, para asustarle, le dijo que el camino que llevaba a su casa era frecuentado por unos espíritus que salían tan pronto como se ponía el sol.
Desde aquel momento ya no tuvo problemas para hacer que el niño regresara a casa temprano.
Pero, cuando creció, el muchacho tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había modo de sacarle de casa por la noche.
Entonces su madre le dio una medalla y le convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no podrían hacerle ningún mal en absoluto.
Ahora el muchacho ya no tiene miedo alguno a adentrarse en la oscuridad fuertemente asido a su medalla.
La mala religión refuerza su fe en la medalla. La buena religión le hace ver que no existen tales malos espíritus.
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