Jugar es natural e instintivo. Es una de las primeras cosas que los niños aprenden a hacer. El juego no es solo un pasatiempo para ellos. En la escuela tienen recreo porque todos coinciden en que el trabajo escolar tiene que equilibrarse con la diversión. Lo mismo ocurre con los adultos.
Tenemos un deseo innato de jugar, de liberarnos, de relajarnos, de aliviar nuestra tensión. Por desgracia, damos al juego muy escasa importancia. Si bien es verdad que es útil dar prioridad al trabajo, puesto que todos debemos de cuidar de nosotros mismos y de nuestra familia, esta prioridad se ha llevado demasiado lejos. Un número excesivamente elevado de personas siente la desesperada necesidad de ser constantemente productivos, tener éxito, y llevar a cabo muchas cosas.
Jugar es hacer aquellas cosas que nos proporcionan placer, porque sí nada más. Puede consistir en reírse, cantar, bailar, nadar, pasear, saltar, correr, jugar a cualquier juego u otra cosa que nos resulte divertido realizar. Hemos olvidado cómo divertirnos y cuando un día lo hacemos, nos sentimos culpables. Descartamos la diversión por considerarla una pérdida de tiempo.
El juego es una experiencia de diversión que trasciende todos los límites. Cualquiera puede jugar con los demás, del mismo sexo o del opuesto, de cualquier raza o religión, de cualquier edad. Ni siquiera necesita ser de nuestra especie: muchos de nosotros disfrutamos mucho jugando con nuestras mascotas.
Jugar confiere mayor sentido y deleite a todos los aspectos de la vida. El trabajo se vuelve más satisfactorio, nuestras relaciones mejoran, nos hace sentir más jóvenes, más positivos... No podemos permitirnos no jugar. El juego añade equilibrio a nuestra vida y mejora nuestro estado mental.
Jugar también nos ayuda físicamente. Muchos estudios científicos han demostrado que la risa y el juego reducen el estrés y liberan en el organismo unas substancias llamadas endorfinas, que levantan el ánimo y hacen que nos sintamos mejor después de reír y jugar.
Podemos volver a jugar otra vez, sea cual sea nuestra edad y nuestra situación. Siempre podemos redescubrir nuestro sentido del juego porque siempre lo llevamos dentro.
Tenemos que empezar por aprender a valorar el juego y el tiempo de juego, y después concedérnoslo. Siempre hay más trabajo por hacer, pero esa no es razón para no jugar.
Hay un millón de maneras de intercalar de nuevo el juego en nuestra vida: leer las tiras cómicas, ver una película ligera, comprarnos prendas de vestir divertidas, intentar aceptar las invitaciones, ser más espontáneo, hacer algo tonto… Los deportes son fuentes maravillosas de diversión. Las celebraciones son una clara oportunidad para divertirse. No te guardes la alegría para ocasiones especiales. Celebra cada oportunidad: la visita de un amigo, una buena comida, el viernes… Celebra la vida.
Cualquier cosa puede ser un juego, pero, cuidado, cualquier juego puede convertirse en productividad. Si sales a pasear porque realmente lo disfrutas, es un juego. Si sales a pasear a diario porque forma parte de la rutina de ejercicios que te sientes obligado a hacer, no estás jugando.
Cuando éramos niños, cada experiencia estaba cargada de posibilidades mágicas. Si pudiéramos capturar de nuevo, aunque fuese un poquito de ese antiguo sentimiento y jugar un poco más, podríamos recuperar un poco de nuestra inocencia perdida.
No podemos evitar el envejecimiento externo; pero, si seguimos jugando, seguiremos siendo jóvenes por dentro.
- Me gusta verlos jugar
- Parar para recuperar fuerzas
- Recuperar la capacidad de jugar
- Tiempo para disfrutar
- Vive en estado Play
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