Estando un día sentada en un banco del parque, disfrutando de un hermoso atardecer, se acercó una señora muy mayor y me pidió que le leyera un anuncio del periódico.
—Son letras muy pequeñas —dijo— y no consigo distinguirlas bien.
Lo intenté, pero no llevaba mis gafas de leer. Me disculpé.
—No tiene la menor importancia —dice ella—. ¿Quiere saber una cosa? Creo que Dios también tiene la vista cansada: no porque sea viejo, sino porque lo ha elegido. De ese modo, cuando alguien hace algo malo, Él no consigue verlo bien y acaba perdonando a la persona, pues no quiere cometer una injusticia.
—Entonces… ¿tampoco ve las cosas buenas? —pregunté.
—Bueno, es que Dios nunca olvida las gafas en casa —dijo riendo la anciana y se alejó.
- Amad a vuestros enemigos (II)
- Con la salvación a cuestas
- Gente a rayas
- Los Diez Mandamientos
- Nada que limpiar
No hay comentarios
Publicar un comentario en la entrada